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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Isidrismo antípoda

Lo más obvio e inmediato es comparar a Paul Hogan con el Paco Martínez Soria de La ciudad no es para mí. En ambos casos el paleto llega a la ciudad y los urbanicolas se ríen de su antepasado venido de más allá de los confines de la civilización. Pero siempre acaba resultando que el Isidro es más listo que los demás y que a base de sentido común sale bien librado de su confrontación con los sofisticados habitantes de la metrópoli, que ven ridiculizado su estilo de vida.Pero Paul Hogan no es exactamente esto. De entrada, no está muy claro que regrese al pueblo o a la sabana. Tampoco se limita a reírse y poner en evidencia a los neoyorquinos desde su sano primitivismo de pescador australiano. Para Cocodrilo, lo importante es descubrir que entre los rascacielos también valen o subyacen los comportamientos tribales, que nuestro ancestro es siempre un individuo en taparrabos que maneja las antenas de televisión de un automóvil como un bumerán. Vamos, que somos indios metropolitanos.

Cocodrilo Dundee

Director: Peter Faiman. Intérpretes: Paul Hogan, Linda Kozlowski, David Gulpilil, Mark Blum, John Meillon y Michael Lombard. Guión: P. Hogan, Ken Shadie y John Cornell. Fotografía: Russell Boyd. Música: Peter Rest. Australiana, 1986. Estreno en Cid Campeador, Novedades 1, Palacio de la Música. Madrid.

La película es tan primitiva e inocente como su héroe, algo que hay que valorar más como una virtud que como defecto. Si técnicamente el producto es muy competente, tal y como acostumbra a suceder con buena parte de la producción australiana, también es verdad que está planteado con una desarmante candidez.

La chica, esa Linda Kozlowski enviada a Australia para escribir reportajes sobre esa reserva de naturaleza en estado puro que tanto fascina a los aventureros de fin de semana, es una periodista tonta, empeñada en lucir las ropas más improbables.

Si vistas hoy las películas de Tarzán con Weismaller nos muestran a una Jane para la que la sala de maquillaje está al lado, en Cocodrilo Dundée se diría que la protagonista viaja con sastra, peluquera y diseñador. Eso sí, los paisajes son reales y no de estudio, algunos de los animales no han sido fabricados por los técnicos en efectos especiales ni proceden de stock-shoots de la productora y la fotografía es en color.

Cocodrilo Dunde es el segundo gran éxito de taquilla logrado por el cine australiano en Estados Unidos. El primero -Mad Max- tenía en común con éste el explotar la imagen del continente del hemisferio sur como nueva frontera, como espacio en el que aún existen cosas que descubrir y es posible el sueño de pureza de los pioneros.

Pero si en Mad Max lo primitivo era fruto de una catástrofe cósmica y el espectador era seducido por la idea de que aquél podía ser su futuro, aquí la gracia estriba en que es Tarzán o el cowboy quien nos visita y desde su no contaminación contempla nuestros complicados rituales cotidianos.

La película tiene más interés como síntoma que como filme en sí mismo, aunque no deja de resultar divertida. La credulidad del héroe, la primacía de la puesta en escena -virtuosa técnicamente, ya lo, hemos dicho, pero rudimentaria intelectualmente- y el deseo del público de que le cuenten algo increíble, pero en lo que sea posible creer -sin distanciación ni mala conciencia- son los tres pilares de un fenómeno de varios millones de dólares.

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