Un almuerzo con doña Margot y las hermanas Ochoa
La vida de familia de un colombiano acusado de narcotráfico
Doña Margot Ochoa se mece sobre una hamaca en el porche de su casa en una mañana tan calurosa como todas en Medellín. Desde su asiento da la mano al periodista y al abogado que lo acompaña en la visita. Lleva un elegante vestido estampado azul marino y blanco y un collar de gruesas perlas, con pendientes a juego. En el pelo no se ha esmerado demasiado; negro y corto, pegado a la cabeza, le da un cierto aire de sufrimiento y tal vez la avejenta un poco, haciéndole aparentar unos 70 años. Para empezar a comer hay que esperar a sus cuatro hijas, hermanas de Jorge Luis Ochoa, el colombiano que el pasado mes de julio fue enviado desde España a su país atendiendo a una solicitud de extradición hecha por Bogotá.
Estados Unidos tiene también presentada petición de extradición contra Jorge Luis y sus dos hermanos por presuntos delitos de narcotráfico en ese país. Actualmente los tres se encuentran en paradero desconocido.Mientras esperamos, el abogado y el periodista recorremos la casa, una gran mansión entre el bosque de las colinas que rodean la localidad de Envigado muy cerca de Medellín. Don Fabio Ochoa, el cabeza de familia, ha estado toda su vida dedicado a la cría de caballos, y actual mente posee una de las cuadras más importantes de América Latina, fundamentalmente de ejemplares de trote. En la casa, decenas de empleados trabajan herrando a algunos potros y cuidando a las yeguas recién paridas.
Dentro de la finca hay un enorme picadero para que los animales luzcan su espléndido paso castellano y una plaza de toros reglamentarla donde periódicamente actúan toreros de re nombre. Uno de los más famosos matadores en España se extrañaba hace poco más de un mes de que le hubieran contratado al millonario precio habitual para una corrida en una plaza próxima a Medellín en la que sólo estaba presente medio centenar de personas.
Pegados en las paredes de la finca están los carteles de las actuaciones del rejoneador Fabio Ochoa júnior, alguna de ellas en España junto a los hermanos Peralta, y una enorme fotografía del joven miembro de la familia, hoy en paradero desconocido, en el momento de clavar un rejón a un toro.
Junto a la mansión, un grupo de fornidos jóvenes que el abogado identifica como empleados de la casa, pasa el tiempo jugando al pimpón.
Las hermanas de Jorge Luis Ochoa -Marta Nieves, María lsabel, Ángela y Fresia- están ya sentadas junto a su madre. Se levantan continuamente para atender al montón de hijos que acaban de llegar del colegio en un microbús de la familia. Don Fabio tiene 17 nietos de sus ocho hijos. Las hermanas Ochoa son jóvenes y guapas, y parecen estar alegres cuando comentan divertidas los pequeños sucesos del día y la piñata que preparan para después del almuerzo.
Para comer tenemos ajiaco, una tradicional comida bogotana con pollo, maíz, aguacate y alcaparras. Para beber, zumo de piña y leche de las vacas de la casa. En una esquina de la enorme mesa situada en el porche trasero se han sentado, junto a las cinco mujeres y los invitados, hay tres hombres que no se han presentado, aunque uno de ellos tiene un inequívoco acento español.
Doña Margot recuerda que en esa mesa se sentaba antes a comer cada día toda la familia. En una pequeña mesa colocada al lado -una cría de la principal, como dice una de las hijas- se sientan los nietos, atendidos por las criadas y la abuela.
Durante el almuerzo se habla de las cualidades de doña Margot como cocinera -demostradas al probar el ajiaco- Sirven el café en uno de los salones de la casa, con el mismo sabor andaluz, plantas y azulejos, que el resto de la mansión. Cuando traen las tazas de cristal, cada una de juegos distintos, Fresia llama, sonriendo, la atención del periodista sobre "la vajilla de plata del clan de los Ochoa".
Todas pasaron por España en algún momento durante el año que Jorge Luis Ochoa permaneció en las cárceles de este país. Llegó a juntarse la familia completa -los 17 nietos incluidos- en el chalé que habían comprado en Pozuelo. Tienen un recuerdo contradictorio de su experiencia española. Lo primero que destacan es que estaban acompañadas por policías en todos los movimientos que hacían por Madrid, hasta el punto que ya reconocían y saludaban a los agentes que les esperaban en el aeropuerto cada vez que llegaban a la capital española. Mencionan las primeras ayudas que recibieron "de gente del mundo de los toros, como Pepe Dominguín".
No hubo sobornos
Tienen también el recuerdo de "gente muy poco accesible" entre la que les tocó tratar para conseguir que Jorge Luis fuera entregado a Colombia en lugar de a Estados Unidos. Garantizan que no utilizaron el soborno para conseguirlo, entre otras razones porque "en España no existe el soborno, sólo a un nivel muy pequeño". Dicen que su paso por España les costó aproximadamente 900 millones de pesetas, pero doña Margot cree que la extradición de Jorge Luis a Colombia la consiguieron "gracias a la Providencia divina".Describen a Jorge Luis como "un gordo bonachón, una persona sencilla que sólo le interesa la buena vida y comer bien", y lo consideran "el líder de la familia desde siempre".
Marta Nieves, que hace cuatro años estuvo secuestrada por el grupo guerrillero Movimiento Diecinueve de Abril (M-19), es la más decidida al hablar del narcotráfico. Explica que "la gente que está en este negocio no son asesinos, son la misma gente que un día se dedicó a la venta de whisky y cosas así". De Carlos Lehder, recientemente extradido a EE UU, y Pablo Escobar, también reclamado como presunto narcotraficante por la justicia norteamericana, opina que "son igual de víctimas" que sus hermanos.
Se quejan de que a sus hijos no los admitan en ningún colegio por llevar el apellido Ochoa, y su padre ha tenido que construir una escuela y contratar profesores particulares para sus 17 nietos.
Ninguna de las mujeres Ochoa sale de casa. Si lo hacen, tiene que ir cada una acompañada por media docena de guardaespaldas. Al marido de Angela lo mataron a tiros hace dos años a pocos metros de la casa de don Fabio. Su única ambición, dicen, es "poder llevar una vida normal, sin tener que estar huyendo".
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