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Evocación de Óscar Esplá

ENVIADO ESPECIALQue un festival de música contemporánea que se celebra en Alicante rinda homenaje a Óscar Esplá es siempre justo y lógico; más todavía si coincide con las celebraciones centenarias del compositor alicantino, uno de los verdaderamente importantes dentro de la generación de 1886.

Las obras interpretadas en el concierto inaugural del domingo -celebrado en el teatro Principal por la Orquesta Municipal de Valencia, dirigida por su titular, el alcoyano Manuel Galduf- sintetizaron bien la trayectoria estética y espiritual del formidable lírico que fue, incluso a pesar suyo, Óscar Esplá: La pájara pinta, proyecto juvenil de pieza teatral sobre textos de Rafael Alberti, precisó su forma instrumental en 1955, y la Sinfonía Aitana, estrenada precisamente en Alicante en 1973.

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En la primera suite aparece Esplá en sus formas breves e íntimas y también en su predilección por el tema infantil, al que quiso tanto como su gran amigo el poeta Federico García Lorca. Si la melódica de Esplá, basada en una profunda intelectualización del folclor de su tierra, parte de una escala modal creada por el compositor, la instrumentación se acomoda con variedad de colores tenues hasta hacer del todo pura vivencia evocadora.

Pasados los años, en la Sinfonía Aitana vuelve Esplá, de otra manera, a su alicantinismo radical. La clara belleza de la invocación que abre la sinfonía nos sitúa, en su tenso melodismo, ante el gran paisaje de la sierra, que se escarpa en el expresivo andante, incluso a través de procedimientos seriales tonalizados. En el andante hay una lucha entre el saber y la intuición, con victoria final de ésta, mientras en el allegro inicial, aun basado en líneas formales y dialécticas heredadas, imperan un pensamiento y un estilo generales inconfundibles en la música de Esplá, tan rica en rasgos diferenciales, que pudo resultar original en medio del panorama nacional modernista, que tantas cosas unificó.

A través de su grande e íntima música reconocemos la figura de Esplá, alto árbol humano erguido entre la sierra y la marina a orillas del Mediterráneo, incitante y luminoso. Galduf expuso la Sinfonía Aitana con tal claridad de ideas y tanta identificación con los pentagramas que la obra nos llegó más clara que nunca en todos sus valores. Es lógico que fuera recibida por una larguísima ovación.

Entre las dos obras conocimos al premio Óscar Esplá del Ayuntamiento de Alicante concedido en 1964 al yugoslavo Ivo Petric (1931), por El retrato de Dorian Gray. Se trata de una larga y flexible introspección musical en el personaje de Óscar Wilde, tan abstracta como es siempre el psicologismo aplicado a la música, y denota un dominio artesanal de la escritura más válido por sí mismo que por los contenidos -imprecisos y hasta fatigantes- que revela.

El trabajo de la orquesta valenciana ha de valorarse de modo especial como adecuada respuesta al talento de Manuel Galduf.

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