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LA DECISIÓN JUDICIAL SOBRE BANCA CATALANA

Los 17 encausados pertenecen al sector nacionalista de la burguesía catalana

Durante 25 años, los jóvenes pujolistas incorporaron a su proyecto a nuevos grupos empresariales

Xavier Vidal-Folch

Casi todo, la fortuna y el infortunio, lo deben a Banca Catalana. Hoy son políticos, gestores, empresarios o abogados que, salvo alguna excepción, no pasan apuros. Viven pendientes de una decisión magistral, la del pleno de la Audiencia Territorial de Barcelona de mañana. Son los 17 antiguos directivos de Banca Catalana, cuyos procesamientos ha solicitado la fiscalía. Hoy, tras la gran plataforma y el gran terremoto bancario, son algo conocidos. Pero hay algunos lazos, poco explicados, que les unen: no son, como falsamente se ha dicho, toda la burguesía catalana, pero sí un grupo particularmente activo de la misma, el nacionalista, que intentó encabezar otros sectores empresariales y en buena parte los fue incorporando también al episodio judicial. Cuando empezaron, hace 30 años, frisaban la treintena, y casi nadie daba un duro por ellos.

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Pocos daban un duro por la burguesía catalana como clase emprendedora cuando los aventureros de Banca Catalana empezaban a fraguar sus planes, a mitad de los cincuenta.Y, sin embargo, aquellos años registraron una alta ebullición, sobre todo generacional. Distintos grupos crearon o transformaron bancos: Jaume Castell y sus amigos de El Pardo, el Banco de Madrid (1954); José María de Porcioles y su grupo familiar-municipal, el Banco Condal (1957); Laureano López Rodó y el grupo opusdeísta, el Banco Atlántico (1961); Pere Duran, transformando el grupo industrial-financiero del Hispano y el Urquijo (1961).

Muchos fueron los llamados y pocos los elegidos. Pero nadie tuvo la exclusiva de la iniciativa económico-financiera. Eso sí, el proyecto de los treintañeros de Catalana tuvo, a diferencia de los demás, un cimiento insólito: el patriótico-financiero: "Nosotros pretendíamos subsanar, al menos en parte, el déficit bancario de Cataluña, crear un instrumento financiero al servicio de Cataluña", ha explicado Francesc Cabana, uno de sus principales promotores. Con más plasticidad, el padre de la criatura, Jordi Pujol explicaba a un biógrafo independiente, Rafael Wirth: "Que yo, en el año 1959, me metiera en una cosa para la que no parecía llamado, que era la banca, venía de terminado por una acción de servicio".

Los viejos cacharros

Era una idea antigua, una idea retomada por el propio Pujol en su panfleto Fer poble, fer Catalunya (Hacer pueblo, hacer Cataluña), de 1958, meses antes de comprar la Banca Dorca: "Sin banca, un país no tiene posibilidad de crear grandes empresas, nuevas fuentes de riqueza importantes. Cataluña vivirá siempre a precario mientras no resuelva este problema".Patriotismos aparte, afloraba también el culto del dinero. En un escrito de prisión de 1961, el banquero encarcelado por antifranquista censuraba a los burgueses de la anterior generación y entonaba a sensu contrario el elogio del lucro: "Ahora ya sabemos que aquellos hombrecillos ni son hombres de carácter ni hombres valientes ni auténticos dirigentes, y que no se pueden convertir ni en santos ni en hérores ni en confesores. Lo sabemos", remachaba la invectiva, "porque no son capaces de amasar dinero, de amasar mucho dinero, muchas pesetas, de crearse una auténtica fuerza económica".

Aquellos chalados de las ideas catalanistas se montaron en el loco cacharro de la banca Dorca, de Olot. Un desvencijado y débil cacharro que tenía nueve empleados, unos depósitos de 15 millones y un capital desembolsado de tan sólo dos, y que al final de su meteórica aventura, ya como grupo Catalana, llegaría a necesitar de las arcas públicas, en 1982 y 1983, una inyección de más de 300.000 millones.

La compra se realizó, el 18 de marzo cle 1958, por el tozudo empeño personal de Jordi Pujol, con el dinero aportado en su mayor parte por su padre, Florenci Pujol -miembro de una familia ampurdanesa fabricante de tapones que se arruinó, y antiguo botones de la Banca Marsans convertido en negociante en bolsa y en firíanciero-, y su amigo el tratante de diamantes David Tennembaum. El alma del grupo fundador estaba compuesta por un reducido núcleo familiar: Jordi Pujol, Francesc Cabana, Jaume Carner y algunos amigos. Ellos iniciarían la época romántica del banco. No tenían aún oficina en Barcelona, y Cabana acudía en su moto a recoger las remesas a los domicilios de los clientes, y desde Barcelona se trasladaban a la sede de Olot.

Ya en 1960 la Dorca se instala en la capital catalana, en el quinto piso del número 288 de la calle de Provenza, antigua oficina de la Banea López Quesada. El ascensor apenas funcionaba, los clientes subían a pie o eran atendidos en una mesa-camilla en la portería y los tres empleados compartían el teléfono (mediante un empalme Ilegal) con el vecino Consulado de Turquía.

Gobernaban la empresa, como gerentes, el joven médico Jordi Pujol, 29 años, y su cuñado, futuro historiador y archivo viviente del grupo Francese Cabana, 25 años, casado con María Pujol. El presidente -lo fue hasta 1979- era Jaume Carner, quien aportaba al equipo el prestigio político catalanista (era nieto del Carner que fue ministro de Hacienda en la II República) y la imagen de solidez económica (hombre fuerte de la importante azucarera Compañía de Industrias Agrícolas, CIA, fundada por sus abuelos), al tiempo que por su carácter no se inmiscuía en tareas ejecutivas. Carner casaría pronto con Lurdes Cabana, hermana de Francesc, cerrando así el círculo familiar.

Pronto, en 1965, ya pasados los primeros tiempos heroicos, Carner traería a un hermano, bien que no de sangre: Raimon Carrasco, hijo del líder democristiano Manuel Carrasco, fusilado por Franco en 1937, y al que los Carner habían prohijado. Raimon entró en 1959 como director comercial de la CIA, de la mano del presidente de Catalana, y luego acudiría al banco, en 1965, como director general, hasta 1973, consejero y luego presidente desde 1979, sustituyendo a su amigo Carner.

Todo grupo fundacional necesita, aunque en él haya licenciados en Derecho, un abogado en activo. En el equipo familiar inicial, además de Pujol, Cabana y Carrasco, todos ellos querellados, destaca Salvador Casanovas, 31 años en 1959, letrado, defensor de Pujol cuando éste fue procesado poco después en consejo de guerra. Casanovas se dedicó a sus negocios financieros y fundó en 1962 Barcelonesa de Financiación. Seis años después sería el hombre del grupo en el Banco de Barcelona, cuando Catalana compró un paquete del Barcelona (antes, Banco de la Propiedad) , en una de sus clásicas operaciones de expansión a saltos, consistentes en la absorción de otras entidades y compras de participaciones.

Este férreo núcleo familiar, generacional y espiritual, se completó con algunos añadidos, empresarios pequeños o medianos, de más edad, de los que no dieron la espalda a los banqueros nacionalistas y participaron como accionistas en la aventura. Algunos de ellos, concretamente tres, han sido incorporados al sumario. Son Martí Rosell, industrial del textil de Terrassa, subsector medias, y posteriormente consejero de Banca Catalana desde 1966; Lluís Montserrat y Ramón Miquel. Lluís Montserrat, comerciante de piensos, con puesto en la Lonja, amigo de Carner por sus relaciones con la CIA, llegó a vicepresidente del Banco de Expansión Comercial, otra de las marcas que compraría Catalana, a partir de 1966, en su crecimiento sincopado, y luego fue consejero de la casa madre al absorber ésta en 1972 el pequeño Expansión. Ramón Miquel Ballart, de Figueres, pequeno empresarlo de comerel aliz ación de productos alimenticios, cierra la terna de estos empresarios.

La antigua burguesía

La carrera de absorciones bancarias y de nuevas iniciativas, hasta llegar a configurar en los primeros ochenta un amplio grupo de cinco bancos y cerca de 200 filiales, fue también una carrera para atraer a las propias posiciones e incorporar al equipo a otros sectores de la burguesía. Aparte de otros nombres que no se han visto involucrados en el asunto judicial, o que han fallecido (Joan Cendrós, Antoni Forrellad), destacan en el sumario tres representantes de esta antigua burguesía: Oleguer Soldevila, Andreu Ribera Rovira y Joan Casablancas.Soldevila, propietario de siete empresas de hilaturas que forman el grupo Mitasa, el más importante del sector; del hotel Majestic y de otras empresas agrícolas y de electrónica, y cercano al Opus Dei, se integró en el grupo a través del Banco Industrial de Cataluña (BIC), iniciativa bancaria originalmente compartida por el Comercial Transatlántico, el Sabadell y Catalana, que acabaría en manos de ésta con la intención convicta de suplir la inexistencia de un INI catalán.

El BIC fue encabezado en sus últimos años por Ribera Rovira, quien ya era accionista de Catalana desde 1960. El presidente de Metales y Platerías Ribera, fabricante de cartuchos para el Ejército, fue el catalanista más vinculado al régimen de Franco: presidente de la Cámara de Comercio y de la Feria de Barcelona, concejal con Porcioles, y el representante de Laureano López Rodó en la tierra, en Barcelona.

Otro magnate de la industria incorporado fue Casablancas, hijo del mítico Ferran Casablancas, hilador de Sabadell e inventor del mecanismo de grandes estirajes. Casablancas fue el hombre representativo en el Banco Mercantil de Manresa, en el que Catalana puso su pica en 1967, y patrocinó su absorción definitiva en 1980.

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