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La danza eleva el nivel del festival de Aviñón

Expectación por los espectáculos de Hidejo Kanzaki y Philippe Decoufle

El festival de Aviñón ha entrado en su recta final con buen pie, levantando la moral de su siempre fiel público a través de los espectáculos de danza. La oferta de baile ha sido sabiamente concentrada entre el 25 de julio y el 6 de agosto, facilitando así al numeroso público interesado y a la crítica especializada el poder acceder a la totalidad de espectáculos. Por su parte, el Festival Off -una especie de certamen paralelo y cajón desastre- ha hecho lo propio, mostrando en estas mismas fechas un nutrido y a veces revelador grupo de talentos donde también la calidad ha subido ostensiblemente.

Quedó atrás cierto tono mortecino dejado por los grandes estrenos teatrales y ha reverdecido para todos de asombro ante Philippe Decoufle, el nuevo niño terrible de la danza francesa, o de puro éxtasis ante la perfección de Hidejo Kanzaki al resucitar los ancestrales pasos de Jiuta-Mai.Aviñón no podía ser menos que la media internacional, y sus producciones de danza en esta edición son grandes y comparables a las del teatro, aunque el mecanismo espectacular es bien distinto al de las primeras. Los franceses han encontrado la fórmula para que se puedan hacer hoy día estos costosos montajes.

En lo visto hasta ahora poco queda de la ola antidanza que azotó Europa desde fines de los años setenta. Todos los creadores, incluso los más rabiosamente modernos, vuelven al redil del baile como tal, unos con Pergolesi y otros con la electroacústica, pero respondiendo con la danza por delante. En Francia se opera esa recuperación paulatina de la condición esencial de la danza.

Juventud loca

Codex es la quinta, creación del joven Philippe Decoufle (nació en París en 1961) y su primera gran producción millonaria. La pieza comienza con un homenaje demasiado literal a Alvin Nikolais, para enseguida encontrar camino propio en una danza de accesorios donde hay ironía, humor y cierto regusto burlón por el tutu y todo lo que figure ancien; es como un tebeo de línea clara donde aún se nota su pasado junto a Regine Chopinot y Karol Armitage, pero su dinámica e inventiva le sitúan como una promesa de fuerte impacto. Es el exponente de una generación fría, calculadora y con pujanza.Jiuta-Mai es el revival de aquella fascinación que sintieron Manet y Degas por ciertos gravures del Japón clásico. Hidejo Kanzaki es en su país lo que para nosotros Fonteyn, Plisetskaia o Alonso: una reliquia viva capaz de animar el pasado. Su danza discurre en un espacio: sin tiempo, dando un raro equilibrio y concentración al baile arqueológico. Un momento privilegiado si se tiene en cuenta que estas danzas fueron hasta hace poco un secreto imperial y cortesano de puertas palaciegas adentro. Kanzaki, experta y vibrante, dejó correr unas lágrimas reales como hilos de plata sobre su níveo maquillaje, mientras evocaba la soledad en medio de una lluvia imaginaria.

Mammame, de Jean Claude Gallota (nació en Grenoble en 1950); constituye su reafirmación como hombre de grandes y ambiciosos espectáculos. Desde 1980 su trabajo está ligado al grupo Emile Dubois y al Centro Coreográfico Nacional de Grenoble; allí ha producido los dos actos de esta obra: La desert d'Arkadine (1985) y Les enfants qui tousent (1986), usando siempre a nueve bailarines -incluido él- muy maduros, de sólida formación clásica. El escenario es del chileno Raúl Ruiz, basado en una tenue iridiscencia que unifica metales, telas y personas. En Gallota hay un lujo secreto. Él ataca la articulación del baile -el ballet- por su base. Toda síncopa es anarquizada para reconvertir se en una coordinación nueva, un acople que no deja de ser academia, quizá nueva, pero academia al fin.

Habría que estar en tres sitios a la vez, pues la ciudad, en su veintena de espacios escénicos, es capaz de nuclear cientos de espectáculos.

En el Festival Off hay un subevento raro: el I Encuentro Internacional de Danza Sacra Occidental. Monjas, beatas de escapulario, velones y lirios marianos inundan la sala del Théâtre de la Danse, donde Catherine Golovine hace su solo sobre música de Honegger de más de 40 minutos una danza llena de exposición votiva y pretextos míticos. La calidad es muy irregular entre los devotos y ha habido de todo, desde una especie de saeta gaditana a lo normando, hasta exorcismos en toda regla, todo el mundo muy vestido, eso sí: nada de cuerpos a la vista.

En el Espace Athanor, Sumako Koseki baila su solo inspirado en Madame Butterfly. Cuando el público entra en la sala, ella está ovillada en una esquina tras un paraban enano, envuelta en polvorientas sedas doradas en jirones. Su baile, sacado del buto, es, una herética unión de la tradición y el kamikaze, la parsimonia oriental y la ruptura de los heavy metal. Así deben ser los modernos en Tokio. El final es revelador: ella grazna como un pájaro herido mientras la voz de Tebaldi hace el aria final de la ópera homónima.

El mejor producto del Festival Off ha sido La follia, una creación de Christine Bastin acompañada de dos bailarines y una comediante, presentado en el Granier a Sel, un trabajo lleno de exigencia, geometría y precisión. El Premio René Praile 1986 del Festival Off ha sido para Histoire de Maheu le Boucher, del cineasta cubano, residente en París, Eduardo Manet, interpretado por el grupo Le Roseau Theatre.

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