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"Múdate de barrio, chaval"

Tiene 17 años, es ajeno al mundo del Derecho y lo primero que señala es que "en el periódico aparezcan sólo mis iniciales". Dejó el colegio antes de acabar octavo de EGB; su hermano mayor lleva años en la cárcel, y en su familia ha sido siempre la oveja negra. Su padre trabaja en la construcción y su madre es sirvienta."Todo empezó cuando tenía 12 años", señala J. V. "Me expulsaron del colegio porque a mí me gusta que me traten como yo trato a las personas". Luego re cuerda que si los profesores le chillaban, él gritaba más fuerte, "y si se ponían histéricos, yo les superaba"« Por los amigos del barrio se enteró de un colegio diferente, los módulos de educación compensatoria, y acudió a ellos: "Soy de los más viejos, llevo aquí desde el primer día".

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La "segunda oportunidad"

Los días en la escuela, sin embargo, han dejado una huella imborrable en su recuerdo: "Una profesora me echó en cara que vinieran a verme todos los meses unos policías del Tribunal Tutelar de Menores. Me trataba como a un delincuente". J. V. entró entonces en la espiral del robo.

Cuando tenía 15 años ya había pisado al menos ocho veces la comisaría. "Esparramarse [robar] en un bar o hacerse una chirla [atracar a una pareja] han sido las causas más frecuentes", explica. "Múdate de barrio, chaval", le decían en comisaría. "Ia policía nos tiene asco. Nos para una y otra vez para cachearnos; luego nos lleva a comisaría, y allí nos amenaza: 'Te voy a partir los dientes, te voy a abrir la cabeza de un porrazo', y cosas así. Una vez me persiguieron por los tejados, me tiraron al suelo a punta de pistola y no dejaban de darme patadas en el costado y en la cabeza".

El año pasado salió del reformatorio -"en donde estaba chapado, viendo cómo pasaban los días"-, y ahora está preocupado porque un delito cometido en 1994 puede llevarle a la cárcel.

Mientras tanto ha encontrado un lugar en el que ha descubierto al menos dos cosas: "Comprensión y tela de cariño. Es el primer sitio que conozco donde la gente se lleva bien y te intenta ayudar". En su entusiasmada explicación sobre el funcionamiento y normas de este especial colegio no hay una sola referencia a las lecciones teóricas que allí recibe: "Nosotros nos quedamos con el 20% de lo que trabajamos, y lo otro es para hacer cosas juntos". En el módulo de educación compensatoria se celebran asambleas que presentan para J. V. una novedad esencial, ajena al mundo real: "Aquí todos somos iguales, cada uno tenemos un voto y cada voto vale lo mismo".

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