Las cartas de Rabat
EN EL discurso que el rey Hassan II ha pronunciado con motivo del 262 aniversario de su acceso al trono ha perfilado los nuevos rasgos de su política exterior, después de la ruptura del tratado de unión entre Libia y Marruecos que había firmado con el coronel Gaddafi. Esta nueva orientación se inclina de modo prioritario al estrechamiento de las relaciones con Estados Unidos, lo que coincide de modo nada casual con el hecho de que la diplomacia norteamericana ha tenido en 1986 serias contradicciones con sus aliados europeos en relación con su estrategia en el Mediterráneo.Expresión neta de este acercamiento fue la declaración de Caspar Weinberger durante su visita a Rabat, diciendo que EE UU es "particularmente sensible a la política prooccidental y moderada de Marruecos". La presencia en las fiestas del trono del secretario del Tesoro norteamericano, James Baker, y del delegado en la ONU, general Vernon Walters, tenía un evidente significado político, y no sólo protocolario.
Con esta nueva colocación de su país en el concierto de las naciones, Hassan II aspira -y ello se transparenta en, su discurso- a encontrar condiciones más favorables para resolver los problemas que él considera han quedado pendientes para completar la obra histórica de liberación y de recuperación de la soberanía y dignidad de Marruecos que llevó a cabo su padre, el rey Mohamed V. En relación con el Sáhara, el soberano alauí ha dado prioridad absoluta a los aspectos militares, destacando su confianza y admiración hacia las fuerzas armadas. Ha querido estimular así a los militares, después de los recientes combates con el Polisario, que han causado muchos muertos y que desmienten la tesis excesivamente optimista de que el problema del Sáhara estaba militarmente resuelto. En cambio se soslaya el aspecto internacional del problema, del Sáhara, que según las decisiones de la ONU sólo se resolverá cuando un referéndum controlado internacionalmente decida su futuro. Y ello a pesar de que Marruecos ha aceptado formalmente la tesis del referéndum. Hassan II parece convencido de que la superioridad militar y cierto apoyo de EE UU permitirán convertir la actual ocupación en título válido de soberanía para Marruecos.
Con respecto a Ceuta y Melilla, el rey de Marruecos ha dicho de forma pública las tesis sustancialmente ya conocidas. El rey entró en esta parte de su discurso recordando la "alta visión política" de su padre, "en la que prevaleció en todo momento el diálogo". Pero el tono amistoso no debe disimular la seriedad del cambio que se ha producido en la actitud de Marruecos desde la fiesta del trono de 1986, en la que el rey de España fue el huésped de honor. Este cambio no consiste en la reivindicación en sí, que siempre ha existido, aunque ahora se formule con una jerarquía más alta. Consiste sobre todo en que durante mucho tiempo Marruecos ha aceptado ligar la suerte de Ceuta y Melilla a lo que ocurriese en Gibraltar, lo que permitía a España una actitud de espera. Ahora ese vínculo desaparece. Por eso esta fiesta del trono en Marruecos no ha aportado temas realmente novedosos en el marco de las relaciones bilaterales, pero tampoco conviene olvidar que nuestros dos países requieren realizar un esfuerzo sincero para disipar los nubarrones que enturbian la vecindad.
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