El país del Nilo aún vive la paz con Israel como una 'humillación nacional'
El 13 de octubre de 1981, un general de Aviación llamado Hosni Mubarak fue proclamado rais, o presidente, de la más vieja nación del mundo. Días antes, su predecesor, Anuar el Sadat, había muerto acribillado en El Cairo por estampar su firma en un tratado de paz con Israel. Una paz que los egipcios siguen considerando una humillación nacional. El mundo tembló entonces por Egipto. El mundo aún sigue angustiado por la suerte del más poblado país árabe. El corresponsal de EL PAÍS en Oriente Próximo ha visitado recientemente el país del Nilo.
Vestido con ropas civiles oscuras, cubiertos los ojos por unas inmensas gafas de sol, adusto el semblante, rodeado de, militares uniformados, Hosni Mubarak rindió homenaje, el pasado 6 de octubre, a Anuar el Sadat, asesinado hacía exactamente un lustro. La ceremonia tuvo lugar en el espectacular monumento funerario levantado en memoria del anterior rais de la República Árabe de Egipto, en las afueras de El Cairo. Es una pirámide de mediano tamaño, situada enfrente de la tribuna donde fue acribillado, en 1981, por algunos participantes en el desfile militar que presidía."Héroe de la guerra, héroe de la paz", dice la inscripción que figura sobre la tumba de Sadat; pero Mubarak sólo recordó al'primero, al que, "con su valentía y sabia decisión y su profunda fe en la capacidad del combatiente egipcio", desencadenó la cuarta guerra árabe-israelí, en octubre de 1973. El Sadat elogiado por su sucesor fue el que se apuntó el éxito inicial de aquella guerra: el paso del canal de Suez y la superación de la línea defensiva israelí de Bar Lev. Bajo el sol aún picante del otoño egipcio, a cuatro pasos del desierto, resultaba extraño que Sadat, artífice de ese único triunfo militar árabe frente al poderoso Tsahal, fuera asesinado por gentes que le consideraban traidor y además durante una parada que conmemoraba su éxito del décimo día del Ramadán de 1973.
Un río de lágrimas
Y para los que: habían visto a Mubarak hacía poco, en el palacio alejandrino de Ras el Tin, en compañía del primer ministro israelí Simón Peres también resultaba curioso que el rais no citara en su discurso el segundo gran hecho histórico protagonizado por el homenajeado: la firma de los tratados de paz de Camp David. Ellos le valen el segundo apelativo de su epitafio: "héroe de la paz".
Los restos mortales de Gamal Abdel Nasser, primer rais de Egipto, están en Heliópolis, un barrio creado a principios de siglo por un belga, abuelo del actual barón Empain.
Nasser no tiene un gran mausoleo con pirámide como Sadat, sino sólo un sencillo sarcófago de mármol, al lado de una mezquita de estilo fatimida. "No hay más Dios que Dios", reza la inscripción. Ni una palabra de alabanza al hombre que, desde el destronamiento del rey Faruk en 1952, y hasta su muerte en 1970, rigió los destinos del valle del Nilo.
Esa austeridad contrasta con el recuerdo fervoroso que el pueblo guarda de su primer presidente. Nasser, que fracasó en su intento de unión con Siria, al que los israelíes aplicaron un severo castigo en la guerra de los seis días y arrebataron el Sinaí, fue llorado el día de su entierro como sólo la cantante Om Kelsum lo había sido. No, mucho más. Cuentan los testigos de aquella jornada que El Cairo era un río de lágrimas sinceras.
Once años después, Sadat era inhumado casi en la clandestinidad, en una ceremonia donde el derroche de medidas de seguridad hacía aún más patétíca la ausencia de las masas. Los aparatosos lanceros que ahora vigilan su mausoleo no tienen como principal misión evitar que se atropellen inexistentes multitudes de visitantes compungidos, sino evitar que sea profanado.
Alivio y vergüenza
Los egipcios viven la paz con Israel firmada por Sadat de un modo contradictorio. Aliviados por una parte, avergonzados por otra. De ahí tal vez el rechazo a su autor. En el número del pasado verano de la publicación trimestral Foreigns Affairs, Paul Jabber escribe: "Nunca muy popular en Egipto, la paz separada ha acabado por ser vista como una humillación nacional".
Sadat se apartó del sueño nasserista de hacer de Egipto la Prusia árabe, papel recuperado por la Siria de Hafez el Assad. También arrinconó el socialismo paternalista de su predecesor y liberalizó la economía. Todo ello no hizo sino incrementar la corrupción adminístrativa, enriquecer a unos cuantos hombres de negocios y ahondar las diferencias sociales. Los frecuentes contactos con el israelí Menájem Beguin fueron la sentencia de muerte de un hombre que no era querido. La ejecutaron unos integristas islámicos.
Cuando hace un lustro el general de Aviación Hosni Mubarak, entonces de 53 años de edad, se hizo cargo del poder, pocos en Occidente sabían de él.
Tampoco en Egipto, donde su personalidad había pasado desapercibida durante la era Sadat, en la que fue vicepresidente. Como dicen los árabes, era "una página en blanco".
Y lo sigue siendo en gran medida. En los círculos políticos y universitarios de la capital egipcia se cuentan muchos chistes -nokte en árabe- sobre su persona. Bastantes hacen referencia a que si Nasser nacionalizó el canal de Suez y Sadat recuperó el Sinaí, Mubarak no es capaz ni de construir un metro.
Un hombre reservado que no inspíra miedo
Hosni Mubarak es un hombre reservado y muy prudente. Los maliciosos aseguran que su principal problema es que no inspira miedo. Hijo de un funcionario judicial de una pequeña ciudad de provincias, fue educado en la honestidad, en el respeto a la ley y en una forma interior, nada espectacular, de practicar la religión musulmana. Su esposa, Suzanne, hija de padre egipcio y madre británica, le aporta la simpatía por Occidente. El matrimonio tiene dbs hijos, que trabajan en el sector privado.La familia Mubarak vive desde hace mucho tiempo en Heliópolis. Allí, en un fastuoso hotel de 450 camas, vacío hasta ahora, se acondicionan en la actualidad las oficinas de la presidencia de la República. Del rais se sabe que casi todos los días juega una partida de squash y que sus apariciones en público son escasas, por razones de seguridad, y también por su di,sagrado hacia los actos de masas.
"Se puede presentar como un éxito casi cotidiano el mantenimiento en el poder de este hombre, rodeado de peligros", escribía recientemente en Le Monde Jean-Pierre Peroncel Hougoz acerca de Mubarak. El presidente ha tenido otros éxitos: el restablecimiento de relaciones con Jordania y el diálogo con el líder palestino Yasir Arafat, entre ellos.
El Egipto que hace cinco años heredó Mubarak estaba aislado casi por completo del mundo árabe, como consecuencia de Camp David. La política del tercer rais respecto a Israel, llamada la paz fría, le ha ganado simpatías en el bando de los árabes moderados.
Hasta la cumbre de Alejandría del pasado septiembre, Mubarak se había negado a encontrarse con los dirigentes israelíes, y en los pasillos de Ras el Tin se decía que si esta vez había accedido al diálogo no era tanto por el principio de resolución del problema de Taba, como por la amenaza norteamericana de retirar los dólares que hace llover gratuitamente sobre el Nilo, unos 3.000 millones al año.
A Mubarak no le gustan los israelíes. Ya en los tiempos en que Sadat iba con frecuencia a Israel él se negaba a acompañarle a territorio sionista. Ahora, tras el encuentro de Alejandría, su aparato oficial de propaganda difunde que el rais ha obtenido una gran concesión israelí, la aceptación de la idea de crear una comisión conjunta preparatoria de una conferencia internacional de paz sobre Oriente Próximo. Pero Simón Peres no firmó esa idea, sólo la aceptó verbalmente, y además ya no es primer ministro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.