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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aromas marchitos

Realizada en 1962, Vivre sa vie es el cuarto largometraje de JeanLuc Godard, cuya insólita obra inicial, y entre ella se cuenta este filme, fue la punta de lanza del movimiento conocido como nouvelle vague, que intentó con radicalidad y discutible fortuna la renovación formal del cine francés.Godard, después de sus polémicos años de formación como teórico del cine, en los que en ocasiones usó la pluma con la misma lógica que más tarde imprimiría a su cámara, saltó a la celebridad con un filme, A bout de souffle , que desató los nudos de la enredada parálisis en que, a finales de los años cincuenta, se encontraba la expresión cinematográfica francesa, dominada entonces por un abrumador convencionalismo. Su irrupción en las pantallas alcanzó así resonancias revolucionarias.

Vivir su vida

Director y guionista: Jean-Luc Godard. Fotografía: Raoul Coutard.Música: Michel Legrand. Producción francesa, 1962. Intérpretes: Anna Karina, Daddy Rebot, André Labarthe, Peter Kassovitz, Brice Parain. Estreno en Madrid (en versión original subtitulada): cine Rosales.

Se cuenta -y aunque la anécdota sea apócrifa contiene verdad- que uno de los aspectos que más sorprendió del primer tramo de la obra de Godard, la fragmentación del montaje en el interior de una secuencia, se produjo en su primer filme de manera casi casual. El filme era al parecer demasiado largo y su productor pidió a Godard que lo cortase hasta dejarlo en un metraje menor. Godard, en lugar de amputar, según la costumbre, secuencias completas, expurgó planos dentro de las secuencias, rompiendo así su continuidad. En este sentido es posible hablar de saltos narrativos y de fragmentación en el raro estilo de este cineasta.

Actor contra personaje

En Vivir su vida es posiblemente donde, de manera más explícita, Godard. desplegó, ya de manera enteramente consciente, a este vigoroso hallazgo distintivo de su estilo. Vivir su vida es un filme lleno de saltos, de arritmias interiores calculadas, de miniaturas de secuencias despojadas, reducidas a su esqueleto o a su armazón y despojadas de toda tentación de ornamento, en una apasionada exploración de las esquinas de la esencialidad.Pero la exuberancia de recursos de inventiva visual del cineasta hizo que en esta esencialidad se produjera un paradójico giro barroco, que convirtió a su pasión por la parquedad en una puerta abierta al recargamiento e incluso al exceso. Y esta curiosa contradicción se convierte -y Vivir su vida es en este sentido casi un filme programático- en una de las vías de acceso a la coherencia del aparentemente incoherente Godard, lo que es una clave escondida de la racionalidad de sus filmes.

En el entretejido de esta racionalidad, quien quiera entrar en el interior de esta, al mismo tiempo dispersa e intensa obra, una película seca, dificil de contemplar sosegadamente e incluso un poco inhóspita, ha de buscar otro hilo conductor: una especie de curioso desenfoque que Godard llevaría a sus últimas consecuencias dos años más tarde, en su obra cumbre Pierrot el loco- entre el actor y su composición del personaje, como si cada uno tuviera que vérsela con el otro en el campo de batalla del ratón y el gato, en un entrelazado de sutiles regates recíprocos, en los que unas veces actores y personajes coinciden y otras no. En Vivir su vida, Anna Karina es una veces ella misma, otras la prostituta que interpreta y finalmente ambas alternativamente, en instantáneas sucesiones del juego al escondite entre la intérprete y su máscara.

Vivir su vida, después de 25 años de existencia sigue conservando parte del aroma a cosa nueva que tuvo en su irrupción en las pantallas. Pero el que fue uno de sus más poderosos alicientes iniciales se ha desvanecido y lo que al nacer era una aurora hoy adquiere tonalidades crepusculares e incluso mortecinas; un filme que surgió como brote de una explosión de fertilidad hoy tiene aspecto de camino intransitable; un ejercicio fílmico que nació como un zarandeo a convenciones cinematográficas agotadas, se ha vuelto a su vez una convención marchita. Es la tragedia de Godard, fácil de ver en este filme: su esfuerzo por abrir otros caminos se quedó en esfuerzo, y su obra, lejos de la ejemplaridad, es hoy un islote poco accesible y sin apenas consecuentes.

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