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Tribuna:LA NEGOCIACIÓN CON ETA
Tribuna
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Autodeterminación y automatismos

Fernando Savater

Poco a poco y a base de mucha paciencia, Javier Sádaba y yo terminaremos hablando de lo que hay que hablar cuando se plantea la cuestión de Euskadi. Lo malo es que, como somos amigos y no nos tiramos a degüello, la paciencia de los lectores -frecuentemente tremendistas, admítanlo ustedes- se acabará probablemente mucho antes que la nuestra... Y ya sin más vuelvo a nuestro asunto, pues creo de todos modos que nuestro diálogo es más necesario que otros, dado que ni discurre entre sordos ni se vuelve ensordecedor, como suele pasar.En efecto, existe una interesada confusión entre terrorismo y política abertzale, fomentada por los intransigentes del Gobierno de Madrid y por todos los simpatizantes con el terrorismo: es del tipo de la que cultivan quienes al hablar de democracia española recurren como símbolo a la imagen de un policía torturador o de un navajero asaltando en la noche urbana a un descuidado viandante. Por ello creo de primordial importancia distinguir ambas cosas y aclarar, de una vez por todas que el terrorismo de ETA no es en modo alguno la necesaria (hasta justificada) prolongación de la política abertzale por otros medios. Y que quienes lo creen así -como parece ser la opinión generalizada en Herri Batasuna- se equivocan de medio a medio, nunca mejor dicho.

El problema de la autodeterminación (con o sin independencia, como señala oportunamente Javier Sádaba) es una cuestión de reforma política de una situación dada desde hace siglos, transformación cuyas vías y oportunidad son cuestiones a debatir por los cauces habituales en el planteamiento de los conflictos políticos civilizados.

El terrorismo etarra es el aprovechamiento despiadado de las crispaciones producidas durante la dictadura, gestionadas hoy por un grupo de fanáticos sin respeto a las opciones ajenas ni a las personas que las encaman y cuyo único propósito es asegurar su predominio mafioso-militar en el futuro de Euskalherría. Conviene distinguir, en efecto, ambas cosas, y a ello debemos contribuir todos los que no esperamos ganar a río revuelto.

Respecto a los grupos políticos independentistas, admite Javier Sádaba que existe libertad para que los haya, "pero con la condición de que si alguna vez pudieran lograr sus propósitos, no lo hagan". Puede que tal restricción esté en la cabeza de alguien, pero no conozco que nadie la haya planteado explícita e institucionalmente. Lo único que parece prohibido es lograr tal propósito por medio de una miniguerra civil, y esa prohibición, francamente, la suscribo con entusiasmo. ¿Se trata de decir "sea usted lo que quiera, pero con tal de que no lo sea de, verdad"?

Modelo 'Cobra'

Más bien esto: sea usted lo que quiera, pero con tal de que admita cierto control legal de su querer. Tomemos como ejemplo ese afán en principio digno: hacer justicia. Como la magistratura no siempre está encarnada de forma respetable y como la corrupción de parte de la policía es evidente, el modelo Cobra de Stallone gana puntos entre algunos cabezas de chorlito que quieren ser justicieros de verdad. Por mucha insatisfacción que me produzca el mal funcionamiento, a menudo hipócrita, de la justicia establecida, no me parece prudente preferir sin más la sinceridad brutal del justiciero por libre.

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Y vamos a lo de la autodeterminación, algo que yo no sé muy bien con qué se come. Hoy los vascos tienen elecciones libres, reconocimiento legal del euskera, Gobierno autonómico, bandera, himno y ertzantza: puede que sean un pueblo oprimido, pero hay que reconocer que otros deben estarlo más. ¿Consiste la autodeterminación en que se agilicen las transferencias? ¿En que se les permita acuñar moneda? ¿En que establezcan sus propias fronteras -y dónde-, pidiendo pasaporte a quien llegue de Murcia o de Clermont-Ferrand? Poco -me ilustra sobre estas perplejidades la escena casi enternecedora de Arzalluz rugiendo con su voz wojtyliana y en correctísimo castellano advertencias apocalípticas contra España, Francia y Europa entera si no reconocen la soberanía vasca; la gente de la campa le escucha con delicioso estremecimiento, sintiéndose por un ratito víctima atroz de otro Soweto, luego le aplaude y todos se van a merendar. Como diría Miguel Hernández, son diminutas ferocidades, pero poco ilustrativas sobre si lo que quiere Arzalluz es con o sin, hard o light, y en qué consiste cada una de tales opciones. Si supiéramos mejor lo que quieren él y otros quizá nos fuese más fácil a los demás ayudarles a conseguirlo o precisar en qué estriba exactamente nuestra objeción a su proyecto.

Pero Javier Sádaba, valientemente, ofrece su propia interpretación de qué es eso de la autodetermínación: "Relativización de toda legalidad estatal y primacía de la libre voluntad de los individuos". La definición me gusta, pero la encuentro un poco amplia: corresponde por igual a la postura de ciertos bakuninistas y a la de F. Hayek o Milton Friedínan.

Quizá hubiera que precisarla algo más, indicando el modo de relativizar la legalidad y señalando bien si todas las voluntades libres de los individuos tendrán igual primacía o unos gozarán de más primacía que otros. Pero, en fin, no quiero ser ,detallista y admito que autodeterminación sea lo que Javier Sádaba me dice. Aunque, de todas formas, ¡qué sorpresa más grande! ¡Quién iba a decirme a mí que de lo que se trataba no era de fundar otro Estado pequeñito con boina, sino de relativizar toda legalidad e statal y dar rienda suelta a la voluntad de los individuos para que cada cual sea lo que quiera, vasco, español, francés o bielorruso, o nada de nada, si prefiere, y para que hable en la lengua que más le apetezca, sin coacciones de ningún orden, etcétera! ¡Y pensar que desperté tanta polémica el día que se me ocurrió decir que a mí lo que me interesaba era la independencia individual y no la independencia nacional! Pues nada, a partir de ahora me apunto con Sádaba a la autodeterminación radical. Ya no tenemos más que convencer a Arzalluz, Garaikoetxea, Idígoras et alii de que la autodeterminación que quiere ese pueblo que no hay pero que debéría haber -a nuestra imagen y semejanza- es tal como queda definida. Espero que no se enfaden con nosotros...

Lo inverso

Señalé en mi anterior artículo que la violencia -que forma parte tan insoslayable de la política como la jerarquía de poder o la institución de leyes- debe ser cada vez más estrictamente legitimada, es decir, sometida a control y rigurosamente limitada. Javier Sádaba me responde: "Opino todo lo contrario: que hay que proceder a la inversa". ¿Y qué es lo inverso? ¿Hay que desvincularla de. todo control? ¿Hay que abolirla por decreto?,¿Hay que decir -en contra de lo más esclarecido del pacifismo europeo actual- que lo mismo da un ejército reducido a funciones convencionales de defensa ante una eventual invasión que otro dotado de misiles nucleares o armas químicas? ¿O que como toda violencia es igualmente ilegítima, y violencia sin duda hay, cada cual puede hacer de su capa un sayo porque nadie tiene derecho a hacer reproches a nadie? No es que haya una violencia dominante: es que la violencia es lo dominante.

O la sometemos al máximo de rigor legal, haciéndola cada vez mas simbólica, desarmándola cada vez más, o la fomentamos alegremente, ver si al fin se ahoga en su propia medicina: tertium non datur. Por supuesto que quienes muy seriamente aceptan la necesidad de producir armas bacteriológicas son los menos indicados para abominar del cáncer terrorista. Pero quienes nos esforzamos por todas las vías políticas contra el predominio de los primeros tenemos la obligación de señalar el absurdo criminal de los segundos.

Me preguntas, Javier, qué hay que hacer si los vascos quieren autodeterminarse y se les imposibilita. No puede haber más que una respuesta: seguir tanto como haga falta el esfuerzo de clarificación, verosimilitud y confrontación política con que los hombres civilizados afrontan las dificultades de la historia. Pero rechazando lo más contrario que hay a toda autodeterminación: los automatismos asesinos.

En una revista de Euskadi leí el otro día: "Yoyes murió víctima de la cerrazón de los poderes fácticos... un día cualquiera de 1979". Me acordé enseguida del cínico dictamen del ministro. del Interior de Pinochet, que afirmó sin trepidar que el periodista José Carrasco "murió en un típico ajuste de cuentas entre marxistas". Si el tipo de gente que es capaz de decir públícamente eso de la muerte de Yoyes se sale con su autodeterminación -que no es precisamente de la que hablamos ni tú, ni yo, ni Arzalluz, ni, nadie decente-, tendremos ejecuciones retransmitidas por Euskal Telebista, jueves y sábados, con subtítulos. No te oculto que estoy dispuesto a esforzarme todo lo que pueda porque tal vesania (que no es izquierda abertzale, sino izquierda aberrante) nunca pueda triunfar.

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