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Honor

Rosa Montero

No es mi intención el ensañarme con Manuel Gutierro, ese obrero agrícola de Miajadas, Cáceres, que ha matado a palos a un chaval de 15 años por el mero hecho de pillarle en la cama con su hija. Entiendo que, en el sobresalto de encontrarles revueltos, a Gutierro le aflorara lo peor de su ancestro y de sí mismo. Claro que, ante semejante atrocidad, una no puede por menos que barruntar otros excesos anteriores. Y así, es fácil imaginar a un Gutierro convencido de que es tan dueño de su mujer y de sus hijos como lo es de su vaca o de su mula; un Gutierro habituado a ejercer sobre su familia la tiranía de¡ más fuerte, a golpe de cinturón o vara. Yo no sé si esta intuición de brutalidad será acertada; pero, en cualquier caso, se trata de uno de esos patéticos sucesos de lo íntimo, turbias tragedias de la carne y de la tierra. No es el homicida quien más me preocupa.Lo que me levanta ronchas en el ánimo es la actuación del abogado defensor, que pide la absolución del acusado y habla de defensa del honor. "Cualquier padre en la situación de mi defendido hubiera hecho lo mismo", afirma el abogado. Y en el pueblo de Miajadas, con 8.000 habitantes, se recogen firmas para un escrito donde se cuenta que el homicida "hizo lo que tenía que hacer". Son todos ellos, esos vecinos que se autoconsiderarán personas justas, ese abogado con el agravante de su preparación y su carrera; esas gentes que así, en frío, sin la excusa de una enajenación ni un arrebato, juzgan que está muy bien y es meritorio el apalear a un adolescente hasta la muerte: sañudos golpes que quiebran costillas, fragmentan narices o mandíbulas y revientan fatalmente el hígado; son esos individuos que se sienten dueños absolutos de los coños domésticos y que, en virtud de esa celosa propiedad, se creen justificados para hacer cualquier cosa; son todos esos bárbaros, en fin, quienes me repugnan, me estremecen y me llenan de angustia. Y si el tribunal admite la defensa del honor como eximente, se convertirá, como el abogado, como los vecinos, en cómplice social de la matanza de un muchacho.

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