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Reportaje:

Hambre y miseria en las chabolas de Crossroads

35.000 personas privadas de su hogar por la violencia afrontan el invierno en Suráfrica.

Rollos sin fin de alambre de espino rodean las dunas de arena. Soldados armados patrullan constantemente por la avenida de Mahobe a bordo de vehículos blindados. Unas 3.000 chabolas han sido quemadas o destruidas, y unas 35.000 personas se han quedado a la intemperie, ahora que es invierno en Suráfrica. Crossroads es un sucio y maloliente gueto negro de 150.000 personas en las afueras de Ciudad del Cabo, donde a finales del mes pasado murieron 44 personas por la violencia racial, principalmente entre negros.

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Traslados forzosos

Los destrozos en Crossroads fueron producidos durante los choques entre negros conservadores llamados vigilantes, y jóvenes radicales, llamados camaradas, que apoyan al ilegal Congreso Africano Nacional (ANC). En esta ocasión ganaron los primeros, que recibieron la ayuda de la policía y los soldados, según los radicales. Desde hace años las autoridades blancas, en un intento de controlar mejor a los negros, han pretendido convencer a los residentes de Crossroads para que se fueran a otra colonia, Jayelitsha, a unos ocho kilómetros. Pero pocos negros han aceptado la oferta, y Crossroads ha llegado a ser un símbolo de la resistencia negra.En casi cualquier otra parte del mundo la existencia de 35.000 personas sin hogar a principios del invierno hubiera sido clasificada como una tragedia nacional y objeto de una ayuda asistencial masiva por parte del Gobierno. La portavoz de la Cruz Roja, Ros Morris, ha declarado recientemente en Ciudad del Cabo: "Hasta donde yo sé, el Gobierno no ha contribuido a las tareas de auxilio". El Reino Unido, Estados Unidos y algunas compañías privadas han donado mercancías y dinero en efectivo.

Ayuda musulmana ,

El imam Omar Nordoi, uno de los dirigentes espirituales de la comunidad musulmana de la ciudad, dirige la distribución de comida desde un toldo de rayas azules y blancas en el gueto de Nyanga, colindante con el área racial de Crossroads.El proyecto, que permite la alimentación de 4.000 personas, está coordinado por una organización humanitaria islámica que recibe donaciones de la comunidad musulmana.

"Ni una sola tienda de campaña, ni un solo grano de sal nos ha dado el Gobierno", declara Nordoi a este periódico. El toldo se bambolea en el fuerte y frío viento del sureste. Bolsas de pan, bolsitas de té, cajas de comida enlatada, se amontonan a su espalda.

Un grupo de mujeres negras corta despojos de grasa animal en pequeños cubos para freírlos y distribuirlos.

Fuera, tras un basto muro de separación, otro grupo limpia y cocina tripas y pulmones de reses en pequeños fuegos al aire libre. Los niños negros saltan y juegan en el barro, bordeando los charcos grandes y profundos.

"Hace bueno hoy", afirma el imam, "pero ayer llovió a cántaros y estuvimos hundidos hasta los tobillos en el fango dentro de esta tienda". Mientras habla muestra las cajas de pan colocadas sobre cajas de madera para evitar que se mojen.

"Antes de que levantáramos esta tienda, muchas de estas madres llegaban por las noches, algunas en camisón, con lo que llevaran puesto cuando sus chabolas empezaron a arder y tuvieron que salir corriendo de ellas. Estaban casi desnudas, sin nada excepto el cielo sobre ellas y la tierra a sus pies", añade. "Dios nos bendiga; aunque estaba calinoso aquí afuera, en realidad no llovió ni sopló el viento hasta que levantamos la tienda".

"Alimentar y dar cobijo a esta gente", continúa Nordoi, "no es responsabilidad nuestra. Se trata de un problema creado por el Gobierno surafricano, y debería pagar por ello".

El Gobierno ha querido durante años aclarar la situación en esa parte de Crossroads que fue destruida en una semana de luchas entre los distintos grupos de residentes enfrentados entre sí.

El ministro surafricano de Desarrollo, Chris Heunis, en el Parlamento y en reuniones con la Cruz Roja y otros organismos humanitarios de carácter no gubernamental, manifestó que no se declararía zona de desastre y que tampoco se instalaría un campamento dé refugiados de la Cruz Roja.

"Ocho kilómetros más allá, en Jayelitsha, se dispone de tierra, sanitarios, luz, escuelas y servicios médicos", declaró Heunis. "Por tanto, nadie necesita permanecer en las actuales condiciones de miseria, ni en estancias e iglesias superpobladas".

El problema de Crossroads no es simplemente un problema de radicales contra conservadores, de negros en lucha o de viejos tradicionalistas contra jóvenes urbanos con ideas y metas políticas progresistas.

"Vinimos aquí en 1974", explica Prince Gobingca, miembro ejecutivo del Crossroads original y uno de los dirigentes de los grupos de vigilantes, "y nos abrimos un espacio en el espeso boscaje y construimos nuestras casas. Desafiamos al Gobierno, que estaba intentando forzarnos a abandonar y le combatimos. No pudieron obligarnos a irnos, todavía estamos aquí".

Lucha por la tierra

Otros grupos recibieron promesas de tierras en la zona de Crossroads durante los últimos cinco años, en las que los primeros chabolistas esperaban extenderse. "Pedimos al Gobierno en 1979 que dejara ese proyecto pendiente, y obtuvimos promesas, pero en 1983 ordenaron a la gente que viniera", afirma Gobingca.Se despertó una brutal lucha por la tierra para construir las, toscas chabolas. Y a sabiendas o no, la Administración local prometió la misma tierra a diferentes grupos.

"Ahora vivimos como cerdos, fuera hay agua sucia", afirma Gobingca, "y nuestros niños no pueden jugar".

Gobingca y Florence Xhaso, otra dirigente ejecutiva de Crossroads, son ahora virtuales prisioneros dentro de su poblado. "Mi coche está en mi garaje, y no puedo salir de casa. Si los camaradas me ven me ahorcarán", afirma.

"Esos jovencitos no tienen disciplina", afirma Xhaso. "Se autodenominan luchadores de la libertad por el ANC o por el Frente Democrático Unido (UDF), pero son asesinos con sus sogas". Ella y Gobingca apoyan al dirigente vigilante Johnson Ngxobongwana. "Es un buen tipo, cuida de nosotros", aseguran.

Sin embargo, para los refugiados en los campamentos del otro lado de esa tierra de nadie, Ngxobongwana es el jefe de una especie de mafia que saca 20.000 dólares (cerca de tres millones de pesetas) al mes en Crossroads de rentas y presuntas corrupciones.

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