Nostalgia y energía de la Orquesta de París
Lucerna, la ciudad de los cuatro cantones, donde Schiller situó su Guillermo Tell, celebra su festival del 16 de agosto al 10 de septiembre. Sus semanas internacionales han venido a asentar una reputación musical que ya se iniciara con la estancia de Wagner durante seis años en la villa de Tribschen.En 1938, bajo los auspicios y la batuta de Toscanini, se ofreció el concierto que inauguró las primeras semanas. Desde entonces posee una particularidad única: al lado de las grandes orquestas invitadas siempre actúa, y con carácter exclusivo para el Festival, la Orquesta y Coros Suizos de los festivales, compuesta por los mejores músicos de las agrupaciones sinfónicas del país según iniciativa de Ernest Ansermet.
Obras de Schumann y Beethoven
Orquesta de París. Director: D. Barenboim. Lucerna, 3 de septiembre
El primero de sus dos conciertos incluía la Cuarta sinfonía de Schumann y la Tercera de Beethoven. La de Schumann se trata cronológicamente, en realidad, de su segunda sinfonía. Compuesta en apenas cuatro días, se estrenó sin siquiera un mediano éxito, de tal forma que su autor hubo de reelaborarla y estrenarla tres años antes de su muerte, ya en la versión que hoy conocemos. A pesar de que Brahms siempre consideró la versión primitiva como superior, lo cierto es que esta Cuarta sinfonía constituye la cúspide de la obra sinfónica de Schumann.
Barenboim posee la virtud de una acusada personalidad en la que sobresale la naturalidad y ésta se manifiesta tanto en unas ciertas notas aisladas, en la que, por otro lado, se observa una meditación exhaustiva, como en la concepción global de sus versiones.
En la Tercera sinfonía, Beethoven no pudo eludir sentirse Bonaparte cuando éste era aún primer cónsul, como apuntaba en un informe su alumno Ferdinand Ries. Su carácter heroico se vislumbra por doquier, y si bien sería absurdo hacer un programa de ella, sí cabe referirse a su dedicación a un gran hombre, un héroe cuya música refleja su fuerza y sus ambiciones sin ser ajena al mundo del amor y el dolor.
Desde su primer tiempo, Barenboim demuestra captar esa personal visión del héroe beethoveniano. Hubo brillo en los pasajes de cuerda, poder en la llamada de las trompas y dolorosos acentos en la canción de los oboes. Y lo mismo hay que apuntar en su concentrada y pausada Marcha fúnebre o el escherzo pleno de voces misteriosas en cuyo trío las trompas realzaron pronunciadamente los disarmónicos tonos concomitantes de esa séptima natural tan rara vez utilizada.
La orquesta de París respondió por último a la grandiosa cadena de variaciones del finale con entrega y entusiasmo, profundidad en los bajos, claridad de primeros oboes y clarinete en la tercera variación y alegría en el tuti conclusivo.
En definitiva, puede decirse que la versión fue muy equilibrada.
Babelia
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