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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los temores a la 'teología de la liberación'

EL NUEVO documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre Libertad y liberación cristiana merece una lectura atenta, no tanto por las novedades que presenta, sino por la importancia que, paradójicamente, su publicación reconoce a la llamada teología de la liberación, nacida y madurada en el clima conciliar del Vaticano II. El nuevo documento, junto con el de hace dos años sobre el mismo tema, Algunas instrucciones sobre la teología de la liberación, es el más voluminoso que sobre un tema concreto ha publicado nunca en su historia secular la citadia congregación, anteriormente conocida con el nombre de Santo Oficio.Parece, pues, claro que al Vaticano le preocupa esta nueva teología suramericana, engendrada por teólogos formados en las universidades europeas y que ha venido extendiéndose a otros continentes donde el problema de las poblaciones pobres es más agudo, como en África y Asia.

Lo que en el fondo ha preocupado a Roma de la teología de la liberación ha sido, ante todo, su dimensión política. En la Santa Sede se ha temido que los teólogos de la liberación se sirvieran de los análisis marxistas y de las llamadas ciencias del hombre para sus conclusiones teológicas. Se recela así de que pueda nacer una teología con bases laicas y que, por tanto, de algún modo el mérito de la fascinación por tal teología pueda conducir al terreno ideológico que la Iglesia considera más hostil. De hecho, el documento intenta responder, como explicó Ratzinger, al desafio que el mundo de los no creyentes hace a la Iglesia, considerándola incompatible con la verdadera libertad del hombre.

De ahí el esllruerzo que ha hecho el documento presentando una doctrina social de la Iglesia avanzada, con el propósito de mostrar que también en el campo políticosocial la Iglesia no necesita tomar nada de los movimientos filosófico-políticos de liberación surgidos en la historia de la liberación humana. Más aún, podría deducirse que la Iglesia se autopresenta aquí, ante los hombres zarandeados por la opresión de cualquier tipo, como poseedora de un mensaje de liberación total. Se acusa con ello, indirectamente a aquellos que -en opinión de la congregación- han restringido el concepto de teología añadiéndole el de liberación. Para Roma, la teología de la liberación arranca de la historia, de los hechos, de la constatación de la miseria para su análisis de fondo, mientras que la verdadera teología, la del magisterio, parte desde arriba, desde la revelación, para, a través de ella, analizar la historia. Exactamente, pues, el concepto tradicional de teología preconciliar, frente al Concilio que había abierto las nuevas perspectivas de una teología que se forma a partir del gran libro de la historia de los hombres y a través de los cuales Dios se hace presente en el mundo.

Pero hay más. En la teología de la liberación los pobres son sujeto en la Iglesia, mientras que en la teología tradicional son sólo objeto de salvación. De ahí la peligrosidad que el Vaticano y sus teólogos han visto en la teología suramericana. Al margen de los problemas de tipo social frente a los cuales el papa Juan Pablo II se considera abierto, lo que preocupa a Roma de la teología de la liberación es que puede acabar deteriorando la teología tradicional, basada en una concepción de la Iglesia como poder. De ahí que el documento insista en que el verdadero concepto de liberación es la liberación del pecado, es decir, un problema interior, y no de liberación respecto a las estructuras políticas y sociales. De ahí que haya cambiado la expresión opción preferencial por los pobres, usada por la teología de la liberación, por la de amor preferencial por los pobres, más espiritualista y menos política. Una teología espiritualista mantiene siempre a Roma como primer eje del poder en la Iglesia; una teología de la liberación, más política, puede acabar cambiando el cuadro de referencia dentro de la Iglesia católica. A eso hay que añadir que la mayor novedad del documento en el campo político-social ha sido el cambio de lucha armada, admitida por Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, en casos de clara tiranía de un pueblo por parte de un opresor, por la de resistencia pasiva de Pío XI y que Juan Pablo II ha meditado en su viaje a la India y sus lecturas de Ghandi.

Con este cambio, al que se le ha llamado no correción sino actualización de Pablo VI, el Vaticano ha obtenido tres resultados muy positivos: quitar las armas a una cierta guerrilla llevada a cabo en el Tercer Mundo por algunos cristianos, absolver a la Iglesia filipina de las acusaciones de intervencionismo político en su oposición a Marcos e incorporar al catolicismo la doctrina de la no violencia de Ghandi.

Después de este documento se puede decir que la Iglesia, repitiendo su actuación histórica respecto a los movimientos revolucionarios, ha pretendido domesticar la teología de la liberación, otorgándole una interpretación propia y sustrayéndola peligrosidad. Aunque, en algún modo, la operación no deja de ser, a su vez, peligrosa para Roma. Efectivamente, en el documento existen elementos de apertura en la lucha contra la injusticia y la opresión. Elementos que, en defensa de los pobres, los teólogos de la liberación y las fuerzas más empeñadas socialmente en el Tercer Mundo pueden aprovechar y rebautizar a su vez. Sintomático es, a este respecto, que el obispo tradicionalista francés Marcel Lefebvre, suspendido a divinis por Pablo VI, haya denunciado a este documento porque, en su opinión, "abre las puertas al comunismo en América Latina".

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