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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gallotta: genio y figura

No cabe duda de que Gallotta es original, mal que pese a todos los insertados en manifestaciones finiseculares donde impera el reciclado culterano.Es original, y hoy día eso es una cruz muy difícil de llevar. La obra Les Louves et Pandora es una (grande y libre), indisoluble a pesar de sus dos partes. Gallotta aparece en ella marginalmente, como un niño autista. Hace de utilero, apuntador, prestidigitador. Es un ímpertinente y sombrío maestro de ceremonias. Gallotta no teme el ridículo y por eso no lo roza siquiera. Tiene la locura de los santos, y su vuelta al recuerdo es un ejercicio casi proustiano sin control, amargo y sólo pendiente de la poesía de atmósfera como único factor recuperable.

Les Louves et Pandora

Groupe Emile Dubois, Francia. Coreografía: Jean-Claude Gallotta; música: Henry Torgue y, Serge Houppin; diseños: Léo Standard. Teatro Arriaga, Bilbao. 18 de diciembre.

La escena es un muro de estucos desconchados. Puede ser la habitación de Verlaine, el lugar de citas de Kavafry, el templo privado de Djuna Barnes. Todo se desarrolla allí en un tempo que no tiene en cuenta al espectador y genera imágenes con una coherencia particular, sin significado. Los personajes, cuyo nudo, más marinero que gordiano, termina por deshacerse en una risita histérica, resuelven la acción dancístíca en una triste expansión del inconsciente bajo el tamiz nervioso de los pasos. ¡Esto es realismo! Pero de otra clase. Es una danza con el poder clásico de la sugerencia infinita.

Las palabras impuestas por Gallotta se oyen como el murmullo sordo de una ira frustrada.

Todo se desarrolla sobre el tapiz rojo de la tragedia pura: un espacio donde una mujer se lame el hombro y la palma de la mano, ritualmente, desesperada, en el centro justo de una pasión infernal. Aquéllo es también el infierno: todos estamos en el infierno compartiendo la locura (un óculo con reja filigrana humea intermitentemente).

La producción de Les Louves et Pandora es perfecta y rigurosa. El comienzo es un concertante de atomización que abre la acción a Les Louves (luego se repetirá antes de Pandora).

La base argumental, que parece no importar, tiene una de las claves: el Apolo Musageta, de Balanchine. En aquel ballet las musas acaban rendidas, seducidas, entregadas al héroe mítico, a su atlético despliegue. Aquí, por el contrario, dos de las musas (bailarinas-lobas en el recuerdo de Gallota) sacrifican al hombre antes de dividirlo, pero después de haberlo compartido. El cadáver exquisito del varón permanece en una esquina mientras ellas danzan su huella.

En Pandora, una mujer ama a dos hermanos. Vuelve a aparecer la gran cama, signo del odio más que de la cópula. La lucha de los hermanos no es un duelo, sino un dúo. La metáfora es idéntica y cruel: no hay amor a tres que perdure y se impone el sacrificio. Aquí aparece un toque superrealista, daliniano (la res abierta, una pareja inane). Pandora, encarnada excelentemente por Mathilde Altaraz, repite en diagonales su obsesiva indecisión, y por fin, su huida.

El trabajo de este coreógrafo usa artistas de procedencias diversas. Algunos fueron actores; otros, como Viviane Serry, abandonó el ballet clásico para integrarse. Su creación tiene gran similitad con el de Petipa junto a Chaicovski. En este caso, Torgue le brinda la misma compañía y parcela de trabajo.

Pasarán años, muchos serán olvidados. Gallotta arrastrará,junto a sus gestos discordantes, una trascendencia de la que ya hoy no es dueño. Se especula con que la danza contemporánea es un callejón sin salida. Si tiene salida, Gallotta es uno de los que conocen el camino.

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