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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los viajes del Papa

JUAN PABLO II ha atravesado por novena vez el Atlántico en su viaje a Colombia. Ha salido de Italia 29 veces y ha visitado 57 países, además de los 54 encuentros celebrados en ciudades y santuarios italianos. América Latina figura en primer lugar de sus itinerarios por el mundo, con Ocho viajes; en África ha estado tres veces, y dos en Asia; y las naciones europeas occidentales, con excepción del norte escandinavo, le han recibido todas, algunas incluso más de una vez.Los viajes de Wojtyla y lo que provocan en su entorno de movimiento de masas, de audición y visión directa, constituyen la mayor novedad de este pontificado y modifican sustancialmente la imagen histórica del papado. En realidad, con estas costumbres viajeras, el Papa se adapta a un fenómeno general hoy en la escena internacional: los jefes de Gobierno prefieren los encuentros personales a las notas y mediación diplomática de los embajadores. No es un mero resultado de la facilidad de comunicaciones; en la Iglesia católica, el intercambio oral no puede dejar de modificar su sistema de gobierno y sus relaciones internas. Bastaría referirse a otras etapas históricas para notar los contrastes. En la época de los manuscritos, antes de la imprenta, en aquel ámbito reducido del mundo católico, había que traducir e interpretar lo que venía de Roma. La autonomía de las comunidades era más amplia. El mismo Marshall McLuhan relaciona la galaxia de Gutenberg con algunos aspectos de la reforma protestante. La difusión del documento impreso y del libro hizo más fácil la concentración burocrática como órgano de control impersonal y uniformante. En nuestros días, las encíclicas y los documentos del Vaticano dificultan la relación con la pluralidad de culturas, situaciones y lenguajes en los diversos contínentes.

Contemplamos un fenómeno paradójico. Cuando la imagen audiovisual se ha convertido en el instrumento de comunicación más rápido y directo, cuando es posible ver y oír directamente al famoso y al gobernante, son precisamente los mismos medios electrónicos los que obligan a los líderes a salir del estudio radiotelevisivo y a romper el marco de la pequeña pantalla para dejarse tocar por sus seguidores más apasionados. Juan Pablo II es uno de los casos más relevantes. La nube electrónica parece identificarse con él, casi como un halo luminoso a la vez inundano, y trascendente. Difícilmente encontramos en estos momentos otro comunicador capaz, como él, de eclipsar varias veces al año los programas de las cadenas radiotelevisivas más poderosas del mundo. Lo que llega a todos los rincones del planeta no son principalmente sus discursos conceptuales, sino la imagen televisiva, que desborda su figura fisica. Algo así como si la corona áurea de un santo medieval se desprendiera de la tabla flamenca y comenzara a moverse entre todos los habitantes de la Tierra. En este ambiente electrónico, la comunicación religiosa deja de identificarse con la letra impresa para recobrar la polivalencia y la ambigúedad de los símbolos generadores de emociones. Una nueva forma de gobernar y suscitar obediencia en su significación etimológica (ob-audire), en una palabra, de lograr audiencia. Es una manera moderna de acentuar la centralidad de Roma en el gobierno de la Iglesia y de reducir los defectos de la comunicación impresa, que desde el Renacimiento y la Ilustración favoreció la reflexión y la crítica y contribuyó también a la fragmentación del cristianismo.

Pero este "sino desbordamiento deja al descubierto la otra cara de la moneda: teólogos y pensadores puristas advierten el carácter espectacular, fastuoso y mundano de las concentraciones papales. El trato con las autoridades políticas y las situaciones conflictivas de cada país que el Papa no rehúsa afrontar crea compromisos temporales que pueden causar digusto en amplios sectores del catolicismo. La insistencia del discurso pontificio en el carácter estrictamente pastoral de sus visitas no basta para dismular las inevitable consecuencias políticas de algunos de sus gestos o tomas de posición.

Colombia, una nación duramente castigada en los últimos años, contempla estos días la figura del Papa, que bendice a todos los colombianos, sin hacer excepciones. En un país en el que se dan cita las contradicciones más escandalosas en lo social y en lo político, y en el que el número de católicos que luchan en las guerrillas es elevado, era inevitable que este problema se colocase en un primer plano. El Papa ha optado por rechazar una toma de contacto personal con las guerrillas; ha hecho una denuncia valiente de las terribles injusticias sociales y ha lanzado llamamientos reiterados en favor de la paz; pero a la vez se ha colocado inequívocamente al lado de las autoridades colombianas, en un momento en que existen acusaciones gravísimas sobre la conducta del ejército, y del propio presidente Betancur, en la cuestión del asalto sanguinario al Palacio de Justicia. A la vez, Juan Pablo II ha llamado directa mente a los guerrilleros a abandonar las armas. Es probable que una actitud papal en favor de la paz hubiese podido tener resultados más efectivos si no se hubiese presentado tan comprometida con un gobierno media tizado por los militares.

Pero Wojtyla, desde su nube electrónica, atrae la mirada de millones de hombres que sufren en todos los continentes. Hay quien le acusa de que abandona el gobierno de su Iglesia cuando sale de Roma. Pero con este magisterio itinerante, con sus ambigüedades y contradicciones, está cambiando la imagen planetaria de la Iglesia.

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