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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un nuevo aviso viene de Melilla

LOS GRAVES incidentes de este fin de semana en Melilla, en los que han resultado heridos de gravedad cinco ciudadanos como consecuencia del enfrentamiento entre las dos comunidades, no deben ser despachados con la táctica del avestruz y deben de invitar a la reflexión, si se pretende encarar seriamente los problemas que vienen ocurriendo en aquella ciudad desde hace algún tiempo. La detención de 32 personas, entre ellas el dirigente religioso de la comunidad musulmana, ofrece otro dato de cierto interés para poder efectuar un análisis de la situación, que, como bien dice el delegado del Gobierno, no conviene dramatizar, pero tampoco minimizar.Los disturbios de ayer y de la madrugada del. domingo no han hecho sino significar que la naturaleza del problema que se está tratando de agitar desde frentes muy contrapuestos precisa soluciones más imaginativas que el voluntarismo y el primitivo conocimiento que sobre este tipo de cuestiones pueda poseer Manuel Céspedes, delegado del Gobierno en la ciudad y ex jefe de la seguridad de la Moncloa. Resulta cuando menos chusco que el representante del Gobierno central se constituya, como ha ocurrido con ocasión de estos incidentes, en jefe directo de los antidisturbios y participe en la operación de apaciguamiento de la colectividad musulmana, y que portavoces de ésta califican de pura y simple represión. Sus posteriores declaraciones en conferencia de prensa no hacen sino confirmar la sutileza de sus planteamientos. Ésa no puede ser la fórmula para dar solución a un problema de tanta complejidad como el de Melilla. Máxime cuando está bastante claro que hay intereses que tratan de enquistarse desde posiciones muy diversas en todo el desarrollo de la crisis melillense, y sobre los que existe una dimensión de política exterior que en cualquier caso no se puede perder de vista.

Apenas hace unos días (véase EL PAÍS del pasado 24 de enero) recordábamos que el Gobierno de Felipe González carece de una política seria ante un problema que probablemente constituya la asignatura más enrarecida de nuestra diplomacia, al tiempo que anunciábamos fundadas sospechas de que Marruecos podía estar interesado en estos momentos en adelantar sus peones en el tablero de las relaciones políticas con España aprovechando la trifulca de su reivindicación territorial. Por eso mismo, y a pesar de todas las declaraciones oficiales, contrasta aún más vivamente con tan abrupta realidad el hieratismo del ministro Barrionuevo, convertido -muy a su pesar- en mensajero de la escalada diplomática más audaz que sobre este tema haya iniciado el monarca marroquí, Hassan II. Tras la visita del ministro español a Rabat, los acontecimientos, muy significativamente, no se han hecho esperar.

El fugaz asesor del Ministerio del Interior, Aomar Mohamedi Dudú, se pasó a Marruecos el jueves último, y tras su simulacro de autoexilio, no por casualidad, ha dado comienzo inmediatamente esta secuencia de incidentes, que no suponen otra cosa que un nuevo episodio en el ascenso en la escalada de la tensión que se vive en la ciudad. Durante el fin de semana, la táctica de provocar graves incidentes ha funcionado. Una vez más, la iniciativa, ejercida por caminos complejos y puede que poco sinceros, reside en quienes trabajan en favor de desarrollar un proceso de gangrena en el contencioso de Melilla. Y, por tanto, en este río revuelto, el beneficio fundamental no puede acabar por beneficiar sino a las posiciones anexionistas de Marruecos.

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El problema de Ceuta y Melilla existe. Marruecos tiene unas pretensiones territoriales sobre estas ciudades manifestadas de forma reiterada y presentadas ante organismos internacionales, como el comité de descolonización de Naciones Unidas. Ignorar esta realidad es -la mejor receta para cosechar un fracaso innecesario y facilitar el funcionamiento de las: tesis provocadoras.

La defensa de los legítimos derechos de la población de estas ciudades, la salvaguardia de los intereses españoles y el diseño de una política inteligente y a largo plazo con el vecino del Sur exige mayores dosis de racionalidad y una visión menos localista del problema y a más largo plazo.

Los hechos de ayer deben mover a la reflexión. Mientras que se siga por el camino denegar la realidad estaremos -curiosamente- en posición de debilidad y sometidos a todos los imaginables chantajes y presiones que convengan a Marruecos.

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