El español y el cilicio
Una revista ha dado fotos de los instrumentos de autotortura que, siempre según esta publicación, utilizan algunos miembros del Opus Dei. Los objetos están entre la Edad Media y la alta joyería. De donde salen tres consideraciones pseudohistóricas, a saber:Cultura del adorno.
Cultura de la tortura.
Cultura del sadismo.
Por la Dama de Baza y otras damas igualmente antiguas (aunque todavía las encontremos en los, cócteles), sabemos que el peinado de la mujer empezó siendo una artesanía, una cosa repetitiva, como todas las artesanías (y no hay más que comparar a la de Baza con su famosa doble, la de Elche). La primera/primitiva mujer que se atrevió a modificar el peinado standard de su tribu es la primera feminista de la subhistoria. Pero sabemos que la mujer, en aquellas tribus, fue explotada como obrero agrícola. La mujer ha sido secular y folklóricamente vista por el hombre como objeto de comercio, antes o después que como objeto sexual. Se sacrificaban doncellas a los dioses, se torturaban doncellas (y con esto pasamos a la cultura o la civilización de la tortura) porque se esperaba de los dioses una respuesta, un beneficio agrario o cinegético. Se trataba ya de una operación mercantil con el cielo.
La autotortura religiosa tiene en común con la tortura primitiva que también quiere sobornar a Dios o a los dioses. Este sufrimiento que me impongo se merece algo. -Como el mendigo que se exhibe medio desnudo en invierno para sobornar al burgués y obtener la limosna. Pero los dioses son volubles y a veces dejan morir a las doncellas sin dar nada a cambio. Es cuando las culturas primeras deciden no vender la doncella a los dioses (lo cual tiene todos los riesgos de una apuesta), sino vender la doncella, sencillamente, a la tribu de al lado, en matrimonio, a cambio de ganado y especies.
Y nace o se intensifica la cultura del adorno, todo el atalaje femenino que tiende a hacer más codiciadera (en todos los sentidos) la mercancía. La civilización del adorno y la civilización de la tortura se alternan así, graciosamente, sobre el cuerpo siempre adorable y víctima de la mujer. Pero el hombre, en realidad nunca ha sabido bien qué hacer con la mujer, pues no le bastaba con el acto de la posesión (donde, como dice Proust, "no se posee nada"). Entonces nace la cultura del sadismo. El sadismo, naturalmente, es muy anterior a Sade. El sadismo es una de las variantes fundamentales de lo humano. Ya en la civilización de la tortura había sadismo, claro. No se sabe si los dioses disfrutaban con el espectáculo de la doncella troceada, pero la tribu disfrutaba mucho (hombres y mujeres).
Incluso en la civilización del adorno hay sadismo. El sadismo de convertir a una mujer en un objeto, mediante un proceso artesanal. En la novela (antifeminista) Nueve semanas y media escrita por una mujer, la primitiva cultura sádica del adorno, del mimo por parte del hombre, de la objetualización de la muchacha, reproduce exactamente, en un medio tan siglo XX como Nueva York o así, los rituales de la civilización del adorno, que tienden a anular al individuo femenino, no mediante el dolor, sino mediante el placer. Y aquí está toda la diferencia, toda la distancia. Hemos pasado del sadismo prehistórico del dolor al sadismo del placer. Por eso son medievales, cuando menos, los latigantes españoles de Semana Santa y las gentes de fe, con votos o no, que se autotorturan. Están todavía en el sadismo salvaje del dolor. Los salvajes, con el adorno, habían descubierto ya el sadismo del placer.
La civilización del adorno, en España, está bien datada en las Damas de Elche y Baza. En cuanto lo que el adorno pueda tener de sadismo inverso, de sadismo del placer, parece que lo hemos aclarado anteriormente. Y en el propio Sade (que al fin lo daría apellido, en el XVIII) cuenta tanto la aniquilación mediante el dolor como la aniquilación mediante el placer. El adorno, impuesto o voluntario, tiene, pues, un secreto fondo de cilicio. Se trata, en ambos casos, de potenciar el yo (jamás de anularlo, como pretende creer la religión). El cilicio es tan narcisista como el adorno. Y referirnos estos temas..,sobre todo a la inujer, no sólo porque ella es más víctima de tales usos y consumos históricos, sino porque el hombre participa de todo ello, como víctima o victimario, precisamente con su parte más femenina. El hombre que se elige verdugo o maniquí de sí mismo se elige víctima, se elige mujer (históricamente, claro).
La civilización de la tortura es antigua como el hombre o antigua como el miedo. Dice Grahain Greene que donde hay odio hay miedo, y a la inversa. España es el último país de Europa donde se sigue practicando la tortura religiosa, la autotortura, por obra de la Iglesia y asociaciones afines. En principio, esto revela ignorancia fisiológica, ya que una liga de púas, en un muslo femenino, puede ser anafrodisíaca para una mujer, pero muy excitante para otra. La confusión dolor/placer (que sólo comienza a teorizarse a partir de Sade, y que alcanza su punto máximo con Freud) nunca ha estado clara para la Iglesia. Combaten la lubricidad con el castigo, pero la respuesta interior al castigo no puede ser sino más lubricidad. Este es el círculo infernal de las prácticas católicas cruentas, hoy, en España. Muchas veces se está incrementando lo que quiere combatirse con el cilicio, el látigo o la corona de espinas. Ningún teólogo ha sacado a la Iglesia de esta dialéctica placer/ dolor.
La cultura del sadismo parece pura modernidad si la consideramos, en efecto, de una manera puramente nominal, a partir de Sade. Pero, como más o menos queda explicado, el sadismo está ya en las tribus primitivas, mezclado con la religión y el sexo Algunos ex / miembros del Opus Dei, intelectuales, me han confesado que, para sus problemas de conciencia o de cabeza, siempre se les recetaba valíum, mucho valium, en "la Casa". He aquí el sadismo inverso, la aniquilación por el placer, de que venimos hablando a lo largo de este trabajo. Según me dijo una vez mi amigo y maestro (en la vida, que no en la Medicina, claro), el gran doctor Jíménez Díaz, el valium (que por otra parte he consumido mucho tiempo y del que fui fanático), "desestructura la personalidad". A los intelectuales del Opus se les desestructuraba la personalidad mediante el valium, mediante el bienestar inducido, mediante el placer. Puro Sade.
Llegados a este punto, el cilicio en torno de una esbelta cintura femenina es equivalente al valium (que, repito, tiene todos mis respetos) en torno a una cabeza masculina y pensante (y pueden invertirse los términos y los usos, naturalmente, que aquí, por una vez, no estamos haciendo machismo). El Papa ha hablado recientemente de los ángeles buenos y malos, en Roma, a los turistas de kodak y calzoncillos, en términos simplistas, como un párroco de pueblo o un consiliario de "Pan y Catecismo", de cuando la postguerra. Quiere decirse que la Iglesia sigue considerándonos niños de catequesis y, por otra parte, ella misma es infantil en su conocimiento de la realidad -humana, , ya que el culto de la mortificación, favorecido por Juan Pablo II (tan escuchado en España), es siempre un culto morboso. Es como el volver con la lengua, inevitablemente, sobre la muela enferma que duele, por poner el más elemental ejemplo del natural autosadismo humano (o masoquismo).
Pero, más allá de la fisiología, está el turbio sistema de valores que comportan estas tres culturas, y que ya hemos aludido antes. Las tres se unifican en una sola realidad utilitaria: el soborno.
En la civilización de la tortura/autotortura, el primitivo o el penitente de Semana Santa, o de todo el año, soborna a Dios mediante su sufrimiento voluntario o mediante el derroche: una virgen adolescente entregada al cuchillo, ayer, y hoy a la clausura. (Ver Bataille para toda una teoría del derroche.)
En la civilización del adorno, los españoles de toda España adornan a su Virgen local para sobornar a la Virgen del cielo, para halagarla. (Y ya hemos dado en esta serie un trabajo sobre la Virgen.) Del mismo modo que toda la cultura del regalo es una cultura del soborno a la amada: tu flor preferida, tu perfume preferido, tu joya preferida. Una manera de apoderarse de la personalidad del otro, de la otra, anticipándose a sus deseos. El español tiende a anticiparse a los deseos de Dios, y le sacrifica una monja, un ejecutivo o un intelectual, sin saber si es eso lo que quiere Dios.
La cultura del sadismo no es ya sino un cruce de las otras dos: adorno/tortura. El cilicio es tan decorativo como una diadema. Ponerse un cilicio es ponerle las esposas a Dios. El cilicio es un cepo para cazar a Dios. El penitente es siempre el policía de Dios: "Mira cómo me porto yo; a ver tú cómo te comportas conmigo". Se supone que el cilicio es la diadema que más puede deslumbrar en el cielo. Todo el medievalismo de la Iglesia española hace aún posible estas supervivencias que poco tienen de religiosas. Se trata de una religión que vive obsesionada con el cuerpo, aunque, hable mucho del alma. Y cuando surge un movimiento renovador y mundanizador de la fe en España -el Opus-, ocurre que oculta el cilicio medieval bajo el tervilor/jet.
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