El sector agroalimentario español en la perspectiva comunitaria
Ninguna otra industria que la alimentaria tendría motivos para alegar más causas de obsolescencia, ya que se trata, por descontado, de la actividad manufacturera, más antigua del hombre. Sin embargo, su capacidad de adaptación a las nuevas demandas y a los nuevos hábitos de vida es verdaderamente notable. Un ejemplo puede ser bastante ilustrativo. A principio de esta década carecíamos en España de un código alimentario lo suficientemente desarrollado que garantizara al consumidor la información y la seguridad suficiente sobre las características y tipos de conservación de los alimentos. En menos de cuatro años es dificil encontrar un producto transformado en el mercado que no indique la fecha de caducidad o de consumo preferente, la composición, el tipo de aditivos, etcétera. La tarea de generar las normas específicas para todos y cada uno de los productos ha sido ímproba, tanto por parte de la Administración como de los técnicos de la industria; pero hacer que esas normas se pusieran en práctica y pasaran a formar parte habitual de nuestra información y derechos ciudadanos ha sido obra de un sector dinámico y con fe en el futuro.Y el futuro, precisamente, era y es, como para cualquier empresario, una de las grandes preocupaciones. Si algún sector necesitaba particularmente nuestra integración en el Mercado Común, sin duda, era el agroalimentario.
Existía y existe un cierto espejismo sobre el volumen de los intercambios alimentarios en el comercio mundial Quizá se extrapolan o se magnifican las exportaciones de determinados países, incluida la CEE, de algunas materias primas como cereales y oleoproteínicas (soja, etcétera). La realidad es que el comercio agroalimentario no tiene a nivel mundial la trascendencia que aparenta, el volumen total es de alrededor de 300 millones de toneladas contra más de 2.000 millones sólo ole petróleo, con tendencia además a decrecer dado que todos los Estados se han fijado como meta prioritaria la autosuficiencia alimentaria independientemente del coste.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión bastante clara: los mercados alimentarios van a ser, cada vez más, mercados domésticos.
Por todo ello asentarse (independientemente de los períodos transitorios) en un área económica de 300 millones de habitantes era absolutamente vital para la industria agroalimentaria.
Nuestros inversores y los inversores extranjeros, sobre todo los comunitarios, así lo han entendido, y asistimos en este momento a un importante desarrollo del sector, centrado, sobre todo, en las medianas empresas y en aquellas en las que de algún modo los productores, mediante la fórmula que sea, cooperativa o sociedad anónima, acceden a niveles superiores de transformación y comercialización con una visión clara de que en el futuro esta va a ser una de las vías fundamentales para incrementar las rentas de los productores de materias primas.
La Administración española no está siendo en ningún caso ajena a este proceso, y como las declaraciones de intenciones políticas como mejor se entienden es repasando los presupuestos, cabría dar un solo dato: las dotaciones destinadas a la industria agroalimentaria se han multiplicado por siete si comparamos el último presupuesto del Gobierno de UCD y el último del primer Gobierno socialista. Creó que el Gobierno ha explicado muy claro con los presupuestos en la mano lo que esperaba y espera del sector agroalimentario.
Algunas sombras, sin embargo, se pueden observar también en este panorama. Una serie de condicionantes, entre los que cabe destacar nuestra ausencia de la CEE, ha propiciado en algunos casos una serie de errores estratégicos, sobre todo en lo referente a la pérdida de hábitos, productos e incluso denominaciones que eran un patrimonio casi exclusivo de nuestra industria. Esto, que forma parte del proceso de homogeneización de las dietas y las costumbres a nivel internacional, se ha acusado excesivamente en nuestro país, que ha demostrado una tremenda permeabilidad a productos ajenos.
Recuperar la tradición
Habrá que recuperar muchos de nuestros productos tradicionales e incluso, en algunos casos, de nuestros nombres. Por ejemplo, lo que nosotros conocemos como orujo, en Francia es marc y en Italia grappa, y está siendo un error manifiesto llamar al orujo con otros nombres basados en el presunto prestigio de lo extranjero, porque en el futuro el consumidor buscará el "de verdad", y "de verdad" en España se llama orujo.
Otro condicionante negativo que tiende a superarse rápidamente es la falta de tradición en las relaciones interprofesionales y contractuales con el sector estrictamente agrícola o ganadero. Es este un campo que produce beneficios mutuos, tanto a industriales como a agricultores y que nuestra integración en la CEE y los incentivos que presenta la legislación española colaboran a mejorar de forma rápida y eficaz.
Ni que decir tiene que en algunos subsectores específicos es ineludible y urgente una mejora sustancial en las condiciones de contratación laboral y de trabajo, que actualmente no se adecuan demasiado a las exigencias de una sociedad moderna.
Sería por otra parte muy deseable una mayor presencia del sector de alimentación en los mercados de valores, donde su representación es mínima y no corresponde ni de lejos con su peso económico. De todos modos no hay que olvidar que, según el informe de la Central de Balances del Banco de España, se trata del sector con mejores niveles de autofinanciación y, por ende, con un coste más bajo de su financiación externa.
Y dejando las sombras, está siendo realmente estimulante comprobar la rapidez con que muchas empresas españolas han asumido el reto comunitario sin complejos. En distintos sectores están situándose con participaciones importantes en empresas de otros países de la CEE, que de algún modo comienzan a reequilibrar la corriente de sentido único que representaba la participación comunitaria en empresas españolas.
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