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EN LA MUERTE DE UN FILÓSOFO CRISTIANO

La revolución personalista de Jean Lacroix

Ha desaparecido una de las grandes figuras del personalismo cristiano. Era un hombre poderoso, jovial, lleno de vigor y entusiasmo, abierto a todas las ideas, aunque fuesen las más opuestas a su cristianismo esencial, corno el marxismo, el psicoanálisis, el estructuralismo. Poseía el don de escuchar el pensamiento ajeno, pues afirmaba que él mismo era el Otro. En uno de mis viajes a París me lo presentó Bergamín. Una tarde, en la redacción de la revista Esprit, quedé asombrado al oír a Lacroix y Albert Beguin cómo criticaban la política de Pío XII, ellos tan fervientes católicos.Cristianismo y marxismo

Muchos años después volví a encontrarle en el Instituto Francés de Madrid, donde sostuvimos una larga conversación sobre las relaciones entre cristianísmo y marxismo, uno de sus temas favoritos, y de la que salió una entrevista que publicó EL PAÍS (4 de noviembre de 1977). Este gran pensador francés nació el 23 de diciembre de 1900 en Lyon. Comenzó su carrera universitaria el año 1,925, en el Liceo de Chalon sur Saône. Enseña en Lons Saumier, Djon, y ocupa la cátedra de Filosofía en el Instituto de Lyon hasta 15168. Con Emmanuel Mounier funda en 1932 la revista Esprit, y desde 1945 hasta 1980 fue cronista filosófico de Le Monde. Entre sus obras importantes cabe señalar: Marxismo, existiencialismo, Personalismo (1949); El sentido del ateísmo moderno (1956); El deseo y los deseas (1975), y Kant y el la kantismo (1980).

¿Cuál es la esencia de su pensamiento y del personalismo, cristiano? Parte de un concepto de la persona como dádiva, entrega a los otros. En oposición a Max Scheler, para quien la persona trasciende la individualidad hacia una afirmación jerárquica de los valores espirituales del Yo, afirma Jean Lacroix que se es persona por el simple y natural hecho de abrirse, de ex-ponerse a los otros. La experiencia real de la persona piensa que es la del Otro, "mi ser es con", Milsein o ser hacia los demás, y sólo nos hacemos personas al convivir con ellos. A esta actitud denominaba "revolución personalistá", pues cada ser es capaz de desprenderse de sí mismo, haciéndose disponible a los otros. Para el personalismo cristiano, los actos de desposesión son la ascesis de la vida personal. Pero, como no es fácil renunciar a uno mismo, es necesario un ejercicio de la voluntad, una praxis que libere al Yo de sus egoísmos, una desencarnación de la individualidad posesiva.

El personalismo continúa la tradición más profunda del cristianismo primitivo, evangélico: lucha contra el amor propio, el egocentrismo, el narcisismo. Al abandonar le moi haissable se sitúa en el punto de vista del Otro, que no significa abdicación de la realidad del Yo. Lacroix, en su obra El sentido del realismo, explica que esta apertura total no implicaba dejar de ser, d'être moi, pues existe una forma de comprender todo que equivale a no amar a nadie, no ser nada, disolverse en otro y no querer su comprensión. Lacroix insiste en que la donación de sí, en que radica la esencia de la persona, no significa suicidio ni generosidad gratuita. Este don de sí mismo constituye una reafirmación de la existencia personal. "El hombre se toma un Yo a través del Tú", sentencia de Martin Raber, el filósofo judío germano, que podría servir de divisa al personalismo cristiano.

Según Lacroix, el Tú y el Nosotros preceden al Yo, o al menos lo acompañan. La revolución personalista es, a la vez, comunitaria, pues solamente podemos realizarnos como personas en el seno de una comunicación real permanente, libre, es decir, sin coacciones opresivas exteriores, pero también sin egoísmos posesivos individuales. No es extraño que la filosofía de Jean Lacroix y de Enmanuel Mounier culmine en una teoría del Amor.

Ser y amar

En oposición a Heidegger y Sartre, quienes piensan que la existencia en común, el Mitsein, se frustra por la lucha infernal de las individualidades. que aspiran a dominarse: recíprocamente, Lacroix afirma la realidad del Amor, debido a que el Yo sólo puede existir en la medida que existe para Otro. Ser es, pues, amar. Así de radical y sencilla es esta filosofía del Amor. Ahora bien, el amor por sí mismo no o crea identificación, y los amantes pueden ignorarse, arrebatados por su pasión ofuscadora. También la simpatía descubre afinidades que se juzga amor espontáneo. Por el contrario, para el personalisffi0 no es posible el amor sin conocimiento, es decir, sin la conciencia de la presencia de otra persona diferente. "El amor es ciego", dice Lacroix, "pero es un ciego perfectamente lúcido".

El personalismo cristiano, al combatir el individualismo y centrar su filosofía en la unidad comunitaria, se aproxima al marxismo. Lacroix considera que los Manuscritos económico-filosójlcos de Marx es una obra asombrosa en la que se esboza una teoría del Amor basada en la reciprocidad de las conciencias, y que significa la apertura entre todos los hombres. Sin embargo, como buen cristiano, no cree que esta utopía pueda realizarse en la Tierra. Pero dice: "El pensamiento de Marx es muy rico y coherente para sufrir deformaciones cristianizantes. El ateísmo es una de las bases de toda su fiosofía. El cristianismo comunista es el fruto de una confusión o de una mascarada". Sin embargo, cristianos y comunistas pueden ser buenos y leales compañeros de viaje, aunque Bergamín puntualizaba: "Estoy con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más".

Jean Lacroix mantuvo íntima relación con la revista española Cruz y Raya, tan afín a Esprit, y con su director, José Bergamín, de quien solía recordar en sus conferencias una cita que consideraba era la esencia del personalismo: "La soledad del artista no es la de una isla, sino la del rriar", a la que agregaba: "la mer toujours recommencé" J. Paul. Valery), Para el recién fallecido filósofo francés, José Bergamín y Joaquim Xirau son pensadores muy afines al personalismo cristiano, influidos ambos por la mística española, sobre todo la de San Juan de la Cruz.

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