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Últimas noticias sobre la droga

Fernando Savater

Cuenta Camus que un mendigo le dijo cierto día a una amiga suya, refiriéndose a los apresurados viandantes: "No es que sean malos: es que no ven". Respecto al tema de la droga, uno quisiera poder afirmar lo mismo de los políticos, sociólogos, médicos, curas, policías, filósofos de la salud y tutti quanti que viven en mayor o menor grado de este negocio, por no citar a los más directamente interesados en el tema, como los grandes traficantes y las sectas de rehabilitación de drogadictos. Pero la verdad es que, aunque muchos de ellos deban ser todo lo sincera y desahuciadamente imbéciles que parecen, temo que abunden más los malos sin paliativos, rapaces y cínicos como suelen ser los peores personajes de Dallas o Dinastía. Los beneficios que produce el tinglado de la droga -es decir, el tinglado de la prohibición de la droga- son tan grandes que parece del todo inútil insistir en oponerse a la versión canónica sobre el tema. Me refiero a beneficios de todo tipo, desde las ganancias económicas del gánster hasta la coartada para el aumento de represión del policía, el entretenimiento social para el político -sobre todo si pertenece al Frente de Juventudes- y la pringosa edificación moral del cura o el filósofo. Volver sobre esta cuestión liquidada sólo le gana a uno un conmiserativo "¡pero qué repetido eres!". Pues aun así, sigamos contra corriente a Voltaire, que no dudó en decir: "Me repetiré hasta que me escuchen".Durante una reciente estancia de una semana en Nueva York me entretuve en recortar diariamente de The New York Times todas las noticias que apareciesen sobre la droga. Lo que sigue es una selección comentada de tales avisos de actualidad. Para empezar como es debido, la reseña de un homenaje: el que se tributó a Jon R. Thomas con motivo del abandono de su puesto en el Departamento de Estado como máximo responsable internacional de la lucha contra la droga. El funcionario declaró retirarse "contento de sus éxitos, aunque realista ante los límites de lo que el Gobierno y la diplomacia pueden hacer respecto a la droga". Lo cual no debe ser mucho, porque más adelante el satisfecho y homenajeado Thomas añade: "Es seguro que se producen hoy más drogas ilícitas que cuando llegué a este trabajo. Y el abuso de drogas crece en todo el mundo". Ante esta declaración, que yo calificaría de estupefaciente si no temiera ser mal entendido, alguien ingenuo -es decir, propenso a aplicar estrictamente el sentido común a las declaraciones de los políticos- pudiera preguntarse: "Si cada vez se pro ducen más drogas ilícitas -o más ilicitud para proscribir sustancias, que viene a ser lo mismo- y aumenta el consumo en todo el mundo, ¿de qué éxitos se enorgullece este señor?". Pues bien claro está: precisamente de eso, del aumento de producción y de consumo, del aumento de ilicitud y de burocracia en torno al tema, de este nuevo ramo de ocupaciones abierto a la declinante diplomacia, de que el tinglado no decaiga. Thomas tranquiliza a su sucesor y colaboradores: la cosa marcha, la oficina va a ser ampliada. Esta postura consciente e ilustrada choca con la del dimitidó fiscal español para la droga, señor Jiménez Villarejo, que se marcha del puesto quejoso de falta de colaboración en las altas esferas (¡pero si era él quien tenía que colaborar con las altas esferas en la provechosa gestión del lucrativo tabú!) y de la hostilidad policial ante el tema de las cantidades de droga requisadas, desaparecidas y convenientemente reincorporadas al mercado, presumiblemente por algunos policías de talante más moderno y emprendedor que el propio fiscal. ¡Pues faltaría más, que los únicos que no pudieran beneficiarse fueran los policías, cuando el negocio rinde para todos..., salvo las víctimas, claro está!

También hubo esos días un par de noticias sobre las sustancias mismas en cuestión. Por un lado, el general Surgeon advirtió severamente acerca de los peligros del rapé y el tabaco de mascar, que comienzan a popularizarse en Estados Unidos entre los ex fumadores. Por lo visto, esos productos compensatorios son tan mortíferos como la vieja y buena nicotina aspirada por vía pulmonar. El máximo encargado de la salud en EE UU concluía su informe constatando que "no hay sustituto seguro del tabaco". Nos lo terníamos. Y ni siquiera dejar de furnar es seguro, porque también temueres, aunque la espera de lo inevitable se te haga -eso sí- bastante más larga. Por otro lado, se anunciaba la creciente invasión del mercado por una nueva heroína mexicaria, llamada black tar y sintetizada caseramente. Como parece ser mucho más concentrada y pura que la habitual, el peligro de sobredosis es notablemente mayor. Por lo demás, la sencillez del procedimiento de fabricación es tal que se hace prácticamente imposible imaginar que su producción pueda ser frenada. Una nueva mercancía a la venta, pues, sin garantía de origen, ni instrucciones de uso, ni control de precio: el 98% de los que mueran por su culpa serán víctimas no del producto en sí, sino de la clandestinidad que ha rodeado su adquisición y cuyo misterio quizá les ha impulsado a consumirlo. Pero la econornía sumergida añadirá nuevos dividendos a sus ganancias habituales...

Ahora vayamos a los aspectos represivos, que son siempre particularmente aleccionadores. Para empezar este capítulo, citemos a la senadora Paula Hawkins, republicana por Florida, que ha decidido realizar análisis de orina periódicamente a los 50 empleados que trabajan en sus oficinas para detectar posibles casos de drogadicción y, si hubiera resultados positivos, enviar al delincuente a una cura de desintoxicación. De los 50 empleados, sólo tres pusieron pegas a

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este olfateo de meados por parte de la jefa, aunque luego cedieron ante contundentes argumentos cuyo tenor no es difícil deducir por el contexto. El presidente de una de las ligas para defensa de los derechos de los empleados envió una carta a The New York Times arguyendo su disidencia a esta medida en base a que los funcionarios que revelaran haber tomado drogas podían haberlas ingerido durante el fin de semana, es decir, en sus ratos libres, por lo que no había derecho a decretar ninguna medida oficial, ni punitiva ni terapéutica, contra ellos. ¡Pobre! ¡Como si hubiera derecho a disponer libremente de la intimidad cuando la salud pública -o sea, la guillotina- está por medio! ¡Y con lo que le debe gustar a la senadora Hawkins poder aumentar el control de sus esbirros por vía urinaria!

El caso siguiente es más indirecto, pero viene a resultar confirmación de lo mismo, esto es, del olvido por parte de la sociedad llamada "liberal" de los sanos y valerosos principios de Stuart Mill: "Cada uno es el guardián de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás. La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo". La policía de Atlanta, al ir a detener al señor Hardwick por impago de una multa a causa de haber bebido alcohol en público fuera de un establecimiento autorizado, le encontró en la cama con otro hombre, afortunada circunstancia que permitió encarcelarle con la grave acusación de sodomía. Primera moraleja: hermano, no vayas a Atlanta o mantente plenamente abstemio. Con motivo de este incidente, un profesor de leyes de Harvard urgió a una reforma de la legislación en ese Estado, pues sostuvo que la penalización de la sodomía -actos sexuales anales o bucales de carácter homo o heterosexual, es decir, con cualquiera, incluida la propia esposa, si se deja- iba en contra de la Constitución de Estados Unidos en alguno de sus mejores artículos. El fiscal general de Georgia le respondió que tal liberalización minaría los esfuerzos por mantener "una sociedad moral y decente" y que de ese modo se abriría el paso al "incesto, la poligamia y la posesión de narcóticos". La cursiva la pongo yo, sólo para que ustedes no olviden la raíz común de la preocupación por la sociedad moral, decente y sana.

Contra todo pronóstico, sigue habiendo personas que se resisten a aceptar el dogma de que la salud es algo perfectamente objetivo, más relacionado con la duración de la vida que con su intensidad, con el mantenimiento del cuerpo productivo que con la expansión del cuerpo placentero. Herejes que sostenemos que considerar únicamente al heroinómano víctima del síndrome de abstinencia o contagiado de SIDA por las actuales condiciones clandestinas de su afición, o al fumador en la fase terminal de cáncer de pulmón, o al alcohólico en pleno delirium tremens, es algo tan abusivo y poco concluyente como tomar por ejemplo destacado de per fecto automovilista a cualquiera de los que se han machacado el cráneo en la carretera este fin de semana, o como prototipo más adecuado de amante al que se suicidó ayer por desengaño. Es tan obvio que el fumador no de sea morir nicotinizado, ni el heroinómano envenenado por sobredosis, como que ningún alpinista sueña como objetivo final con despeñarse por un ventisquero. Del placer de cada uno de ellos y del precio comparativo que tiene que pagar en forma de riesgo por él sólo podría ha blar con decencia quien no menosprecie o tema todos los estados de ánimo que no es capaz de compartir.

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