_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El último rescoldo

El impulso venía de atrás, de algunos locos que en los últimos años 60 soñaron con hacer un teatro libérrimo en la España amordazada. Pero este impulso se convirtió en torrente una luminosa noche de 1970, en que se le rompió la manga a no se sabe qué censor y dejó que una horda de cómicos iluminados se encaramara, con el nombre de Tábano, sobre el escenario del teatro de la Comedia de Madrid en un espectáculo llamado Castañuela 70.

Allí nació la década de fiebre y ojos enrojecidos de la sublevación de las catacumbas del teatro, el extraño, memorable, contradictorio y riquísimo fenómeno de los teatros independientes, en cuyo centro cronológico y cordial hay que situar a la asociación Caballo de Bastos, que ahora desaparece y pasa a la letra pequeña -que es la de la gran imaginación- de la historia del teatro español contemporáneo.

En Caballo de Bastos desembocó el compulsivo movimiento de los independientes y por ella fueron canalizados, alrededor de su idea del Festival Internacional de Teatro de Madrid, sus últimas consecuencias y su agonía por el aplastamiento de la rutina institucional. Las fieras independientes se dispersaron y el rebaño del teatro archisabido, el que ahora reina en nuestros escenarios, se quedó como dueño solitario de los dulces pastos.

El genio alobado de la escena sacó los colmillos en algunas privilegiadas ocasiones dentro de las salas Cadarso y Olimpia de Madrid -y paralelamente en las Villarroel y Lliure de Barcelona- al amparo de Caballo de Bastos, que fue el puente entre el empujón inicial y la extenuación final del mayor esfuerzo conocido en la escena española por escapar de la docilidad, de esas aguas mansas que hoy son la norma sin apenas excepción.

Hay un doloroso sesgo simbólico en el plumazo que hace desaparecer del mapa a este tingladillo, porque con él se apaga el último rescoldo del recuerdo de lo que fue una hoguera, la última antes de la ley de la confortable tibieza que hoy adorna a la peor etapa de la vida teatral española de las últimas décadas, ésta que ahora padecemos.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_