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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los bombardeos de Suráfrica

EN LA noche del 18 al 19, las fuerzas armadas de África del Sur han realizado, con su aviación y con comandos aerotransportados, bombardeos y ataques contra diversos edificios e instalaciones en los territorios de Zambia, Botsuana y Zimbabue. Según las primeras noticias di fundidas por las agencias, por lo menos dos ciudadanos de Zambia y un empleado del Ministerio de Agricultura de Botsuana figuran entre los muertos. Han sido salvajes actos de guerra, cometidos por sorpresa, de la forma más cobarde, contra Estados africanos que han vivido procesos muy distintos en su conquista de la independencia y que tienen Gobiernos con orientaciones políticas bastante diferentes; los tres pertenecen a la Commonwealth, la comunidad británica de naciones. Hace poco menos de un año, los surafricanos cometieron una agresión semejante contra Botsuana, lo que levantó protestas indignadas en todo el mundo y dio lugar a una condena del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, es la primera vez que Pretoria se lanza a operaciones militares agresivas contra Zimbabue y Zambia. Estos ataques ponen de relieve que nos encontramos ante una escalada en la política de agresiones y amenazas militares practicada por África del Sur en relación con sus vecinos. Política que lleva a cabo con diversos métodos, incluido, en Angola, el apoyo a la guerrilla de Savimbi, pero que tiene el objetivo común de imponer su hegemonía militar en toda la región austral africana. En los últimos ataques, Pretoria ha aplicado el terrorismo de Estado, y no a través de agentes disimulados, sino con aviones, helicópteros y tropas regulares.

El pretexto utilizado -que recuerda los motivos invocados por Israel y EE UU en sus bombardeos contra Túnez y Libia, respectivamente- era el de destruir bases de las guerrillas del Congreso Nacional Africano (ANC), la principal fuerza que lucha contra el apartheid. Pretexto, sin duda, porque varias de las instalaciones atacadas, situadas en zonas urbanas, cumplían misiones netamente políticas o diplomáticas. Por otro lado, es evidente que la acción propiamente guerrillera que el ANC realiza es relativamente escasa, y los grupos que realizan tina oposición armada en África del Sur son poco frecuentes. Con lo que se enfrenta el Gobierno dé Botha es, en realidad, con una resistencia pacífica que moviliza a grandes masas. Y la violencia que ensangrienta las ciudades surafricanas es la de la policía y el Ejército, que han reprimido las manifestaciones.

El momento escogido por el Gobierno de Pretoria para estos ataques no puede por menos que despertar una gran perplejidad. Porque en las últimas semanas se habían sucedido una serie de hechos que parecían anunciar una actitud de Botha encaminada a superar progresivamente el apartheid y a negociar con los negros. En ese sentido había enviado un mensaje a la cumbre de Tokio pidiendo comprensión hacia sus gestiones. En un discurso pronunciado el 15 de mayo anunció un proyecto de ley para crear una mesa redonda con participación de los negros. A la vez, el grupo de personalidades eminentes designado por la Commonwealth británica estaba realizando negociaciones indirectas (en Lusaka, con el ANC; en Pretoria, con el Gobierno) para estudiar las posibilidades de una liberación de Nelson Mandela y una legalización del ANC, como pasos hacia esa negociación. Todo ello había despertado esperanzas en varios Gobiernos occidentales. y servía de justificación para aplazar las sanciones económicas, concretamente por parte del Reino Unido. En estas condiciones, como ha dicho el secretario general de la Commonwealth, los aviones surafricanos han disparado contra una solución pacífica del problema del apartheid, contra la paz en África del Sur.

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Los ataques del Gobierno de Pretoria se producen en una etapa de degradación de las normas de conducta internacionales. Si se tiene en cuenta el carácter medularmente militarista y violento de los gobernantes de Pretoria, no es extraño que hayan considerado que, después de los bombardeos de Trípoli y Bengasi, podían llevar a cabo su agresión sin excesivo riesgo de reacciones internacionales efectivas. Nos encontramos, pues, ante un verdadero desafío al mundo civilizado; un primer hecho positivo es la reacción de todos los Gobiernos, incluso el de Washington, condenando esa acción, pero, a todas luces, las declaraciones no son suficientes. Es preciso que se pongan en marcha sanciones mucho más efectivas, de las que la CE, en particular, no esté ausente. No se puede seguir por más tiempo una pendiente que lleva a considerar el bombardeo como método habitual de relación entre los Estados.

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