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Tribuna
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El 'cumpleaños feliz' de la muerte de Mao

Mañana, 9 de septiembre, se cumplen 10 años de la muerte de un gigante irresistible, Mao Zedong, que sacó a China de la Edad Media y la puso en el mapa de los estados modernos. La superación de las contradicciones de su controvertida herencia ha conseguido erradicar la intransigencia y la violencia de su ideología.

Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Mao Zedong todos, se felicitarán por los progresos acaecidos en China después de la desaparición del líder de la revolución china. Y no precisamente porque sepamos mucho de China, sino porque lo que sabemos se nos asemeja: está construyendo una gran industria; se encuentra fuertemente endeudada con el Este; posee su cuadrilla de desocupados y siente menos temor que antaño hacia Japón, país demasiado productivo, regimentado y vagamente aterrorizador a fuerza de ser el modelo propuesto por los, eficientes del mundo. Pero la China del posmaoísmo resulta simpática, en particular, porque ha dejado de enviar, por fin, los mensajes que la maoísta no Cesaba de lanzar, los propios de una revolución Ininterrumpida, pobre, autosuficiente y, a la postre, causante de violencia, la que han conducido hacia un callejón sin salida y, finalmente, a un cambio radical en sus alineamientos. Mao Zedong había sido el preconizador de dicha revolución continua, no encasillable en el esquema soviético. Él había sido indisciplinado siempre, había llevado a cabo su larga guerra revolucionaria contra Japón a despecho del Comintern, escindiendo así el Comité Central y creando otro partido en 1931. Había otorgado también a la victoria la naturaleza de una revolución que apuntaba rápidamente hacia el comunismo, mientras Stalin habría preferido una China más parecida a un país de tercera, de avanzada democracia bajo la hegemonía de una burguesía nacional. Por otra parte, Mao, se encontró con el mismísimo Stalin en 1949, una vez terminada la guerra, cuando la firma del pacto,de alianza entre los dos países; de todas formas, dicho pacto duraría menos de 11 años.

En 1960 los soviéticos retiraron en sólo 48 horas a todos sus expertos de China y dejaron de prestarle toda ayuda; y en la conferencia internacional de los partidos comunistas que tuvo lugar en el verano del mismo año, de hecho se la condenó por su radicalismo revolucionario tachado de aventurero. Y si hubiesen sabido entender la respuesta oportuna de que la URSS, primero con Jruschov y luego con Breznev, era una potencia imperialista, guiada por el PCUS como por un nuevo zar, todo, a partir de entonces, los habría enfrentado, empezando por el problema más próximo, Vietnam.

La línea dura

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Si bien la izquierda europea es poco amante de la Unión Soviética, puede apostarse que se halla dispuesta a darle la razón en contra de Mao, quien, para muchos, es el símbolo de la línea dura, dura en tanto que revolucionaria, ecuación ésta que todavía se formula, encontrándose la confirmación de esto en las grandes laceraciones acontecidas durante la revolución cultural. De aquí a decir que Mao es una especie de super Stalin, que rechazó enmendarse juíciosamente cuando la URSS, aunque con lentitud, lo hacía, el trecho es corto y se cruza en la casi generalidad de los casos. Sin embargo, en el movimiento comunista internacional, ninguno, ni siquiera Trotski, a quien Stalin hiciera matar, se ha hallado tan alejado de la línea estaliniana. La revolución china era conocida como sensata y tolerante, ajena a las depuraciones, como la que -gracias a las dotes estrategas de Mao y a la larga marcha de un ejército descalzo y legendario- había sabido realizar en profundidad la unificación del país, rescatándolo de las condiciones infrahumanas en las que vivía, para convertir de tal forma en realidad el sueño del doctor Sun Yatsen.

Imprevistamente, dicha moderación varía, aunque no en su modalidad, sino en su temporalidad. Mao emprenderá de manera súbita, después de 1949, algunas rupturas sociales de enorme importancia, como la liberación de la mujer, en 1951, y la primera reforma agraria, que provocará, en efecto, algunos conflictos, pero de ningún modo parangonables a la brutalidad que caracterizó la colectivización de la tierra, hacia fináles de los años veinte, en la URSS.

Se trata de una revolución desde abajo, la china, liberadora de las opresoras costumbres antiguas. Y cuando Mao regresa a la URSS en 1957- por segunda y última vez, se convence de que la crisis del campo soviético -que había estallado en 1956, durante el vigésimo congreso, y luego se había agravado con las insurrecciones alemana, polaca y húngaraes inherente al modelo de desarrollo y de Estado elegido.

Función imperial

Su juicio al respecto es claro: el crecimiento de la URSS ha privilegiado la industrialición, y preferentemente la propia, la del país más fuerte del bloque, separando en dos la misma sociedad y otorgando a Moscú una función objetivamente imperial. El Estado engendrado y construido en esos 40 años ha terminado por reconstituir en el partido "una clase de señores que pesa sobre las espaldas del pueblo", clase ésta centraliza,dora, autoritaria y que priva a la base de todo poder y toda iniciativa. Y luego de haber desactivado la idea de contrarrevolución, por entonces corriente en el ámbito rural del Este, con su famoso ensayo sobre Las contradicciones en el seno del pueblo, relariza la idea de la lucha revolucionaria pero conducida desde abajo hacia las siempre nuevas cristalizaciones que el movimiento histórico produce. También intenta probar nuevamente la construcción de "las condiciones materiales para una igualdad política".

Por esto mismo poco interesó la libertad dialéctica de quien se encentraba ya en disposición de discutir. Las Cien flores florecen para asegurarse, así lo pensaba él, el privilegio de las flores, pero lo demás ¿se halla desposeído en el vasto país?

La ruptura con la URSS

En 1957 tendrá lugar su Discurso sobre las 10 grandes relaciones, que, sin bullicio, romperá completamente con el modelo soviético. ¿Industria pesada? Desde luego, pero a condición de no debilitar la industria ligera, que asegura penurias menores para el consumo. ¿Industria? Desde luego, pero no a costa del campesinado, como había ocurrido en la URSS, porque la agricultura y la industria deben crecer conjuntamente, y la centralización debe ser flexible, concediendo grandes incentivos a la periferia. Y como estilo debe imperar la persuasión: "Las cabezas no se reproducen como coles", de tal forma que quien lioy se ha equivocado mañana puede tener razón. Y así fue.

En 1958, cuando radicaliza desde dentro este programa, a partir del llamado gran salto, con la creación de las comunas fuertemente autónomas y la sugerencia de experiencias autogestionadas que propicien el tránsito de la agricultura a la industria en cada una de ellas, los enfrentamientos que se producirán en el partido se zanja rán con un ilustre extrañamiento, el de Peng-teh Huai, pero sin víctimas cruentas. La revolución china, hasta entonces, no había devorado a ninguno de sus hijos.

Pocos años después sus convicciones se radicalizarán aún más: ningún proceso hacia el comunismo debe ser conducido desde arriba, y mucho menos desde el partido. Cuando en 1966 coloca sobre la puerta del Partido Comunista Chino el famoso cartel que decía: "Bombardead el cuartel general", propiciando con ello las agitaciones estudiantiles, Mao apuesta por el ímpetu emprendedor de las masas, que se organizarán según el modelo de la Comuna de París, y a favor de un ejército que, por carecer de grados y hallarse habituado al servicio del pueblo, no debería poseer los defectos ni las tendencias burocrático-autoritarias propias del partido. Pero será en la revolución cultural. en la que el ya viejo líder creerá profundamente. Cuando en el verano de 1967, durante un recorrido por las provincias, contempla por todas partes la formación de comités de lucha, portavoces del contenido de su última orden (el poder desde abajo, crítica a toda jerarquía, igualdad de salarios y de bienes), agitarse en una acerba y gran ebullición de la sociedad, exclamará: "¡Grande es el desorden bajo el cielo!", y acotará impertérrito: "¡Y ello es beneficioso!".

Oscuras maniobras

Ya antes de su muerte Mao será derrotado por las oscuras maniobras que lucubra Lin Piao. Desde entonces, la lucha en el Partido Comunista Chino se vuelve oscura, como en los demás partidos comunistas, y apenas algo menos sangrienta. Mao será respetado mientras viva, pero, desaparecido también Chu En-lai, se le mantendrá al margen cuidadosamente; y luego de su muerte, sus ideas y sus colaboradores más próximos serán condenados inapelablemente. A su mujer, Chiang-Ching, cuyo extremismo era más sectario y menos tolerante que el suyo (él había recomendado siempre el conflicto como movimiento de la historia, no como arreglo de cuentas), le había escrito: "Después de nosotros vendrá un gran embate de derecha". Y así ha sido. Hoy, a duras penas es reconocido como el gran artífice de la liberación de China. Y, sin embargo, Mao permanece como la figura más problemática y fascinante de mediados de siglo, irreductible a los esquemas de otros líderes comunistas. Por su visión del carácter dual y margina dor de la industrialización occidental, copiada por la URSS, escogerá establecer una división irreductible, la que incluso nosotros en la actualidad denunciamos como imperante entre riqueza y marginalidad, entre Norte y Sur, entre desastre ecológico y tendencias bélicas.

En su apelación a la base fue el único líder realmente marxista, coherentemente antiestatalista, al concebir la posibilidad de unificar el país cohesionándolo mediante una empresa común, mediante una idea compartida, y no mediante un sistema burocrático de poder.

Fue, consecuentemente, un ardiente enamorado del movimiento y un frío amante del partido, al que pronto tuvo en su contra y en el que él sólo veíala reforma de una estructura jerárquica en vez del. germen educador que condujese a la libertad de sí mismo

"No dar órdenes"

¿Estaba equivocado? En su evaluación de la madurez de las masas, ciertamente. Exceptuando algunos puntos de gran interés, incluso bajo el aspecto de su elaboración (ciertas universidades, ciertas zonas de Shanghai), la revoltición cultural desencadenó una conflictividad condensada a través de los siglos, amarga, áspera, que prontamente entendería la idea maoísta de revolución como un medio para la prevaricación y la violencia.

La Guardia Roja fue una gran esperanza, asemejándose a los jóvenes de Berkeley, París, Berlín o Roma, aunque rápidamente se convirtieron en bandas vengativas y la represión que sufrieron no logró mejorarlas, El ideario que Mao enarbolaba -la liberación de cada uno por sí mismo; el poder como cristalización de un constante martilleo, porque constantemente tiende a reformarse; la necesidad de un desarrollo unificador a través de la participación de todos; el no dar órdenes (precisamente él, que había comandado un ejército sin jamás endósarse un uniforme y que desde 1958 no poseía ningún grado objetivamente directivo dentro del partido del que era presidente)- son las cuestienes que en estos años han recorrido el mundo industrializado como inquietudes o revueltas y son más nuestras que la temática propia de la disidencia soviética.

Al decir nuestras incluyo a quienes creen que los horrores y los monstruos nacen no del trayecto marxista hacia el comunismo, sino de la vía, llamada marxista-leninista, hacia el socialismo; sabemos bien que son dos cosas opuestas. Para quien esto cree, la figura de: Mao permanece como la del ilumi nado visionario que Snow encontró en su gruta de Pao-An, el único que había pensado en términos; precursores los problemas de las; revoluciones acontecidas.

Y el único también, así nos lo parece, que ha dejado pasar la ocasión de asimilar la grandeza y la inmadurez de la empresa -no como ocurriera en otras partes- a un nuevo sistema de opresión que, apenas se afloja un poco, se parece siempre más al nuestro, donde se condena la liberación del hombre a no ser más que un mito.

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