De lo mejor a lo peor
Es difícil lograr una cosa así, pero el hecho es que está ahí, y bien clara, en las imágenes de El beso de la mujer araña: una combinación de lo mejor y lo peor que cabe hacer en cine. Comencemos por el lado de lo peor: el escenario, el lugar, la parte física de las secuencias, el naufragio de los buscados choques interiores entre unas y otras. Es muy poco creíble -carece de intensidad, de patetismo, y bordea el documentalismo en un relato nada documental, sino eminentemente poético- el mundo carcelario donde ocurre El beso de la mujer araña.Y no es porque este mundo no sea verídico, que lo es, y sobre todo lo ha sido en la historia reciente de algunos países suramericanos, sino porque esa su veracidad histórica no está incorporada dramáticamente, o lo está sin suficiente vigor, al escenario material, a ese aludido lugar poético donde el relato transcurre.
El beso de la mujer araña
Director: Héctor Babenco, Guión: Leonard Schrader, basado en la novela de Manuel Puig. Fotografía: Rodolfo Sánchez. Música: John Neschling. Producción: David Weismann (Estados Unidos y Brasil), 1985. Intérpretes: William Hurt, Raúl Julia, Sonia Braga. Estreno en Madrid: cines Proyecciones, Cid Campeador, Rex y California.
No hay en él suficiente horror visual o, cuando lo hay, está pobremente elaborado, de tal manera que la celda donde el filme transcurre casi enteramente no produce ninguna sensación de horror, de encerrona, y carece de esa condición nauseabunda que exige su contrapunto -las imágenes antípodas de lujosas películas exóticas y de teléfonos blancos contadas por el protagonista Molina- para que pueda llegar a alcanzar suficiente realce.
Actor excepcional
La pobreza representativa del escenario real empobrece, por contagio al escenario soñado. Resultado de este contagio es que todo lo relativo a la imaginaria mujer araña y a la película de amor nazi contadas por el personaje Molina es un quiero y no puedo. Al faltarle convincente apoyatura material en la zona realista del filme, las secuencias oníricas flotan perdidas en un terreno de nadie. Y flotan también los actores, todos los actores, salvo uno, William Hurt, que consigue por sí solo poner los pies en la tierra, porque él mismo, con su inteligentísima composición del preso homosexual Molina, crea esa tierra que a los demás les falta. Ésta es la parte mejor (en realidad, es magnífica) del filme: aquélla en que la mediocridad y falta de poder dramático del marco físico deja paso a una actuación sobre el vacío, pero de primer orden, contenida, elegante, medida hasta el milímetro, sin el más mínimo exceso, perfecta, de William Hurt, que le permite dar su talla de actor descomunal y que le hizo ganar con justicia el oscar a la mejor interpretación masculina de este año.
Bastarían las secuencias finales de El beso de la mujer araña -aquéllas en que el marco es por fin otro y que la acción de la película sale de la celda carcelaria y se expande en otros ámbitos- para que lo que hace este formidable actor quede impreso en la retina Como algo literalmente excepcional.
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