_
_
_
_

La pesadilla del ministro de Universidades de Chirac

Devaquet, un "buen tipo atrapado por la derecha"

Lluís Bassets

La segunda semana de movilizaciones contra la ley Devaquet ha permitido que, finalmente, quedaran más que aclaradas las posiciones que defienden el Gobierno, por un lado, y los estudiantes, por el otro. Pero Alain Devaquet, el autor del proyecto, y Jacques Chirac, el primer ministro, se han ocupado suficientemente de evitar la clarificación. El ministro de Universidades, porque no desea enemistarse con el ala dura de la mayoría conservadora, aunque quisiera terminar de una vez la pesadilla. Los dirigentes del movimiento estudiantil aseguran que es un buen tipo atrapado por el doctrinarismo político de la derecha.

Isabelle Thomas, la pasionaria del nuevo movimiento estudiantil francés, cuenta que, tras un debate radiofónico, Devaquet le dio la razón, a micrófono cerrado, y se confesó acosado por los suyos.El primer ministro quisiera mantenerse en la curiosa línea de comportamiento consistente en caer simpático a todo el mundo, a sirios y a norteamericanos, a la opinión pública española y a los agricultores afectados por la incorporación de España a la Comunidad Europea (CE), a los europeístas y a los gaullistas más viejos del lugar.

El resultado final es imprevisible, pues está en función de las facilidades con que cuente Chirac para salvar la situación en la calle sin perder la cara. Tanto Devaquet como Chirac han dado toda clase de seguridades a los estudiantes, pero se niegan a retirar la ley.

Los estudiantes saben ya no sería la ley Devaquet, sino la vigente ley socialista, un texto legal que recogiese el derecho de todos los bachilleres a entrar en la facultad universitaria de su elección, que no incluyera la selectividad ni el aumento de tasas, que mantuviera el actual equilibrio de poderes entre estamentos, y que no proporcionase autonomía a departamentos y universidades para emitir diplomas diferenciados, así como para financiarse mediante el recurso a empresas privadas.

Esfuerzo lingüístico

Los estudiantes aseguran que no cejarán hasta ver retirada la ley. Saben que la redacción actual es el resultado de un esfuerzo lingüístico tremendo para decir, sin decirlo, que se abren las puertas a la autonomía de cada centro para conseguir la competitividad entre universidades, la privatización y la aparición de universidades de elite, diferenciadas de las universidades masificadas y degradadas.El lobby radical de la mayoría gubernamental, encabezado por el consejero para educación de Chirac y vicepresidente del sindicato conservador de universitarios, Yves Durand, quería imponer una ley más liberal en lo económico y más autoritaria en la administración y en la diciplina académica.

Se esperaba una dura oposición parlamentaria, pero no se había tenido en cuenta la posibilidad de un nuevo estallido estudiantil, después de tantos años de sopor entre los defensores de los valores igualitarios en Francia.

Contrarreforma neoliberal

Ahora, quienes están en la picota son, por este orden, Alain Devaquet, Rene Monory -ministro de Educación Nacional, que puede ser alcanzado de lleno si el movimiento se extiende a la totalidad del sistema educativo- y Jacques Chirac.Los inspiradores del proyecto, en cambio, se mantienen en la sombra, y se limitan a mover los hilos de sus organizaciones para intentar menguar el movimiento en su propia raíz, en los liceos y en las universidades.

Pero ante las grandes manifestaciones de masa, nadie quiere aparecer públicamente como el enemigo de la juventud y todos ofrecen gestos de diálogo.

La batalla que se juega supera, sin embargo, el ámbito técnico de una reforma universitaria, al parecer obligatoria para cada nuevo Gobierno desde hace 20 años.

Se trata en realidad de una prueba de fuerza sobre la capacidad de reacción de los sectores más desfavorecidos ante la auténtica coútrarreforma neoliberal y conservadora prometida por la derecha francesa en su campaña electoral. Prueba de ello es la aparición de otros movimientos de oposición a las propuestas del Gobierno, que pueden estallar en la calle en el momento en que lleguen al Parlamento.

Desde las prisiones privadas y el código de la nacionalidad hasta la ley sobre la drogadicción y la reforma de la escuela secundaria, el Gobierno de Chirac ha ofrecido a su electorado la clara impresión de que está aplicando su programa.

A los electorados ajenos ha ofrecido, en cambio, las consecuencias sociales de su victoria. Gracias, entre otras cosas, a la desaparición de la apatía en las aulas, ahora todo está más claro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_