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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa en América

EL VIAJE de Francisco Fernández Ordóñez a México y Guatemala debe permitir un esfuerzo particular de la diplomacia española para lograr que Europa adopte una actitud de apoyo más resuelto a las soluciones de paz en Centroamérica. No es una tarea fácil, ya que, a consecuencias de las presiones de EE UU, solamente Italia, Bélgica, Holanda y España han dado garantías de que sus ministros de Exteriores asistirán a la reunión que la CE va a celebrar, a partir del 9 de febrero, en Guatemala, con el Grupo de Contadora y el Grupo de Apoyo, y asimismo con los cinco países centroamericanos. Cabe lamentar estas nuevas debilidades de miembros de la CE ante una ocasión muy adecuada para estrechar los lazos entre Europa y América latina.Desde el fracaso en Panamá, en junio 1986, de la firma del Acta preparada por Contadora, se han producido en el conflicto centroamericano algunas evoluciones significativas: en primer lugar, Latinoamérica ha adoptado una actitud mucho más cohesionada, activa y firme. La visita, el mes pasado, a las capitales centroamericanas de los cancilleres de Colombia, México, Panamá, Venezuela, Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, acompañados por los secretarios generales de la ONU y de la OEA, a pesar de que no ha dado frutos concretos, ha sido un respaldo sin precedentes a las soluciones pacíficas. Dos concepciones básicas enfrentan en esta cuestión a América Latina y a EE UU. La primera considera que el conflicto es regional, por ello lo prioritario es garantizar las fronteras y rebajar la tensión militar.

EE UU encuadra el conflicto en el marco Este-Oeste y considera a Nicaragua como una base soviética. Ante Contadora, Washington ha evolucionado desde una actitud ambigua a una oposición más neta. En concreto, el discurso del 23 de enero del secretario de Estado adjunto, Elliott Abrams, plantea con claridad que solamente los medios militares sirven para influir sobre los sandinistas. A la vez, acusa a Contadora de fomentar "negociaciones engañosas" y de estar dirigida por la izquierda. EE UU empuja a la contra a intensificar la lucha armada dentro de Nicaragua y, en el terreno diplomático, ha logrado que Costa Rica y Honduras pongan en pie un nuevo plan cuya meta es aislar a Nicaragua exigiendo a los sandinistas, como condición previa a cualquier negociación, que democraticen su país. Este plan tiende, obviamente, a impedir que Contadora pueda continuar.

Por otra parte, nuevos factores han entrado en juego, que dificultan la estrategia militarista de EE UU. La nueva mayoría demócrata en el Congreso supone que los obstáculos a las ayudas a la contra van a incrementarse. Y entre los sectores de la oposición al sandinismo están surgiendo divisiones que pueden llevar a una ruptura. Arturo Cruz, personalidad con una trayectoria democrática, parece resistirse a la hegemonía de los elementos somocistas. Todos estos hechos deberían aconsejar a la Administración de Reagan, si quiere actuar con realismo y racionalidad, una revisión de la política seguida hasta aquí.

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Estamos, pues, en una coyuntura en la que la posición de Europa puede ejercer una influencia seria. La CE ha expresado de modo reiterado su apoyo a Contadora. La inminente reunión de Guatemala debe dejar claro, ante la opinión americana en su conjunto, tanto del Norte como del Sur, que Europa no aceptará que Centroamérica sea considerada como un jardín de EE UU. En cuanto a los justos deseos de los países democráticos -que el presidente de Perú reiteró en su reciente viaje a Managua- de que Nicaragua dé pasos hacia el pluralismo político, diversos síntomas indican que el tema se debate en la propia dirección sandinista. Pero será muy dificil que avancen las posiciones más flexibles si no cuaja una perspectiva realista de puesta en marcha de las soluciones de Contadora y de al9jamiento de las amenazas de intervención militar. El Gobierno de Felipe González ha defendido en esta cuestión una posición clara. Pero hace falta obtener el máximo consenso europeo, que demuestre la capacidad de Europa de hablar con voz propia.

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