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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperanza en el río de la Plata

¿SERÁ POSIBLE hablar un día de los Estados Unidos de América del Sur? Si ese momento llega habrá que referirse en el origen al encuentro que han concluido esta semana los presidentes de Brasil, José Sarney, y de Argqntina, Raúl Alfonsín, en Buenos Aires, con la asistencía en calidad de observador cualificado del presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti. De la misma forma que la Comunidad Europea (CE) tiene sus antecedentes en una primera fórmula de integración sobre la base de la industria del carbón y del acero (CECA), los protocolos que ponen en el camino de la coordinación económica a las dos mayores potencias del Cono Sur están conceb idos como el comienzo de una operación continental que no alcanzaría pleno sentido si no fuera también política. No podía haber sido más explícito el presidente Sarney cuando resumía la iniciativa diciendo que hay que "integrar para no ser integrados".Ese primer impulso para la construcción de una Europa unida -aún muy lejos de ser realidad tras casi 30 años de recorrido- se produjo sobre la base de una conmoción: la II Guerra Mundial, en la que los países vencedores sufrieron casi tanto como los vencidos. No sin algún paralelismo, una gran parte de América del Sur vive hoy grandes conmociones de orden económico y político. Tanto Brasil como Argentina y Uruguay han recuperado el quehacer democrático en los últimos años tras una larga etapa en la que, con su máximo punto de horror en el caso de Buenos Aires, las dictaduras militares no sólo arruinaron las perspectivas económicas naciortales, sino que humillaron a la ciudadanía con su represión analfabeta. Al mismo tiempo, esa gestión económica desastrosa y el curso de un coyuntura internacional muy negativa han sumido a toda América Latina en una situación de asfixiante endeudamiento. El restablecimiento de la democracia y su consolidación encuentran, por tanto, un formidable obstáculo en la íncapacidad de atender simultáneamente al servicio exterior de una insensata escalada de créditos y a las necesidades deldesarrollo económico. Por todo ello, las tres naciones latinoamericanas salen de ese período de asesinato de la convivencia con la convicción común de que no basta con restablecer los modos de la democracia, sino que para defenderla, con su corolario inevitable que es la soberanía, hay que fabricar futuro. Una América Latina dividida, rival en muchas de sus producciones, asaeteada de mezquinas querellas históricas, no rebasaría jamás el estatuto de Estado cliente de los poderosos, y hoy, en América, ésa es la receta para perecer en el subdesarrollo.

En 1828, la diplomacia británica puso todo de su parte para la creación de una república tapón en el estuario del río de la Plata entre Brasil y Argentina, que hoy se llama Uruguay. Desde entonces, la rivalidad entre las dos grandes naciones ibéricas, con ese terreno de nadie entre ellas para que no se vinieran a las raanos, ha sido un dato permanente de su historia. Por ello es doblemente significativo que sean Argentina y Brasil, con la asistencia de Uruguay, los iniciadores de este proyecto.

De la misma forma, una empresa así apenas puede enteiriderse desde una perspectiva autosuficiente; otros países de América Latina que se hallan también en una fase de consolidación democrática, como Perú y Bolivia, o que padecen una secular arritmia de su tejido social, como Colombia, han de sentirse llamados entre otros a colaborar en la obra. Líderes como el peruano Alan García, con su indudable vocación continental, han de ver en la reunión de Buenos Aires el anticipo de una esperanza.

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Finalmente, para aquellas naciones latinoamericanas en las que la democracia es un bien a reconquistar -Chile y Paraguay, notablemente-, el impulso de una integración económica y política panamericana ha de ser el señuelo de una presión renovada contra los dos guifiapos de tiranos que señorean su suelo. El sueño bolivariano de una América criolla que compartiera el equilibrio continental con el gigante del Norte no está, por supuesto, a la vuelta de la esquina, pero tras muchas salidas en falso hay que recordar que mesocráticos soñadores, como Jean Monnet, no tenían mucho más entre las manos cuando contemplaban hace 40 años Europa hecha una ruina.

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