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Entrevista:

Miguel Barnet: "Mis personajes son su lenguaje"

El escritor cubano Miguel Barnet, autor de Biografía de un cimarrón, Gallego y La vida real, que acaba de publicar Alfaguara, se ha mostrado preocupado en su narrativa por conjugar el documento social con la ficción. Sus novelas-testimonio han recogido de la versión oral de algunos personajes momentos de la historia de la sociedad cubana. Para él la palabra dicha es el engranaje entre la ficción y la realidad. "Algunos dicen que mis personajes son su lenguaje. Puede que tengan razón" dice.

Pregunta. En sus novelas el protagonista habla en primera persona. Alguna vez usted dijo que pretendía dar la palabra a las voces que generalmente no se oyen, al marginado. Tras el boom, las voces de los personajes en la literatura latinoamericana siguen presas en los libros, y estos autores se han convertido en una especie de portavoces de la realidad latinoamericana, que en cierta medida no se corresponde del todo.Respuesta. Yo creo que cualquier escritor está en el derecho de mostrar la voz que desee, la voz que sienta suya. En el caso de algunos escritores del llamado boom, escritores de ficción, se ha escamoteado otro tipo de literatura. Otras voces que no sean las voces decantadas por una intención más intelectual. Yo respeto todas esas voces. Pienso que una novela como Rqyuela es una obra maestra, una novela con una voz muy auténtica que muestra una realidad con la que se identificaron muchos exiliados, aunque no sea la voz de los marginados o los sin historia. No pienso ni siquiera que, aunque sea el único escritor importante del Paraguay, Augusto Roa Bastos, que es un gran maestro, sea el Paraguay.

Aquí en Espada se toma así porque aquí hay mucha desinformación, y esa desinformación se debe, desgraciadamente, a que todavía los españoles miran a América Latina por encima del hombro. Latinoamérica está lejos, pero a la vez está más cerca de lo que los españoles piensan. Yo creo que

La Habana es una ciudad tan o más española que Barcelona.

Hacer justicia

Creo que hay que hacer justicia y que los españoles tienen que acercarse seriamente a los problemas de Latinoamérica, no sólo porque potencialmente tenga riquezas que luego puedan contribuir a cimentar el futuro, sino porque son muchos millones de personas los que hablan la lengua castellana, los que escriben en castellano y los que tienen un antecedente hispánico.

Aquí se conoce solamente a algunos escritores del boom, pero detrás de ellos hay muchos otros valores semiocultos; hay mucha fuerza, sobre todo en la poesía. No quiero ofender a los españoles, pero la poesía que se escribe en Latinoamérica es muy superior a la que se escribe aquí, y de la novela se puede decir algo similar.

P. ¿Qué es para usted el castellano?

R. A mí de niño en la escuela me dijeron que yo hablaba el español. A mí nunca se me habló del castellano. El castellano era el hombre de Castilla. Cuando empecé a leer la literatura española me di cuenta que yo no hablaba el español tampoco. Yo hablaba el cubano, que es otra cosa. El idioma que se habla en Cuba, las inflexiones, el idioma que se habla en mis libros y que he recogido con toda intención, es distinto. Todo parte del tronco del idioma español, indudablemente, son derivaciones enriquecidas, no empobrecidas, de la misma lengua. La Real Academia va reconociendo muy lentamente algunos de estos vocablos.

Pienso que una de las grandes contribuciones a este idioma ha sido la novela realista latinoamericana, gústenos o no esa novela, pero lo hizo. Pienso en Rómulo Gallegos, en La vorágine, en Don Segundo Sombra, y después pienso sobre todo en Alejo Carpentier y Lezama Lima. No se puede subestimar esa lengua. Hay algunos críticos que piensan que los personajes principales de mis obras no son Esteban Montejo, o Rachel, o Julián Meza, sino que son el lenguaje, y no dejan de tener razón. No quiero admitirlo demasiado porque pienso que mis personajes tienen una existencia más allá del lenguaje. Pero hay quien dice que mi atención al lenguaje de los personajes se ejerce en detrimento de la anécdota; hay un poco de razón. Como investigador de las ciencias sociales, además de escritor, tengo una deformación académica, etnográfica.

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