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Humanizar la muerte

Los obispos españoles acaban de pronunciarse contra la aceptación legal de la eutanasia. El hecho de la despenalización, según esta declaración, "constituiría un gravísimo riesgo contra un valor básico y fundante del orden social que el legislador tiene que proteger". Ésta es la opinión de la Iglesia.La nota episcopal, aunque sólo esté firmada por una comisión de obispos que preside monseñor Palenzuela, se apoya en la Instrucción de la Congregación Vaticana de la Fe, publicada hace seis años. Si la vida tiene un valor social, el Estado tiene que protegerla. Éste es el argumento de la Iglesia.

¿Pero hasta qué punto y con qué medios? No es cierto que la Iglesia se niegue a renunciar al uso de determinadas prácticas, sabiendo que su uso adelanta o incluso puede provocar la muerte de un enfermo terminal o desahuciado. La moral clásica admitió siempre el uso de calmantes que alivian no sólo los dolores físicos, sino la disposición anímica del paciente.

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La ciencia y la tecnología han puesto en nuestras manos otros medios que, al sentir de muchos, prolongan inhumanamente la vida. No en vano se habla del encarnizamiento terapéutico. Los obispos recuerdan que "aun siendo un valor fundamental, la vida temporal no es un valor absoluto y supremo". La muerte para un cristiano no es "un sinsentido". Es un ingrediente de la misma vida. La muerte puede incluso convertirse ella misma en razón de esperanza.

En este debate, los partidarios y los enemigos de la eutanasia coinciden en invocar razones de humanismo y piedad con el enfermo. Pero sus valoraciones son diversas según se tengan en cuenta la circunstancia familiar, los datos clínicos, el tabú de la muerte y los condicionamientos de la libertad del enfermo, para que puedan decidir sobre su vida médicos y familiares.

"Siempre es lícito", afirma la declaración romana en la que se apoyan los obispos, "contentarse con los medios normales y habituales que la medicina ofrece".

El avance tecnológico obliga a cambiar la terminología. Domingo Soto ya habló de "medios terapéuticos ordinarios" y "medios terapéuticos extraordinarios". Lo que en un tiempo parecía extraordinario y costoso, la ciencia y la socialización de la asistencia sanitaria ahora han convertido en normal y ordinario.

Para entendernos, la Iglesia prefiere hablar ahora de medios "proporcionados" y medios "desproporcionados". La proporción tiene que referirse a los resultados cuantitativos o cualitativos previsibles, tanto médicos como vitales. La conservación de una vida o el alargamiento de la misma tienen que hacerse por humanidad o por justicia. Renunciar a los medios "desproporcionados" es lícito y equivale a enfrentarse con la muerte.

La prolongación fisica de la vida del enfermo no es el único objetivo de la relación médicoenfermo. El médico tiene que humanizar la enfermedad. Sus peticiones de que se le quite la vida en un determinado momento pueden no responder a su verdadero deseo de ser ayudado. Dejarle sumirse en la angustia y la desesperación puede ser un fallo de los que se acercan a él. "Es necesaria", dicen los obispos, "una actitud más sana ante la muerte, como condición imprescindible para saber estar cerca del enfermo grave o del moribundo, para saber sostener cariñosamente su mano o su mirada angustiosa".

¿Se puede humanizar la muerte? Expresiones como "dar la vida", "entregar la vida", resultan familiares y transparentes en el discurso evangélico. "Humanizar" tiene sentidos diferentes en el lenguaje de la fe y en el usual del hecionismo que se mueve en un horizonte sin trascendencia.

"La Iglesia nunca ha admitido la llamada eutanasia activa (o positiva) directa, es decir, la acción con la que se pretende exclusivamente poner fin a la vida de un paciente o acelerar su muerte". Renunciar a la vida es algo muy distinto de entregarla. Pero aceptar la condición humana, renunciar a la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, tener la voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad es una forma de poseer la vida y entregarla, de aceptar la muerte "a su tiempo", respetando la dignidad humana y evitando prolongaciones abusivas.

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