La paz deseada o el conflicto impuesto
Otra vez la sombra del supuesto chico malo del vecindario planea amenazando el nada fácil trasiego de Contadora y su esfuerzo pacificador. La ocasión fue San José, la ceremonia con motivo de la toma de posesión del presidente Óscar Arias, celebración a la que el presidente Daniel Ortega no fue invitado, a pesar de los esfuerzos de los días anteriores que en el terreno diplomático la cancillería nicaragüense agotó con las autoridades costarricenses para evitar una ausencia que en realidad sólo beneficia a los que se satisfacen del agravamiento de tensiones en Centroamérica.El tema Nicaragua pareció protagonizar un evento nacional con la presencia de jefes de Estado latinoamericanos y cancilleres europeos, aunque el sujeto en cuestión no estuviera presente, en obvia situación de desventaja si de lo que se trata es -como viene ocurriendo últimamente- de puntualizarle una urgente necesidad de firmar el acta que arroparía de paz y tranquilidad a los pueblos centroamericanos.
En todo proceso negociador siempre es oportuno refrescar la memoria para aclarar las intenciones de las partes. En septiembre de 1984, cuando el Gobierno de Nicaragua anunció su disposición inmediata de firmar el Acta de Contadora, el resto de los gobiernos de la región se echó para atrás. Quien soporta los palos, lógicamente, busca urgentemente la solución. Pero urgencia no es sinónimo de desesperación tras un mero acto de rubricación.
Contadora, ahora respaldada y potenciada por la digna actuación del grupo de apoyo (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay) tras el documento de Caraballeda, ha significado el resurgir de la identidad latinoamericana, el deseo, sin una pérdida de raíces autóctonas, por la preservación del respeto a los asuntos internos en los países, el ejercicio de la soberanía nacional y el rechazo a la política de agresión expresada en el financiamiento a los contras por parte de la Administración de Reagan.
Firmar el acta
La demanda del Gobierno nicaragüense a fin de que existan garantías mínimas para el cumplimiento del acta, lo que implica un compromiso por parte de la Administración de Estados Unidos para respetar el contenido de la misma, no entra en contradicción con la voluntad manifiesta de firmar el Acta de Contadora. Jamás se ha renunciado a firmar ni a dejar de examinar todos los aspectos del acta.
El documento de Caraballeda, firmado por todos los Gobiernos integrantes de Contadora y el grupo de apoyo y respaldado después por los Gobiernos centroamericanos en Guatemala con motivo de la toma de posesión del presidente Vinicio Cerezo (el pasado 14 de enero), es clarificador de la necesidad de la simultaneidad como condición para la firma del acta.
Este principio fue reafirmado en las últimas semanas en una carta que los presidentes Alan García (de Perú) y Julio María Sanguinetti (de Uruguay) enviaron al presidente Daniel Ortega. De manera que la implementación del acta en sus aspectos militares decisivos para la paz (suspensión de maniobras militares, retiro de asesores extranjeros, reducción de armamento, etcétera) simultáneamente deberá ir acompañada de la renuncia por parte de la Administración de Reagan en su ayuda a los contras. Caso contrario, lloverá sobre mojado, y un terrible precedente se habrá institucionalizado en la historia de los pueblos latinoamericanos. Ésa es la postura del Gobierno de Nicaragua, la que expresan Caraballeda y, por ende, Contadora y Centroamérica, y la que puntualizaron los presidentes de Perú y Uruguay.
La fijación de fechas tope para concluir una negociación tal vez no es lo más indicado. Contadora no es un fin en sí misma, puesto que nació como un instrumento para la búsqueda de coincidencias que hicieran posible la reducción de un clima de tensiones que puede potenciar conflictos militares. En el marco de Contadora, Nicaragua y Costa Rica han reanudado relaciones diplomáticas a nivel de embajador y puesto en marcha la comisión para vigilancia de sus fronteras.
El presidente José Azcona (de Honduras) ha manifestado su deseo de dialogar con el presidente Daniel Ortega, en circunstancias en que acepta la dramática presencia de los contras en su territorio y las dificultades para expulsarlos. Los vicepresidentes centroamericanos han elaborado ya una agenda para la esperanzadora reunión de Esquipulas, en donde los jefes de Estado se sentarán y hablarán (los próximos 24 y 25 de mayo) de lo atingente a la convivencia y mecanismo de cooperación diplomática y comercial, así como de la unidad parlamentaria.
De manera que la corriente deseosa es sobrevivir, avanzar al amparo de unas condiciones que, generadas por un clima de diálogo, no pueden agotarse por fechas fatales.
Aliviar tensiones
Es apremiante la tranquilidad, la suspensión de las tensiones, el alejamiento de la guerra; en suma, es necesaria la paz, pero sin prisas. La paz solamente surgirá si cada Gobierno, tiene en sus manos la clave para aplicar y ser consecuente con los compromisos contenidos en el acta.
Si los portavoces de la Administración de Reagan continúan anunciando la muerte al no alterarse la voluntad de apoyar a la contra, el Gobierno de Nicaragua, lógicamente, no puede desarmarse, porque no puede renunciar a la defensa de su territorio. Así las cosas, la firma del acta está en manos de voluntades serias por una paz real, en manos de quienes aún creen en el derecho internacional y rechazan el uso de la fuerza como solución, y mucho tendrán que ver en esto los Gobiernos de América Latina y Europa occidental, en razón de los principios democráticos que defienden. Las ausencias provocadas en San José no ayudan a Contadora.
La toma de posesión del presidente Arias en San José de Costa Rica, para quienes necesitan de la paz y la suspensión del terrorismo de Estado, sólo vino a significar un lamentable paréntesis en el reto que implica una paz deseada contra un conflicto impuesto.
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