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La tarea de la filosofía

Adela Cortina

En la República Federal de Alemania, tratando de profundizar en la filosofía discursiva de K. O. Apel y J. Habermas, como base teórica para una moral democrática, leo con estupor el texto de E. Trías en EL PAÍS, en el que acusa a la teoría discursiva de totalitaria o tendente al totalitarismo. Una sola cosa me tranquiliza: constato que España sigue siendo diferente. Pero ya va siendo hora de que lo sea por otros motivos.En principio, el totalitarismo es un riesgo económico-político, más que filosófico. Quienes tienen acceso al poder económico, político o cultural pueden permitirse el lujo de ser totalitarios, haciendo uso de cualquier propuesta filosófica, parezca o no totalitaria. Conviene recordarlo para no caer en la ingenuidad, porque es idealismo ingenuo creer que las ideas mueven el mundo.

Pero si queremos atenernos a la vertiente filosófica de la cuestión, próximos al totalitarismo se encuentran el monologismo o el sano sentido común, pero no las propuestas dialógicas. Quien admite -como hace la teoría discursiva- que la razón humana es dialógica está afirmando que sólo a través de la confrontación, el disenso, la comprensión y el acuerdo pueden resultar legitimadas las normas que rigen una sociedad.

Porque esto es a lo más que llega la propuesta discursiva: a pedir que el marco de normas de una sociedad únicamente se considere legitimado cuando lo acepten todos los afectados por él. Sólo en este nivel normativo se exige homogeneidad. Como interprete y viva después cada cual su ideal de felicidad es algo que los individuos y los grupos tienen que decidir según sus peculiaridades. También para ello necesitarán recurrir al diálogo, con el fin de interpretar sus propios deseos y necesidades. Pero el acuerdo, como exigencia normativa, sólo se refiere a las normas a las que todos van a estar sometidos. Mientras los afectados por una norma no estén de acuerdo en aceptarla como válida no puede decirse que sea legítima. Ello exige una transformación de las condiciones materiales y culturales, de modo que los individuos puedan dialogar y decidir en pie de igualdad, porque sólo un consenso en estas condiciones tiene fuerza legitimadora. Creo que no puede expresarse de forma más acabada el ideal de autonomía de los individuos, base innegable de cualquier convivencia democrática.

Riesgo de totalitarismo

La propuesta discursiva de Apel y Habermas no excluye, pues, la confrontación y el disenso. Sólo excluye dos formas de interpretación teórica que, si se implantaran en la, praxis, llevarían al totalitarismo: la convicción de que la razón humana no se expresa a través del diálogo, sino a través del monólogo, y el rechazo de toda en aras de un argumentación presunto sentir común.

Afirmar que la razón es monológica significa justificar teórica mente que cada sujeto pueda considerar y tratar a los demás como objetos, como medios para sus propios fines. Un mundo así entendido llevaría a legitimar teóricamente la utilización de los restantes hombres por parte de quienes tengan el poder efectivo.

El sano sentir común es una mala experiencia para los demócratas alemanes occidentales. El nazismo condenó toda argumentación que pudiera recurrir a principios. Si tales principios han de interpretarse trascendentalmente desde el punto de vista filosófico es una cuestión que me gustaría discutir con J. M. Mardones. Lo bien cierto es que, frente a la argumentación y los principios, el nazismo instituyó el sano sentir común del pueblo alemán como criterio de legitimidad. El resultado es bien conocido y huelgan comentarios. Por eso, un buen número de filósofos ha hecho suya aquella comprensión de la filosofía que apuntó M. Horkheimer: "Los mártires anónimos de los campos de concentración son los símbolos de una humanidad que aspira a nacer. Es tarea de la filosofía traducir lo que ellos han hecho a un lenguaje que se escuche, aun cuando sus voces perecederas hayan sido acalladas por la tiranía" (Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires, 1969, páginas 169 y 170).

En esta tradición deseamos insertarnos cuantos proponemos el acuerdo sobre las normas como base mínima de una convivencia en la que los individuos y los grupos hagan y vivan libremente sus ofertas de vida feliz.

Adela Cortina es profesora de Ética en la universidad de Valencia y becaria de la Von Humboldt-Stiftung en la universidad de Francfort.

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