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Tribuna
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La espada de Arnedo

Una tarde de toros hace casi 30 años, en Las Ventas, surgió la espada de Arnedo". Debutaba un muchacho espigado, de tez macílenta -quizá porque los nervios alterados le espantaban la sangre- anguloso y tan delgado que por los tendidos le comparaban con un espárrago. Muleteaba recio, seco, sin recibir -y quizá sin apetecer- las caricias del arte, y a la afición le parecía uno de tantos."Flor de un día este Antonio León o como se llame, ¿no cree ustez, don Mariano?, comunicaba un antiguo aficionado a otro aún más antiguo, honra y prez de] coso venteño. Pero don Mariano, en su sabiduría, no otorgaba, y respondía filtrando la media voz por un colmillo, sin distraer la mirada de la lidia: "En los toros siempre hay que esperar al final, por lo que pueda suceder". Y sucedió: el espigadillo muchacho montó la espada, se aupó a punta de pie, arqueó la pierna izquierda, adelantó abajo la muleta... Del volapié, ejecutado con toda la lentitud y el esmero que reclama su pureza, salió el novillo rodado, listo para las mulillas.

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Los aficionados cruzaban atónitas miradas. Don Mariano se puso en pie e invocaba a los padres de la tauromaquia. No era usual ya entonces, y menos en novilleros, matar así. Allí mismo dejó de ser uno de tantos el descolorido debutante; Antonio León empezaba a ser "el rey del volapié", la espada de Arnedo" -le decían, para honrar su patria chica.

Que la caricia del arte ni le llegase ni la convocara importó poco de ahí en adelante. La afición esperaba confiada al momente del volapié que, en toreo, es hora suprema.

Durante más de 20 años n.o actuó mucho, ni alcanzó las cimas de la profesión, pero mantuvo su fama de gran estoqueador, que aún hoy en día conserva para los inuchos aficionados que lo vieron. Otros de más campanillas no han conseguido tanto.

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