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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El cisma vasco

LA RUPTURA del nacionalismo vasco moderado se ha hecho efectiva con la creación de Eusko Abertzaleak-Nacionalistas Vascos, el nuevo partido cuyo proceso constituyente se inició el pasado jueves. Esa ruptura es expresión de un fracaso político: el del PNV en su proyecto de convertirse en eje aglutinador de la reconstrucción de la nacionalidad vasca. Es también una amenaza sería al futuro político vasco y español.Respondiendo a un reflejo característico de los nacionalismos, que siempre tienden a afirmar su identidad en el rechazo del enemigo exterior, los dos sectores enfrentados en el seno del PNV han pretendido responsabilizar de sus problemas internos a maquinaciones ajenas al partido. La realidad es más bien la contraria. La creencia de que la pacificación del País Vasco pasa por la asistencia comprensiva hacia el PNV ha permitido a este partido disfrutar de una especie de benevolencia por parte de amplios sectores de la opinión pública. Eso explica que sectores vascos no nacionalistas dieran su confianza electoral al PNV a partir de 1979. Los resultados de las elecciones del 22 de junio serían, en ese sentido, un síntoma del desengaño que luego cosecharon.

Las dosis de intolerancia que han conducido la crisis nacionalista al desenlace actual parecen el reflejo de actitudes intransigentes mantenidas por el partido en relación con toda forma de disidencia política o cultural. El repaso de la historia reciente es aleccionador. A los afiliados y simpatizantes se les dijo que la Constitución no satisfacía las "más elementales" aspiraciones democráticas de los vascos, que el estatuto era "de mínimos", que su contenido había sido "drásticamente" recortado, que Madrid era "culpable". Al mismo tiempo, se hizo una ley electoral adaptada a la distribución geográfica de los batzokis, se institucionalizó como himno vasco el del PNV, se desterró del callejero a vascos sospechosos de españolísmo, como Unamuno. En esas condiciones no es sorprendente que quien la víspera era el lendakari de todos los vascos, el heredero de Sabino Arana, pase a ser considerado, lisa y llanamente, un traidor cuyo retrato sólo sirve ya para el desván.

En los años treinta el mapa político vasco se componía de tres corrientes ideológicas bien definidas y de entidad electoral comparable: la derecha centralista, la izquierda socialista y el nacionalismo. Esta última corriente aparece hoy dividida en cuatro formaciones enfrentadas entre sí: PNV, Herri Batasuna, Euskadiko Ezkerra y Nacionalistas Vascos, ninguna de las cuales puede aspirar ya a constituirse en hegemónica. Apenas nacido el nuevo partido, seis diputados nacionalistas de la cámara autonómica, entre ellos su presidente, Juan José Pujana, han hecho pública su adhesión. Los socialistas han reiterado su disposición a mantener su apoyo parlamentario a lo que quede de] grupo del PNV, pero parece poco.

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Probable que ello baste para evitar el adelantamiento de las elecciones autonómicas, que podrían hacerse coincidir con las locales del año próximo. Entre unas cosas y otras, tanto el Gobierno de Garaikoetxea como el de Ardanza han vivido en una situación de permanente provisionalidad, y no parece bueno prolongar por más tiempo esta situación. Probablemente, los próximos años van a estar marcados por la necesidad del pacto permanente entre fuerzas y sectores sociales cuyas vías de comunicación son escasas o inexistentes.

Quienes han jaleado la crisis del PNV y miran con no mal disimulada complacencia la riña interna de los nacionalistas que culmina con esta escisión adolecen de la facultad política de ver dos palmos más allá de sus narices. Un partido nacionalista fuerte, integrado en el sistema constitucional y con capacidad de liderazgo, constituiría una garantía para la estabilidad del País Vasco y de España. La división del PNV es una mala noticia también para quienes no militan en él y no viven en Euskadi.

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