Iberia, otra vez bajo mínimos
UNA VEZ MÁS los usuarios de la compañía aérea de bandera española se verán obligados a soportar molestias e incomodidades por un conflicto al que son ajenos y que, seguramente, les resultará difícil comprender. La huelga convocada por el sindicato de pilotos dejará en tierra a más de 10.000 pasajeros y provocará inevitables trastornos a otros miles de personas. Parece que las relaciones entre la dirección de Iberia -sea ésta cual sea, pues la presidencia actual repite problemas similares a la anterior- y los colectivos que componen su plantilla no son, desde luego, un modelo a seguir. Con preocupante periodicidad se han venido produciendo convocatorias de paro que, además de los perjuicios que acarrean al ciudadano, empeoran la situación financiera de la compañía. Sin el caos aéreo del pasado año, los resultados de Iberia hubieran sido mejores. La cuenta de resultados arrojó al bolsillo de los contribuyentes en el último ejercicio pérdidas por valor de 9.134 millones de pesetas.Al margen de las razones que asistan a los sindicatos para recurrir al incuestionable derecho de huelga, no deja de sorprender que el diálogo y el entendimiento sean en esta empresa un mecanismo de difícil utilización. La dirección de Iberia, por un lado, y los pilotos por otro, insisten en su voluntad negociadora, pero mientras tanto deciden reunirse dos días después de que la huelga se lleve a efecto. Cuesta trabajo aceptar que hay verdaderos deseos de resolver el problema, cuando la propia empresa, al anunciar las suspensiones de vuelo, advierte de antemano que la desconvocatoria de los paros ha de producirse antes de las 10 horas de la víspera de huelga. Posiblemente, poner en marcha un mecanismo tan complejo como los servicios aéreos lleve su tiempo, pero habría que preguntarse qué hubiera ocurrido si los pilotos deciden desconvocar una hora después del plazo fijado por la compañía.
El contencioso que hoy enfrenta a la compañía y al colectivo de pilotos tiene que ver exclusivamente con el convenio colectivo -aunque al mismo no sea ajena una vieja enemistad entre ambas partes- y su ámbito de solución parece que debe circunscribirse a la mesa, negociadora. La normativa aérea obliga -por lo específico del trabajo- a que los pilotos disfruten de un período de descanso antes de iniciar el vuelo. Período que, según los pilotos, que se apoyan en una sentencia del Tribunal Central de Trabajo, no puede coincidir con los días libres que tienen fijados por convenio. Estos criterios han sido bastante laxos. Ahora el sindicato de pilotos quiere terminar con esta práctica.
No deja de ser significativo, sin embargo, que mientras por un lado exigen su derecho al período de descanso, basándose en la seguridad de los pasajeros, admitan por el otro que están dispuestos a aceptar que el tiempo de descanso no disfrutado les sea compensado económicamente. Parece como si la seguridad estuviera en proporción directa al precio con que se compra el descanso.
Posiblemente se muevan en el fondo de este conflicto otras razones menos confesables. El sindicato UGT ha denunciado que se trata de una acción electoralista y que en 1985 los pilotos han cobrado 168 millones de pesetas por sus descansos no disfrutados.
Pero el conflicto se comprende menos cuando, además, en la larga reunión de 18 horas celebrada entre el miércoles y el jueves ambas partes coincidieron en que se había logrado un acercamiento entre las dos posiciones y llegaron incluso a plantear la posibilidad de nombrar un árbitro. Como si todos, pilotos y empresa, estuvieran tan contentos con la huelga, convocaron la siguiente reunión, en la que presumiblemente se puede llegar al acuerdo, para el próximo martes. Así la huelga ha seguido adelante. Y todos tan felices, menos los usuarios, que sufrirán directamente los inconvenientes de la huelga, y todos los ciudadanos, que seguiremos sufragando el déficit de una compañía al parecer siempre dispuesta a ofrecer el rostro hosco de un servicio público ineficaz e impresentable. Es muy probable que los ciudadanos españoles se vean obligados a utilizar líneas aéreas de otros países, ante el arcano que supone optar por los servicios de Iberia.
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