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Reagan, 'rehén' hasta agosto de la investigación emprendida en el Congreso de Estados Unidos

Francisco G. Basterra

El escándalo del Irangate invade por completo la escena política norteamericana y hará de la presidencia su rehén hasta al menos el 1 de agosto, plazo fijado por el Senado para concluir las investigaciones. Las Navidades sólo han supuesto una tregua, y Ronald Reagan, que cumplirá en febrero 76 años, no ha podido saborear la buena noticia de que no tiene cáncer y de que posee el hígado de un joven. El 64% de los norteamericanos cree que la crisis iraní incapacita a Reagan para ser un presidente efectivo en los dos años que le quedan en la Casa Blanca, según el último sondeo de opinión.

"¿Cómo pueden pensar realmente que soy un mentiroso?', le comentó el presidente, estas Navidades, en California, a un amigo.El nuevo Congreso, tan sólo 48 horas después de su constitución, confirma lo que ya temía el presidente: no habrá un final rápido de las investigaciones como desea la Casa Blanca y las pesquisas no sólo se dirigirán a la operación secreta de venta de armas a Teherán, sino que profundizarán también en la ayuda, directa o indirecta, prestada por el Gobierno a la contra nicaragüense.

A los interrogatorios que llevarán a cabo -de cara al público, a partir de febrero- dos comisiones especiales del Congreso se une el trabajo de un fiscal especial, el juez Lawrence Walsh. Éste también investigará hasta qué punto era pública y oficial la red privada de ayuda a la contra cuando la ley prohibía la participación del Gobierno de Estados Unidos.

North, acusado

Se desbordan las nuevas revelaciones, que amenazan incluso con implicar a miembros del Gabinete que hasta ahora parecían limpios. La Casa Blanca dijo ayer que el teniente coronel Oliver North, el principal responsable del escándalo que podría acabar políticarnente con la presidencia de Reagan, falsificó una cronología de los acontecimientos para demostrar que sus manejos gozaban de la aprobación del presidente.La cadena de televisión NBC reveló ayer que William Casey, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), fue en todo momento el responsable y el padrino que tenían North y el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) para continuar enviando armas a los rebeldes nicaragüenses, saltándose la prohibición del Congreso.

Pero Casey ya no podrá contarlo. Los médicos que le atienden en el Hospital Universitario de Georgetown, en Washington, confirman que, prácticamente, no puede hablar y tiene paralizada la parte derecha de su cuerpo a consecuencia de un cáncer en el cerebro del que fue operado antes de Navidades. Su sustitución al frente del organismo de espionaje se producirá en las próximas semanas.

El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, cuyo papel en la operación iraní parecía haber sido el de un honrado almacenador de armas, que se limitó a entregar a la CIA, ha revelado que el Pentágono cobró un precio injustificadamente bajo por los misiles Tow enviados el año pasado a Irán.

El beneficio realizado posteriormente con este material, por el que los clérigos iraníes pagaron un precio muy superior, fue desviado, al parecer, a la contra, acabó en los bolsillos de intermediarios o, en el peor de los casos, lo que agravaría una situación de por si muy complicada, podría haberse desviado para fines políticos internos de EE UU. Para revolver aún más el rompecabezas, Weinberger duda ahora de que las comisiones de la operación iraní hayan terminado en manos de la contra.

El papel de Brunei

El secretario de Estado, George Shultz, el político que afirma no saber nada del escándalo, pidió dinero para los rebeldes antisandinistas al sultán de Brunei y ahora el Departamento de Estado no sabe adónde han ido a parar los 10 millones de dólares (1.300 millones de pesetas) que entregó el generoso mecenas de la diminuta nación asiática como favor a Washington. Este dato ha aparecido en el informe elaborado por la comisión de Información del Senado, realizado en diciembre pasado tras 90 horas de audiencias a puerta cerrada.Este trabajo realizado por el anterior Congreso revela un caos en la conducción de la política exterior de EE UU y confirma, en contra de lo afirmado por el presidente, que toda la operación fue sólo un intercambio de rehenes por armas. Deja mal al presidente, que aparece como ignorante de lo que ocurre en la Casa Blanca y de lo que hacen sus asesores más directos, pero le salva también en última instancia de haber tenido un conocimiento previo de una conexión contra en la operación iraní. Esto explica que la Casa Blanca haya manifestado su "profundo disgusto" por la negativa de la citada comisión a hacer público el informe.

Los demócratas, que prefieren evidentemente someter al presidente a un lento tormento chino de un escándalo que supure, gota a gota, revelaciones que debiliten a Reagan, empalmando este drama con el año electoral 1988, se han negado a publicarlo.

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