Helados, cuando hace fresco
Sitges, 25 de abril, 7.15 de la tarde Albert Vidal vende helados en la calle, frente a La Fragata, al pie de la iglesia. Tanto él como su ayudante van disfrazados con una chaquetilla blanca, un delantal y un gorrito del mismo color. El carrito de los helados es auténtico (Vidal se lo ha alquilado a un profesional barcelonés) y los helados (y los cucuruchos, de galleta) también. Los hay de chocolate, de nata y de vainilla. De 50 y de 100 pesetas. Pido uno de 50, de chocolate. Vidal me lo sirve, como un perfecto profesional, aunque hay todavía una pizca de torpeza en sus gestos: la tapadera ha estado a punto de caérsele de la mano. Le digo que mañana le saldrá mejor, que es cuestión de práctica. El helado está muy rico. Pago, Vidal me da las gracias y mientras me termino el helado, Antonio Espejo saca una fotografía de Vidal que habla con Joan Brossa, el cual no compra ningún helado.Albert Vidal define El venedor de gelats como una acción teatral hiperrealista. "Después de haber asistido a unos cuantos rituales culturales, los cuales -gracias a una buena combinación de efectos de luces y experimentos paulovianos sobre los espectadores- consiguen, después de dos horas de aburrimiento, que toda una platea se ponga a aplaudir; cuando el resultado de las opiniones depende del presupuesto de la agencia publicitaria, me planteo, de raíz, el fenómeno de la comunicación". Así piensa, así se expresa Vidal, que se ha puesto a vender helados en un intento de reencontrar esa comunicación perdida, de acortar la distancia entre lo que somos y lo que hacemos y, qué duda cabe, de denunciar un teatro, el teatro como servicio público -hecho, en sí, nada despreciable-, que "ha dejado de ser una expresión espontánea", dice Vidal, "para convertirse en una distracción oferta".
El venedor de gelats
Concepción e interpretación: Albert Vidal. Elaboración de los helados y asesoramiento profesional: Quim Capdevila. XVIII Festival Internacional de Teatre de Sitges, 25 de abril.
Un niño
Son ahora las nueve y pocos minutos. Albert Vidal y su ayudante siguen ahí, sentados detrás del carrito. Ha oscurecido y hace un poquitín de fresco. Nadie pide helados. En realidad no se ve a nadie alrededor del carrito. La gente está en sus casas, en los bares, viendo en la tele como Rubén Sosa le acaba de marcar el primer y definitivo gol al Barga. Me acer co y pido otro helado de chocola te. Le pregunto a Vidal si sabe cómo anda el partido. Lo ignora En esas llega un niño, pide un cucurucho, y aprovecho para formularle la misma pregunta. "Gana el Zaragoza por un gol", me dice. Le insinúo a Vidal que tal vez con una radio, o un pequeño televisor, como el que pusieron en ciertas paradas del mercado de la Boqueria cuando empezó el programa matinal de TVE, la cosa hubiese salido un poquitín más brillante. "Sí; tal vez con una radio...", murmura. A veces la comunicación resulta muy dificil. Tan difícil como vender helados cuando hace fresquito y son las nueve de la noche en Sitges, mientras Rubén Sosa le acaba de marcar un gol al Barça.
Rodero, último acto
El viernes por la noche, con la presentación de El veneno del teatro, de Rodolf Sirera, protagonizada por José María Rodero y Manuel Gaflana, se inauguraba la XVIII edición del Festival de Sitges. Con un teatro Heno, José María Rodero y Manuel Galiana repitieron por enésima vez y con enésimo éxito ese juego de ficción y realidad, y en el teatro, esa trampa inherente al ser del actor que es El veneno del teatro: los límites entre fantasía y realidad. Los actores, Rodero y Galiana, se sabían al dedillo el texto, y se dejaron ir un poco.Al final del espectáculo muchos, muchísimos aplausos. El director, Emilio Hernández, salió también a saludar, agradeció los aplausos y pidió silencio para hablar. Hernández dijo que seguramente era la última representación de El veneno del teatro, pero que sobre todo quena decir que quizás era la última actuación de Rodero, ya que el actor se plantea seriamente la posibilidad de abandonar el teatro.
Arreciaron nuevamente los aplausos, con fuerza, con el público puesto en pie. Rodero, visiblemente emocionado, con los ojos llorosos, tomó la palabra sólo para decir, "no sé si podré vivir sin ustedes". Una larga ovación de homenaje selló esa despedida al gran y humilde Rodero. Por la noche, a eso de la una y al aire libre, con un frío molesto, asistimos a algo que de verdad era veneno: un grupo madrileño, GAD, estrenaba Faltan 14 años para el año 2000. Un espectáculo malo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.