En honor de Calderón
Calderón es hoy un autor dramático poco conocido en acción teatral y puede decirse sin exagerar que le conocen mejor los especialistas en literatura que las gentes de la escena, público incluido. La culpa de este estado de cosas no es de nadie -o es de todos-, pues aun haciendo mucha memoria costaría recordar algún hecho teatral verdaderamente crucial centrado en Calderón. Ha habido memorables homenajes a Shakespeare, Chejov, Brecht, Valle-Inclán, Genet, García Lorca. Pero a Calderón se le ha temido e ignorado. Las razones, para este ostracismo, más o menos, consciente, son históricas; baste recordar que durante un tiempo la representación de las obras calderonianas llegó a esta¡ prohibida. Mientras los románticos británicos y alemanes descubrían y celebraban a Shakespeare y a Calderón como máximos exponentes del nuevo teatro romántico, aquí sólo se les aceptó indirectamente a través de dramas al estilo del Hernani de Víctor Hugo. A pesar de los intentos romántico-dramáticos como los del Duque de Rivas o Larra, se continuó despreciando el desorden, la truculencia y el negro pesimismo de Calderón. Cuando esos aspectos, precisamente, formaban ya parte de las corrientes que conducirían a la modernidad de Baudelaire, Edgar Alan Poellos expresionistas, los superrealistas.Que en La Regenta Clarín caracterizara a don Víctor de Quintanar, el marido algo ridículo de su heroína, como un obsesivo lector de Calderon, da una idea de la poca estima en que se tenía a este autor al final del siglo. Sin embargo, los adalides de la modernidad en España, los poetas de la generacion del veintisiete, reconocieron con clarividencia su deuda con Góngora. Sin que eso significara "que en el teatro del tiempo se hiciera lo mismo con Calderón. De este modo, entre la caricatura. y la negación, el gran dramaturgo del Siglo de Oro pasó a formar parte -sin revisión que le aproximara a nuestra época- de ese venerado pero poco vivido patrimonio cultural que suele quedar en manos de instituciones académicas. Si Calderón fuera un novelista o un filósofo quizá la situación no fuera tan grave. Pero es un hombre de teatro y necesita la confrontación escenica para poder vivir. El peligro de que Calderón sea imposible de rescatar del marasmo de prejuicios, desconocimiento y revalorizaciones pendientes no es imaginario, sino real. Y lo penoso es que este autor, como todo gran artista de cualquier época y lugar tiene mucho que decirnos, como demuestra cada vez que asoma a un escenario, aunque sea en condiciones precarias.
En este contexto, el planteamiento que hace la Compañía Nacional de Teatro Clásico con El médico de su honra es un paso válido en dirección a esa necesaria recuperación escénica de Calderón, que en el Reino Unido con respecto a Shakespeare está en marcha por lo menos desde los famosos ciclos shakespearianos del equipo Gielgud-Olivier en el Old Vic londinense de los años treinta. La revisión de los clásicos, propios y ajenos, no es un empeño meramente museal, sino una necesidad del teatro actual. Ahí están para confirmarlo los montajes de Jean Vilar en Avignon o los espectáculos de Peter Stein en la Schaubühne berlinesa. Comparado con estos modelos internacionales, el esfuerzo de la CNTC es aún más considerable si se tiene en cuenta que hay que partir de cero.
Valor
Un contemporáneo de Calderón, Baltasar Gracián, escribió: "Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución". La CNTC puede haber pecado en El médico de su honra de muchas cosas, pero no de irresolución. Hacía falta valor -y un concepto claro- para decidirse por un Calderón como éste, que no es La vida es sueño ni una comedia, más asequible, sino un "drarna de honor", nada menos, uno de esos difíciles engendros que nadie ha visto funcionar sobre las tablas de un escenario pero que todo el mundo sabe que es lúgubre, cruel y de mal gusto. En el estado en que se encuentra la cuestión calderoniana, este valor es de agradecer. Entre otras razones, porque nos ha permitido descubrir que aún tenemos -como requería Stendhal del espectador de teatro- "el alma sensible a las impresiones vivas".
El médico de su honra en el escenario nos desvela literalmente, paso a paso, el misterioso lenguaje del hombre secreto, escéptico, desengañado y sediendo de belleza que fue Calde rón. "El interés apasionado con el que seguimos las emociones de un personaje constituye la tragedia", dice Stendhal. Y añade: "O me.. equivoco mucho o son precisamente las transmutaciones de la pasión en el corazón humano lo más grande que puede ofrecer la Mesía". Tragedia, poesía y pasion son las claves del drama de ese personaje que se nos presenta: un hombre tranquilo, seguro, que por una serie de catástrofes avanza hacia la duda universal y el colapso de su mundo. A don Gutierre no le destruyen los celos y la posible traición de su mujer, sino la confusión de sus propios sentimientos, el descubrimiento del laberinto que son los sentimientos de los demás y, en fin, ¡a ambigüedad radical del alma humana y del código moral por el que dicen regirse los hombres.
Si tragedia, poesía y pasión son las claves del drama, también lo son de la interpretación que hace el actor José Luis Pelicena del personaje de don Gutierre. Desde el punto de vista del espectador, siempre en el teatro más emocional y estético, que racional e intelectual, el drama adquiere todo su sombrío esplendor gracias a este actor, que aquí se revela como un artista total. Y no es que Pellicena no venga demostrando desde aquel notable Don Juan, de Zorrilla, que es uno de los pocos galanes de la escena actual. Pero parece que hasta ahora no había dado con ese papel que le permitiera desplegar todos los registros de un arte conquistado a pulso. Así como hay, según Pirandello, personajes que buscan a un autor, los hay que buscan desesperadamente a un actor que les dé vida y les rescate del limbo de la letra impresa. Don Gutierre ha encontrado en Pellicena ese otro yo que por unas pocas horas le da vida fulgurante bajo los focos, para que nos intrigue y luego nos fascine, hablándonos al corazón, como exigía Stendhal.
Babelia
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