La lidia que ahora se lleva
Las modas, las conveniencias y los trucos de algunos toreros con influencia han ido modificando la lidia hasta llegar a lo que es hoy, en muchos aspectos distinta a la que se desarrolló durante la edad de oro del toreo. Naturalmente es peor. Desde la rotunda decisión de los peones de no torear a una mano hasta los puyazos traseros, todo el primer tercio -el fundamental- ha sufrido una transformación que lo desnaturaliza.
Si los diestros no suelen ganar terreno en los lances a la verónica de saludo y normalmente no hacen quites, y nadie se lo exige, es porque se ha perdido el sentido y el ritmo de la lidia. En los buenos tiempos, el peón recibía al toro y lo doblaba a una mano. Al segundo lance, ya había sonado el clarín y salían los picadores. El peón corría al toro hacia las tablas, el matador lo recogía con el capote y lo lanceaba a la verónica.
Esos lances a la verónica no eran todos en el tercio, sino que el matador ganaba terreno hasta los medios, pues ya llegaba el picador y tenía que dejarle el sitio. Al remate de la media verónica, el toro ya estaba en suerte para el puyazo.
Todo este proceso requería preparación técnica del matador y de los subalternos, se realizaba fluida, generaba espectáculo de primer orden, sin solución de continuidad, y transcurría a lo largo de escasos minutos. Hoy, en cambio, algunos de sus elementos han sido suprimidos, o fraccionados, sin ninguna ventaja -salvo para la comodidad de los toreros-, mientras produce una incidencia negativa en la lidia, y en la calidad y en la amenidad del espectáculo.
La parte de primer tercio, que hace años transcurría en plenitud durante tres o cuatro minutos, ahora dura el doble y con mucho menor contenido. En consecuencia, la corrida actual se ha alargado en media hora o más, mientras su contenido ha sufrido una importante reducción; lo cual equivale a garantizar el aburrimiento.
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