Haciendo como si nada
Si una mañana la dependienta de la panadería intenta, colocarte un panecillo del día anterior o una de medio sin sal, porque es lo único que le queda, lo menos que puede hacer es disimular. Intentará que no se le escape ni una sonrisa de satisfacción, ni un guiño de complicidad dirigido a la jefa. Sobre todo si es la panadera que te despacha todas las mañanas, y que sabe de sobra que no soportas el pan sin sal. Si disimula bien puedes llegar a perdonarla, e incluso aficionarte al pan sin sal.Pongamos otro caso: si una mujer con un marido excesivamente celoso; madre de tres preciosas criaturas, a las que adora, y con un altísimo sentido del deber familiar, tiene una loca aventura ocasional con un apuesto muchacho, seguramente dudará antes, deacoger al joven en su regazo, pero ya puestos en la faena procurará: a) quitarse ella las medias y cualquier otra prenda delicada; b) que no quede ni una pequeña huella de la batalla, ni los labios hinchados, ni un arañazo, ni el signo visible de unos incisivos en su yugular; c) ducharse después y darse un largo paseo antes de llegar a casa, para lo que, si es posible, tomará el metro, así ningún olor podrá delatarla, y d) si esa misma noche es requerida sexualmente por su esposo, deberá acceder a sus deseos por muy cansada que esté, y se mostrará tan cariñosa como siempre para que él no pueda sospechar nada. Sólo así verá a salvo su matrimonio.
Hay que saber disimular. Es esta una envidiable y preciada virtud que todos deberíamos cultivar. Especialmente quienes pasan por ser personas públicas. Hacerlo bien es tan necesario como saber coser un botón, hacerse una tortilla o regatear en los Encantes.
Así, por ejemplo, quizá si Alaska Vómito Popelín no hubiera sabido disimular que su verdadero deseo era convertirse en folclórica y no en la primera rockera de España (como le aseguró a su madre para que le comprase la guitarra eléctrica), no habría llegado a las cotas de ventas en las que ahora se encuentra. Lo hizo tan bien que, por supuesto, ya no le hace ninguna falta disimular.
Algunos deberían aprender de ella, o del niño que cada tarde, cuando su madre le encarga comprar la leche y un poco de fruta, aprovecha y merienda gratis por el camino, o del otro, menos goloso, que a fuerza de ir a comprar se saca un sobresueldo.
Un caso más, y el último: si un escritor recibe, pongamos por caso, el Premio Planeta, y alguien le ha dado la noticia algunos días antes del acto de entregade los cheques, deberá disimular su falta de sorpresa cuando oiga su nombre asociado a la bonita cifra de 15 kilos.
Deberá incluso mostrarse nervioso y feliz cuando suba a recoger el premio, y sobre todo se cuidará muy mucho de decir cualquier cosa que pueda hacer pensar que el premio estaba amañado. Ya se sabe que son muchos los que abrigan esa sospecha, pero ese tipo de declaraciones no les hacen ninguna falta, y además está muy feo hacerlas.
Por eso, si un periodista se le acerca con la intención de recoger sus primeras impresiones tras conocer tan grata noticia no deberá explicar que hace ya unos días que está corrigiendo las galeradas. Afirmación que no sólo le delataría, sino que además podría herir a más de uno.
En fin, lo que decía antes: muchos deberían aprender de la panadera que nos vende el pan duro y consigue que nos aficionemos a él. Hay que haber disimular.
Babelia
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