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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El presidente tiene que partir

LA PRECIPITACIÓN con la que el presidente Felipe González convocó a la Prensa el jueves pasado indica claramente que no se sentía satisfecho con lo que había ocurrido en la Comisión de Exteriores del Congreso. Y acaso no sólo por el hecho de que la oposición abandonase la sesión. A lo que se ve, las explicaciones dadas por los ministros de Exteriores y de Defensa debieron parecerle inadecuadas cuando se apresuró a presentar él mismo a la opinión ública su propia explicación sobre el tan debatido tema de las relaciones de España con laestructura militar de la OTAN y ese documento secreto cuyo conternido fue dado a conocer por Serra a los corresponsales en Bruselas en mayo pasado y lo publicó recientemente Interviú. Después de la decepción en la Comisión de Exteriores, los grupos de la oposición parlamentaria se pusieron de acuerdo para fonnular 10 preguntas al jefe del Gobierno en la sesión del próximo iniércoles. Pero Felipe González ha argumentado que en esa fecha tiene un viaje y no podrá responder a las reguntas. El motivo del viaje es asistir a la reunión del buró de la Internacional Socialista, que se celebra en la República Federal de Alemania, reunión a la que, según él mismo dijo, "será la primera a la que acuda en cuatro años". Con esto, no es fácil saber si, alegando que es la primera reunión a la que asistirá en un cuatrienio, el presidente trata de juistificar el cumplimiento de una ilusión largamente aplazada o que se ve obligado a irpara evitar ser reprendido con otra falta. Da lo mismo: aunque ir al buró fuese una inveterada costumbre de González, debería en casos como éste poner por delante su función de jefe del Gobierno español antes. que la de miembro dirigente de la Internacional Socialista. No hacerlo de este modo significa, además de una falta de cortesía ante el Parlamento, una dejación. de sus responsabilidades presidenciales.Está muy bien que Felipe González encuentre tiempo para hablar con los periodistas. Pero es chusco utilizar ese procedimiento como una sustitución de su presencia en el Parlamento y soslayar así, en su lugar natural, un debate político fundamental sobre una cuestión tan crucial como es la de las relaciones militares con la OTAN. El argumento de que, en ausencia del jefe del Gobierno, los ministros pueden responder, no es aceptable. Si Felipe González se ha ofrecido a hablar de estos problemas con la Prensa, no prestarse a hacerlo con los diputados es prueba de una insensibilidad política que evoca los modales del absolutismo. Y no termina ahí su tino. Con talante socarrón, González ha ironizado sobre la coincidencia entre los hetereogéneos grupos de la oposición -a los que llamó frente parlamentario- requiriendo al Gobierno para que cumpla los términos del referéndum. Bien que el presidente haga uso del humor, pero ello no debería cerrarle a la reflexión sobre las causas, mas allá del oportunismo, que justifican esa amalgama. De hecho y dejando al lado posibles intenciones maniobreras en unos u otros sectores, es lógico que una actitud persistente de menoscabo de las funciones del Parlamento provoque estas reacciones.

En cuanto a los problemas de fondo, es inquietante que el Gobierno se muestre acobardado ante la tarea de explicar al país, de manera nítida y serena, el carácter de nuestra integración en la OTAN. En un asunto de esta trascendencia, el recurso a los equívocos y otros juegos semánticos es intolerable. Dentro de las últimas declaraciones de Felipe González hay alusiones a la inevitabilidad de los compromisos militares españoles en el seno de la OTAN y ha quedado claro que en el texto mismo del referéndum la expresión "estructura militar integrada" fue utilizada para sembrar ideas falsas. Hora es ya de acabar con este vergonzoso uso de la ambigüedad y disipar el humo con el que se ha intentado encubrir el significado de una plena participación de España en la OTAN. Muy lejos de seguir jugueteando con los ciudadanos y sus representantes, el interés del Gobierno debería ser afrontar un debate abierto en el que no podrían soslayarse otros problemas presentes y tan determinantes como el de la actitud española ante la estrategia nuclear de la OTAN, o el del tránsito por puertos españoles de navíos con cargas nucleares. La peor táctica, y de la que es dudoso que el Gobierno saque provecho para sí y para el sistema, es contribuir mediante más simulaciones y disimulos a una degradación del Parlamento.

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