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La fiebre brasileña de los linchamientos

Las venganzas colectivas se desatan en el país latinoamericano

Los taxistas de Brasilia, la capital brasileña, avisaron hace unos días: cualquiera que ataque a uno de sus colegas será perseguido y ajusticiado. En otras palabras, se trata de un anuncio público de futuros linchamientos. El fenómeno no es nuevo, pero en los últimos meses ha adquirido en Brasil aterradoras proporciones y las autoridades temen que la ola se transforme en una especie de fiebre salvaje por todo el país.

"Desde que en el siglo XVIII el terrateniente norteamericano Charles Lynch anunció que el linchamiento era una forma de justicia rápida, barata y directa, se descubrió que una multitud de ciudadanos honestos, que pagan sus impuestos al día y llevan una vida tranquila, puede pasar por una transformación brutal, tornándose tan violenta como irreconocible, y actuar por su cuenta".Así comienza un artículo del semanario conservador Veja, el más influyente de Brasil, al hacer un balance de los últimos actos de violencia colectiva ocurridos en el país.

A finales de diciembre pasado, un ex policía fue linchado en el Estado de Matogroso do Sul, acusado de integrar una pandilla que había asesinado a un taxista. El ex policía se había presentado espontáneamente a los que más tarde habrían de torturarle. Fue el último de los linchados del año, de un total que supera el medio centenar. Su cuerpo quedó destrozado, y así fue encontrado por quienes traían la prueba de su inocencia.

Las autoridades de la ciudad de Amambai sólo tienen otro temor: cuando los verdaderos culpables sean encontrados, un nuevo y aún más violento linchamiento será inevitable.

La oleada de violencia se manifiesta en puntos distintos del vasto territorio brasileño. En el Estado de Pernambuco, al noreste, dos jóvenes acusados de violar a una muchacha. fueron destrozados por una multitud enfurecida. Sus cuerpos fueron descuartizados y, en una ceremonia bárbara, partes de ellos fueron expuestas a lo largo de la avenida principal de la ciudad.

Víctimas rutinarias de los asaltos, los taxistas son los grandes promotores de linchamientos en Brasil. Por coincidencia, es también en el interior del país donde la policía suele ser más ineficaz y carente de recursos.

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En Ipiau, en el interior de Bahía, cinco hombres acusados de herir a un taxista en un asalto fueron arrancados de sus celdas y muertos en el mismo patio de la prisión. En la ciudad, de Umuarama, en el interior de Paraná, al sur, tres hombres jóvenes fueron torturados a lo largo de casi 30 horas -de las cinco y media de la mañana de un día hasta las once de la mañana del día siguiente- para luego ser quemados en medio de la calle.

Un mes antes, tres asaltantes de camiones fueron asesinados a martillazos por 150 automovilistas en una carretera del sur de Brasil. La cuenta de los hechos macabros puede ser incesante.

Lentitud de la policía

El más conservador de los ministros del Gobierno brasileño, el abogado Paulo Brossard, que ocupa la cartera de Justicia, admitió que los linchamientos "son la prueba de que las personas están descontentas con la acción de la policía y molestas por su lentitud".Curiosamente, el fenómeno es más intenso entre las camadas pobres de las ciudades del interior. Y preferentemente entre las más indigentes de las ciudades ricas. En la mayoría de los casos, a la policía no le queda otra cosa que declarar su impotencia.

Hace algunos días, el jefe de la seguridad pública del Estado sureño de Paraná, donde los linchamiento se multiplican, admitió que en esos casos la policía puede hacer dos cosas: "ametrallar a la multitud o intentar convencer a todos de volver a sus casas sin violencia". Por supuesto, ni logran habitualmente lo segundo ni disparan contra los discípulos de Lynch.

Los detenidos podrían, desde luego, haber contado con un mínimo de seguridad: prisiones seguras en algunos casos y policía eficaz, que mereciera el respeto de la población, en otros. Pero aún en las principales ciudades brasileñas, la policía sufre todo tipo de carencias y el sistema judicial es demasiado lento.

Además, para la mayoría de la población, la justicia brasileña tiene una evidente tendencia a ser blanda y rápida con los ricos y lenta y dura para los pobres. Esta consolidada imagen popular desemboca en un descrédito generalizado del aparato policíaco y de la administración de justicia.

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