Las líneas de cambio y los retos pendientes de las reformas de Gorbachov
En estas mismas páginas han podido leerse recientemente opiniones tan destacadas como las de W. Brus, K. S. Karol y R. Medvedev, entre otros, confieso que produce cierta inquietud y anima a la cautela cualquier intento de tomar la pluma para opinar sobre la reforma de Mijail Gorbachov.No obstante, estas líneas de reflexión se abren camino, acaso por osadía, acaso por la convicción de que todavía quedan cuestiones relevantes que decir.
Si se observa la trayectoria reformista mantenida por Gorbachov y su equipo dirigente durante los dos años en el ejercicio del poder, se pueden establecer cuatro líneas básicas de reforma.
En la política internacional se ha formulado una propuesta firme que conduciría al desarme del armamento nuclear en el plazo que media hasta final de siglo, que implica en primer término a las relaciones con la otra superpotencia mundial. Simultáneamente se manifiesta esa firmeza en el tema afgano, auténtica patata caliente heredada del ocaso brezneviano.
En la renovación del personal dirigente se ha producido una tremenda convulsión, tanto en la cúspide del Politburó y el Secretariado como en el segundo y tercer escalón del poder, formado por los cargos del partido y el Estado en las repúblicas y en las principales ciudades, como Moscú y Leningrado, así como en el Gosplan y en muchos ministerios.
En el ámbito del funcionamiento político, las principales decisiones se han tomado en el reciente pleno del Comité Central celebrado en los últimos días de enero, que conciernen al tipo de electividad en los cargos inferiores y medios, posibilidades para los no miembros del partido, etcétera.
En cuanto al funcionamiento económico, el XII plan quinquenal, aprobado en marzo de 1986, disponía de un conjunto de medidas encaminadas a conseguir un incremento de la eficiencia económica, que permita un mayor ritmo de crecimiento, si bien no se planteaba la consecución de logros espectaculares en los próximos años. Así se constata en los resultados de 1986, que recientemente se han hecho públicos. Otras medidas importantes conciernen al inicio de liberalización de ciertas formas de trabajo privado, a nuevos cambios en la agricultura y a la búsqueda de ciertos reequilibrios entre consumo y producción.
A nadie se le escapa la evidente conexión que existe entre esas cuatro líneas, si bien hasta la fecha, la preferencia ha estado en la política de menear el árbol, buscando la caída del personal dirigente más obsoleto y/o corrupto.
Por otra parte, también parece unánime la opinión de que los dirigentes actuales han superado la fase declarativa sobre su vocación reformista y mantienen una actitud concreta y práctica en el arbitraje de diversas medidas. Hay hechos y no sólo palabras.
Y, en tercer término, parece sensato considerar el sentido no definitivo de estas medidas en cuanto que su efectividad requiere del acompañamiento de muchas otras, es decir, la profundización de una línea ciertamente radical (encaminada a la raíz de los problemas). Y ello sin desconocer los serios obstáculos vigentes; unos más activos, por el Iado de los elementos hostiles que siguen incrustados en los aparatos del poder, y otros, más pasivos, en el ámbito de los escalones inferiores y de muchos gestores empresariales que son presa de decenios de conservadurismo y anquilosamiento.
Como telón de fondo, no se pueden olvidar las posibles resistencias -reconocidas por el propio Gorbachov- de sectores de trabajadores que habían establecido un pacto tácito con el poder: bajas cuotas de bienestar social a cambio de bajas exigencias laborales y sociales. Superar esta situación forma parte del alcance de la perestroika formulada por el líder soviético, pero no parece un dilema fácil, sino que constituye quizá un auténtico paso del Rubicón para su reforma.
El punto de no retorno
Es indudable que esas novedades suscitan la atención de cuantos consideran la dimensión histórica del fenómeno soviético y la magnitud de su influencia sobre el escenario internacional. Sin embargo, sin dudar de la trascendencia ya adquirida por esa nueva actitud y esas medidas prácticas, nos parece igualmente cierto que la reforma aún no alcanza un punto intermedio, que auspicie una línea de cambios más definitivos, capaces de reformular la perspectiva de su sistema social. Hay líneas abiertas a la reforma, otras semiabiertas y otras que todavía permanecen cerradas.
En la escena internacional está pendiente una propuesta práctica que reconsidere tres de sus ejes cardinales: la posición ante China, la superación del esquema de satelización política hacia los países de Europa Oriental y las relaciones con países y movimientos de un Tercer Mundo agobiado por problemas de hambre, deuda y pobreza. La bóveda que cobije ese cambio tiene que albergar necesariamente una reformulación que convierta en problema político (de toda la comunidad internacional) lo que hoy es un problema militar de las dos superpotencias: el rearme nuclear.
El modelo económico precisa una redefinición de las prioridades básicas que tradicionalmente se han designado entre secciones, sectores y ramas productivas; posibilitando un mayor/mejor reequilibrio entre ellas y sentando las bases para la superación de los tres rezagos históricos: agricultura, bienes de consumo y productividad. Tales objetivos requieren unos esquemas y mecanismos de funcionamiento que den preferencia a la paulatina socialización de la toma de decisiones, hoy verticalmente jerarquizadas.
Aparecen ahí tres cuestiones decisivas: la necesidad de descentralizar los ámbitos de decisión en la escala del aparato estatal, el mayor protagonismo de las instancias económicas (unidades productivas, en primer lugar) sobre las instancias administrativas, y un mayor espacio para el juego de las fuerzas sociales sin intervencionismo estatal.
Los propios dirigentes soviéticos expresan su convicción de que los cambios en el sistema de gestión constituyen una llave que abre el camino a los cambios que requiere ese modelo económico, actualmente incapaz de generar mayor crecimiento y posibilidades de bienestar social.
El límite del cambio
Ahora bien, cuanto se ha expresado hasta aquí, los diversos planos pendientes en la reforma del sistema soviético, siempre encuentran un lindero que constriñe o del que dependen fundamentalmente sus posibilidades: el aparato de dominación política. A él se somete la sociedad y la economía; desde él se han comenzado a operar aquellas líneas de reforma; pero ¿hasta dónde alcanza su disposición a delegar y a compartir poderes? ¿dónde comienza su temor a la pérdida de posiciones dominantes y cómo asume la convicción de que el rescate del protagonismo social no sólo infundía los principios de octubre de 1917 sino que constituye la principal pieza del rompecabezas de la reforma? Ciertamente, en ello, el delicado optimismo de algunos contrasta con el pesimismo de la mayoría de los analistas de la trayectoria soviética.
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