Raphael, maestro de desmesuras
Las Chicas del ballet prologan el rito ejecutando tina, danza precursora del posterior portento. A continuación, los timbales se alborotan, el piano se estremece y el viento se magnifica. De repente, de lo alto surge él, cual virgen bajando de los cielos por una gigantesca escala que tiene algo de auto sacramental y algo de Follies Bergère. Las manos, en los bolsillos. La testa, erguida. La mirada, puesta en un punto indeterminado del horizonte. Y así permanece durante unos segundos en las alturas, impávido como una estatua, aguantando el gesto como un torero o como una muñeca flamencona de esas que algunos nativos y no pocos turistas veneran de por vida encaramada encinta del televisor. Al conjuro de la aparición, el patio se conmociona puesto en pie, brama el gallinero, llueven los claveles, gritan las hembras, se sonrojan los infiltrados y se derriten los arcángeles de sexo incierto. Es entonces cuando él extiende sus brazos amorosos, dirige los ojos a la tierra pecadora, se regodea, en el delirio, insinúa pucheros y besos de amor a todos y cada uno de los perplejos presentes y su rostro esgrime de nuevo la misma beatífica sonrisa de siempre, una sonrisa que parece pedir disculpas por gustar tanto a sus devotos: es ese gesto tan suyo, tan rococó y almibarado, que 25 años de gloria y desatinos no han logrado alterar ni un ápice. Raphael, para entusiasmo de unos y desesperación de otros, es una de las imágenes más mordazmente barrocas de la iconografía hispana. Pero en este caso a Salcillo se le fue la mano y le salió un santo desmesurado.Su repertorio es el mismo de siempre, con novedades sutilmente introducidas entre los temas clásicos y algunas versiones inquietantes de éxitos internacionales, como La canción del trabajo, La piel de la canela, Cuando calienta el sol o La noche. Raphael sólo canta al amor, a la pasión según Manuel Alejandro y José Luis Perales, que es una pasión tan estrafalaria que parece de mentira, si no fuera porque los conceptos vertidos en esas canciones hacen temblar los corazones y los pechos de muchas señoras.
Raphael, ¡vivo!
Ballet, orquesta y Coros.Coreografía: Ricardo Ferrante. Dirección musical: Rafael Rabay. Del 30 de abril al 1 de junio Teatro Monumental. Madrid
Raphael adoba su actuación con un manual enciclopédico de ademanes, desplantes, florituras, tiritonas y mutis fulgurantes. Mezcla la risa y el llanto con un desparpajo sin igual y en momentos cumbres se queda traspuesto, al igual que una dolorosa o un vidente.
Raphael, dicho sea para crispación de sus enemigos, está de voz como nunca: permanece dos horas y media cantando y al final del espectáculo da la impresión de que perfectamente puede volver a empezar de inmediato. Lo que sucede es que hay amores que matan de dolor y amores que matan de risa. Entre la locura de amor y la locura de humor no hay más que un paso. Ahora bien, puestos a morir, es mejor morir de risa que de dolor.
Raphael, al terminar sus actuaciones en Madrid, comienza. una larga gira de dos años por todo el mundo. ¿Cuánto va a durar la vida profesional de Raphael? Él mismo despeja las dudas en una canción, cuando se pregunta: "¿hasta cuándo, "Raphael?". Y él mismo se responde con un grito turbador: ¡hasta la muerte!". Una pasada.
Babelia
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