Meditacion desde Italia
Cuando EL PAÍS me pidió un análisis de los defectos del sistema político español, probablemente pensaría en un alegato contra ciertos aspectos de nuestro sistema constitucional que le confirmaría algunas de sus hipótesis de partida.Supongo que la razón de esta serie tiene como objetivo explicar cuáles son las deficiencias de nuestras instituciones constitucionales, que en parte justificarían una cierta hipertrofia de algún elemento de nuestra vida política, en detrimento de un más sano equilibrio de la misma. Pues bien, me parece que la actual coyuntura personal, que me sitúa en Italia desde hace algún tiempo, podría ser interesante para, a través del método comparado, llevar a cabo el empeño que se me ha encargado.
Hace algunos años me vi obligado, junto con otros colegas, a dedicarme a explicar que en la última época del régimen franquista en España se había producido un claro crecimiento o desarrollo económico sin el paralelo y esencial desarrollo político. La renta per cápita de los españoles había crecido espectacularmente en un decenio; pero, por el contrario, nuestras libertades y nuestras instituciones políticas se encontraban en una situación lamentable en el seno de un régimen autoritario. Hoy, 10 años después de iniciarse la prodigiosa década de la transición, me parece que si no se puede sostener exactamente lo contrario, sí cabe afirmar que gozamos de un fuerte desarrollo político que está por encíma del desarrollo económico que se debería esperar, y que equivaldría a que hubiese continuado el crecimiento económico, aunque de forma mucho más equilibrada y repartida que en los citados años del franquismo. Sin embargo, no ha sido así, porque la renta real de los españoles por habitante ha crecido apenas o se halla, en cierto modo, estancada en los últimos años.
Somos uno de los países que cuenta con una Constitución más progresista, con mayores libertades y derechos fundamentales garantizados; pero ese alto grado de desarrollo político no se ha visto acompañado de un parecido aumento del bienestar económico. Es muy posible así que una de las claves de ese famoso desencanto que se cierne a lo largo de nuestro suelo tenga aquí un argumento fundamental. En efecto, la crisis económica que no acabamos de superar, el aumento implacable del paro, son probablemente algunos de los grandes escollos que hacen pensar a muchos que nuestro sistema político no funciona bien. Así, inmediatamente se buscan los culpables y se señala al Gobierno o se denuncia la parálisis de nuestras instituciones políticas.
Tal proceso de inculpación es posiblemente normal, pero también adolece de una gran superficialidad, porque se trata de una simplificación. Y para demostrarlo, baste con traer a colación el caso italiano. Como es sabido, la imagen que se tenía -o se tiene- del sistema político italiano es que era un sistema bloqueado, sujeto a una inestabilidad de sus Gobiernos, a una implacable partitocracia, a un sistema sin alternancia política y a muchos otros defectos institucionales suficientemente conocidos. Pues bien, a pesar de la insuficiencia de los mecanismos del Estado, Italia se ha convertido hoy en la quinta potencia industrial del mundo y es posible mantener que sus tres grandes lacras de hace algunos años, el terrorismo, la crisis económica y el desempleo, han sido doblegados hasta el punto de que la economía italiana es una de las más agresivas e innovadoras del momento actual.
Ahora bien, ello no implica que se hayan superado los enormes defectos de su sistema político, puesto que todos los italianos son conscientes de tal insuficiencia, como lo demuestra que se repitan una y otra vez los proyectos de reforma institucional. Es más, existen italianos que miran con envidia la modernidad del sistema político español y sueñan con lo que harían si tuvieran un sistema parecido en su península. ¿Cuál es entonces el secreto del éxito italiano y la explicación del descontento español? Evidentemente, ni los textos constitucionales, ni las leyes electorales, ni los reglamentos de las cámaras explican, como sus aciertos o sus defectos, una y otra situación. La razón habrá que ir a buscarla a otra parte.
La razón hay que buscarla, precisamente, en el diferente entramado que tiene la sociedad civil en uno y otro país. En Italia, por decirlo gráficamente, quien tira del país no es el Estado, no es el Gobierno, es la propia sociedad a través de sus dirigentes, de sus empresarios, de sus asociaciones, a través de su participación masiva en la política, de su capacidad inventiva y creadora, a través de la flexibilidad de su mercado, de la responsabilidad de los agentes sociales. El prestigio y el peso social de los Agnelli, De Benedetti, Gardini, Pirelli, etcétera, hace que sean reconocidos colectivamente como una clase dirigente a la que hay que seguir. Pero no sólo son los grandes empresarios o condottieri de la economía italiana los que están en la clave del milagro económico, sino que junto a ellos hay que tener en cuenta igualmente los miles de empresarios medios que, con imaginación e innovaciones tecnológicas, están fomentando continuamente la exportación. El famoso fenómeno de la economía sommersa no encontrará probablemente otro ejemplo más significativo que en el caso italiano.
La famosa promesa
¿Dónde están en España los paralelos de estos ejemplos? Cuando se ataca al Gobierno porque no ha mantenido la famosa promesa de los puestos de trabajo, nadie piensa que estos puestos no los crean los Gobiernos, salvo en una economía colectivizada que tiene, obviamente, otras servídumbres, sino la capacidad creadora de la propia sociedad, la valentía y espíritu emprendedor de una clase empresarial que hoy por hoy, salvo honrosas excepciones, no existe en nuestro país. En Italia, los agentes sociales se entienden entre ellos sin esperar a que lo resuelva todo el Estado-papá, y la madurez de unos y otros logra que muchas veces se pongan por encima de los intereses sectoriales los de la economía nacional. Fenómeno que se da también en lo que se refiere a la política exterior que defiende los intereses nacionales, y en la que se puede ver normalraente un consenso entre todos los partidos. Mientras que el Partido Comunista italiano acepta la pertenencia de Italia a la OTAN, en España hemos podido ver ejemplos esperpénticos sobre nuestra permanencia en esa alianza. En Italia, donde el fenómeno de la partitocracia es en muchos aspectos aberrante, nadie deja, aun criticando a los partidos, de participar en las elecciones, en los mítines, en las reuniones. La socialización política y la participación en las decisiones se consideran así elementos indispensables en el funcionamiento de la democracia. ¿Podemos decir nosotros lo mismo? Creo no vale la pena seguir señalando muchos más ejemplos.
Lo dicho me basta para afirmar que los males de nuestra sociedad no derivan de los defectos posibles de nuestro sistema político, sino, sobre todo, del bajo nivel de cultura industrial y, subsidiariamente, política que, hoy por hoy, se puede ver en la sociedad española. Por supuesto, existen razones históricas y sociológicas que explican tales anomalías, pero es evidente que no tengo espacio para entrar ahora en su explicación. Lo que sí está claro es que de nada sirve que nos consolemos ante la irreversibilidad de nuestro pasado. Lo que realmente cuenta es que miremos al futuro, porque las soluciones existen. Pero estas soluciones no pasan por modificaciones del entramado institucional de nuestro sistema político, aunque tampoco niego que algo se deba reforzar en este sentido. Las verdaderas soluciones sólo se encuentran en el sistema educativo y en el fortalecimiento de los partidos políticos, que tienen que asumir urgentemente esta necesidad de incrementar la socialización y la cultura políticas. Esto es, el verdadero objetivo consiste en dinamizar la sociedad civil; en adquirir una cultura industrial suficiente; en implicar a ciudadanos e instituciones en la vida pública promoviendo su participación; en acelerar la formación de una comunidad científica -y política- laica y no dogmática; repartir el poder e involucrar a todos los interesados en la definitiva modernización de España. Todo lo que no sea esto es música celestial o entretenimiento de constitucionalistas.
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