La cuestión de la distancia
Los ejemplos ilustres, aunque su uso comparativo pueda parecer abusivo frente a películas de mediana calidad, tienen la ventaja de su fuerza y la elocuencia derivada de ella.Un ejemplo ilustre: aquella obra magnífica de Racul Walsh titulada Objetivo, Birmania. Es tal la intensidad de la travesía de un destacamento militar a través de las impenetrables selvas surasiáticas, es tan denso el discurrir cinematográfico del itinerario recorrido por la cámara de Walsh, que el espectador llega a sentir fatiga al incorporar a su imaginación la tremenda distancia emocional que crea un espacio que se resiste a ser recorrido incluso mentalmente. Al final del filme uno se levanta de su inmóvil butaca con la sensación de haber asumido interiormente una insospechada traslación, poco menos que la sensación de haber surcado un continente interior.
Mad Morgan
Director y guionista: Philippe Mora.Fotografía: Mike Molloy. Música: Patrick Flynn. Producción autraliana, 1982. Intérpretes: Dennis Hooper, Jack Thompson, David Gulpilil, Frank Thring, Michael Pate, Wallas Eaton, Bill Hunter, John Margreaves, Martin Harris, Robin Ramsay. Estreno en Madrid: cine Madrid, sala 3.
Pues bien, Raoul Walsh realizó aquel prodigio no en una lejana selva birmana, sino a un tiro de piedra de su propia casa, envuelto en las transparencias de los escondites infantiles de un bosquecillo de sólo unos cuantos kilómetros cuadrados, situado cuando el filme se rodó -hoy es probable que dicho bosque lo sea de cemento- en una colina de los alrededores de los viejos estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer, en pleno corazón de la dorada barriada hollywoodense de Los Ángeles.
Ahora comparemos abusivamente aquel lejano milagro con este cercano milagro al revés: Mad Morgan, filme australiano de Philippe Mora, que cuenta la historia verídica de un fantástico itinerario, el de un famoso proscrito autraliano que, rebasado el ecuador del siglo pasado, trajo en jaque a la policía de vastos territorios de aquel continente.
En los títulos de crédito del filme se nos advierte que ha sido rodado en los mismos lugares de la inabarcable zona de Australia donde ocurrieron los hechos. Pues bien, la película parece realizada en un parquecito de los alrededores de Melbourne. Las enormes distancias reales han salido encogidas, como una mala tela de algodón, por el baño de una inhábil cámara. Y si hace 40 años Walsh extrajo de una legua la idea de infinito, Mora convirtió hace cuatro a un infinito en una encogida legua.
No hace falta decir que este signo de impotencia convierte a un fascinante asunto histórico en una película que hay que situar muy por debajo de lo que cuenta. Asesinada en un relato itinerante la sensación de distancia, con ella se asesina al relato en cuanto tal. El filme, ambicioso, se frustra porque quienes lo han hecho han fotografiado su escenario, pero no han incorporado las dimensiones de éste a la temporalidad secreta del filme, que, abordando la parábola de un movimiento, es inmóvil.
Mad Morgan es, por ello, una película que complace ver a causa de su argumento y su luminosidad, pero que como tal película es fallida, pues no basta para sostenerla el vigor de su anécdota. Como tampoco es suficiente para salvarla la excelente composición del norteamericano Dennis Hooper en el personaje del bandido Morgan, ya que es éste un acierto dramatúrgico con los pies de barro, pues es erróneo su pedestal físico en su doble vertiente de, por un lado, el escenario espacial y, por otro, la cadencia temporal -de la que hay mil ejemplos gloriosos en la historia del western- que debe emanar de la recreación en la pantalla de grandes distancias. Y poco pueden hacer las ramas cuando el mal está en las raíces.
Babelia
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