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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Comedia para no reír

Con Tata mía, el cineasta aragonés José Luis Borau se enfrenta como director a un género, la comedia, del que es -y basta para ponerlo en evidencia su trabajo en el célebre guión de Mi querida señorita, que es una de las mejores comedias realizadas por el cine español en toda su historia, en la que abundan buenas películas de este estilo- un consumado conocedor.Este conocimiento del género se percibe en Tata mía, sobre todo en el guión, que está admirablemente bien ordenado en el sentido que una comedia precisa, pues hay en él dos giros de tono, dos salidas de lugar, típicas del género y que están diseñadas por Borau con auténtico primor y un dominio de los quiebros y los cambios de ritmo, ese tipo de zigzags que sólo en películas así caben, que deslumbran por su aparente facilidad, cuando en realidad es una de las argucias estilísticas más difíciles de materializar en la pantalla.

Tata mía

Dirección y guión: José Luis Borau. Fotografia: Teo Escamilla. Música. Jacobo Durán-Loriga. Montaje: Emilio Rodríguez. Decorados: Rafael Richart. Vestuario: Maiki Marín. Producción José Luis Tristán para El Imán. Española, 1986. Intérpretes: Imperio Argentina, Carmen Maura, Alfredo Landa, Xabier Elorriaga, Miguel Rellán, Marisa Paredes, Julieta Serrano, Enriqueta Carballeira, Enma Suárez. Estreno en Madrid: cine Roxy.

Estas dos salidas de sitio o violentos cambios de dirección en la historia narrada en Tata mía, desorientan momentáneamente al espectador para que éste, desde la perplejiad de esa desorientación, comience dentro de la película a ver otra película. Son auténticos saltos -uno que cierra el comienzo y otro que anuncia el final- sobre el vacío, que José Luis Borau no obstante convierte en momentos llenos.

Saltos de ritmo

La primera ruptura se produce en el inicio del filme. Este comienza a discurrir sobre un juego abiertamente lírico, con ecos de melodrama sentimental -el encuentro y primeros lances situacionales entre Imperio Argentina y Carmen Maura- y, de improviso, cuando la acción se traslada desde Aragón a Madrid, esta cadencia inicial salta al territorio de la comedia ortodoxa, en el que Borau penetra de golpe y sin pretensión de rebuscar elementos hilarantes, con seriedad y casi un punto de gravedad.Al final del filme, cuando el pequeño embrollo familiar planteado por Borau está en trance de no dar más de sí y ofrece síntomas de agotamiento, otro salto imaginativo del guionista y director de Tata mía nos hace volver inesperadamente al tono lírico del comienzo, coincidiendo de nuevo con otra traslación física de la acción, esta vez en sentido inverso, desde Madrid al escenario rural aragonés donde el relato comenzó.

Este arranque y este final bastan para poner de manifiesto que detrás de Tata mía hay un cineasta de fuste y gran experiencia. Son cine puro, concebido, por detrás de la aparente sencillez, con gran audacia y realizado con plena posesión del llamado oficio. Entre comienzo y final, en el bloque central del filme hay momentos tan brillantes o más que los dos señalados, que ponen de manifiesto una -no muy frecuente en el cine español- perfecta conjunción entre la historia contada y la manera de contarla, acoplamiento entre idea y materia al que contribuyen decisivamente algunos de los actores, como Rellán, Imperio Argentina, Landa y Carmen Maura.

Sin embargo hay en esta parte central del filme un desequilibrio. En una primera visión no se percibe fácilmente dónde se produce, pero afilando un poco la mirada no es dificil descubrir que, estrechamente interrelacionado con los excelentes juegos que dan en la pantalla los cuatro citados actores en sus respectivos personajes, hay un quinto personaje, el que interpreta Xabier Elorriaga, que tiene dentro mucha menos veracidad que los citados, lo que contamina y debilita a un conjunto concebido sin hilos sueltos.

Esta quiebra hiere en su centro y por ello daña a un filme lleno de inteligencia cinematográfica y de rigor en su ejecución, pero que, pese a su perfección, cojea, a la manera de esos dibujos de alta precisión en el trazo en los que se le cuela de rondón al dibujante un difuso borrón.

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