El teatro vuelve al canto
Una de las más brillantes temporadas del teatro de la Zarzuela de Madrid termina con La Bohéme. La política de la anterior Dirección General de Música y actual Instituto para las Artes Escénicas y la Música, iniciada seriamente hace unos cinco años, se ha fortalecido con el nombramiento de un auténtico equipo gerencial conducido por José A. Campos Borrego.
Este camino, que ya empezó el anterior director, tiende al desarrollo de las estructuras del teatro a fin de crear la infraestructura del futuro teatro Real reconvertido para la ópera.
Lo de menos sería hablar del éxito de algunos divos que, como Agnes Baltsa, Hildegard Bahrens, Ruggero Raimondi, Montserrat Caballé o José Carreras, han pasado por la Zarzuela esta temporada porque, afortunadamente, la política del divo, aunque siempre se cuente con él, va cediendo paso a la importancia del conjunto en el escenario y a la organización fuera de él. Si son patentes las mejoras en la orquesta, muy especialmente cuando la dirige una digna batuta como en Salomé o La walkiria, otro tanto cabe apuntar de las representaciones. Producciones como la de La walkiria o la misma de La Bohéme de hoy, serían difíciles de encontrar en cualquier teatro europeo y no habrían podido montarse en la Zarzuela de no existir una base sólida.
Y, naturalmente, cuando por dentro las cosas funcionan, esto siempre se traduce en hechos externos: prácticamente el 100% de la capacidad del teatro se ha agotado en las 38 representaciones de la temporada, y el público va acudiendo cada vez más con la curiosidad de contemplar un espectáculo además de un divo. A la salida se escuchan comentarios hasta hace poco inimaginados: "De seguir así ya no tendremos que salir fuera para ver ópera".
Éste es el camino para que en 1991 haya una afición que llene el teatro Real, con un 60% más de aforo, de manera continuada.
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