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Tribuna:
Tribuna
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Perder el avión

En octubre de 1982, como cada año, y desde hace ya mas de un lustro por esas fechas, su alteza real Felipe, príncipe de Asturias, entregó a los galardonados. los premios de la fundación que lleva el nombre del principado. En representación de todos los premiados del año habló Gonzalo Torrente Ballester, que, juntamente con Miguel Delibes, había recibido el Premio de las Letras. Muy sinceras, y muy bien dichas, palabras de agradecimiento. Pero bastante más que esto.De Gonzalo Torrente Ballester se esperaba un bello discurso, y nadie quedó defraudado. Lo que no se esperaba, y menos por parte de un galardonado con el Premio de las Letras, era una llamada ardiente por lo pronto, al Estado, pero asimismo a todas las organizaciones y personas capaces de ayudar en la empresa- en favor de que se propulsa ra e intensificara en España el trabajo de investigación científica. No tengo el discurso a mano, pero recuerdo que no podía ser más elocuente. España, venía a decir el escritor, necesita situar se, o, si se quiere, terminar por situarse de lleno y por entero, en el cauce de lo que antaño se llamaba el progreso de las ciencias, y que hoy recibe diversos nombres investigación científica, y ciencia, investigación y desarrollo, ciencia y desarrollo, etcétera-, pero que, en todo caso, presupone la idea de que la ciencia, específicamente ciencias tan básicas como la matemática, la física y la biología, pero asimismo otras, como la química, la astrofísica, la neurología, etcétera, han hecho en gran parte la historia moderna. El país que quede rezagado en el cultivo de la ciencia no tendrá más remedio que vivir de prestado, esto es, de malvivir, tanto económica como espiritualmente. Es menester cambiar de rumbo, o, si se quiere, hacer mucho más de lo que hasta ahora se ha hecho, con el fin de marcar el paso con países en este respecto más adelantados.

Las palabras de Gonzalo Torrente Ballester fueron acogidas con gran calor, inclusive con entusiasmo. El orador recibió numerosos plácemes de todo el mundo -autoridades; miembros de jurados; galardonados en otras actividades, científicas o no; público, que, como en todas estas ocasiones, colmaba el amplio teatro- El problema, casi cinco años después de este discurso, es saber qué se ha hecho, si algo se ha hecho, con el fin de concluir que la petición del orador se tomó en serio.

Me temo que no mucho. En todo caso, no lo suficiente.

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Cierto que si se compara el actual interés por la ciencia y los esfuerzos que se están realizando en el país para alentarlos con el interés manifestado y los esfuerzos llevados a cabo en otras épocas, hay sobradas razones para ser optimistas. Ha habido en el pasado momentos brillantes y esperanzadores -como lo testimonian, entre otros, los ilustrados o quienes estuvieron detrás del movimiento de renovación cultural auspiciado y propiciado por la Institución Libre de Enseñanza-, pero, en general, reinó en este respecto la desidia. Se puede celebrar, pues, que haya en la actualidad, desde hace ya varios años, un notable incremento en el impulso dado a la investigación científica. Este incremento se debe a numerosas iniciativas: fundaciones privadas, como, entre otras, la Fundación Juan March, la Fundación Principado de Asturias o la institución cultural de La Caixa; reorganización del Consejo Superior de Investigaciones Científicas para que emerja del estado letárgico en que vivió (o durmió) durante tantos años y batalle en la sana intemperie, lo que ha dado lugar (para mencionar un solo ejemplo) a la constitución en Barcelona del Centro de Investigación y Desarrollo, y un largo etcétera.

"Pero, una vez más, ¿basta?

En el estado actual del desarrollo de la investigación científica (que no se puede separar siempre de la tecnológica) en los países con, una larga tradición al respecto en la época moderna, todo lo que se ha hecho y se hace dista mucho de bastar. El número de investigadores en España es relativamente reducido. Las facilidades de trabajo son a menudo escasas. Las perspectivas para el futuro no son todo lo ricas y amplias que sería de desear. (Todos éstos, por lo demás, son factores interdependientes.)

Casos ha habido de eminentes investigadores españoles en el extranjero que desearon fervientemente regresar y continuar sus trabajos en el país, pero que tuvieron que desistir de su empeño por la ausencia de facilidades o, lo que a veces viene a ser lo mismo, por pejigueras burocráticas. Las cifras que España consagra a investigación-científica y desarrollo, aun juntadas con las aportadas por empresas, instituciones y. fundaciones privadas, son bastante inferiores a las de otros países. Es verdad que las cantidades que se inviertan, aun suponiendo que se haga juiciosamente, no son una condición suficiente para el progreso de la investigación científica. Ésta requiere más que dinero. Pero son una condición necesaria. Los propios matemáticos, que no necesitan mucho más que papel y lápiz (aunque en la actualidad van necesitando también ordenadores potentes), pueden resultar beneficiados con inversiones; los matemáticos no viven del aire, sino de muchas 'otras cosas, entre ellas una comunidad de colegas suficientemente densa. Mucho más aún ocurre con los físicos, los biólogos, los químicos, etcétera. Así, pues, no hay más reme(flo que doblar, triplicar, quintu-,

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Perder el avión

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plicar los esfuerzos tanto por parte del Estado como de las empresas privadas. Es ni más ni menos lo que Gonzalo Torrente Ballester decía en 1981 y lo que se podría decir de nuevo, y que estoy diciendo, en 1986.

A veces, aunque cada día menos, se ha argumentado que los españoles no están datados para la ciencia o la investigación científica. Este argumento se deshace tan pronto como se considera lo mucho y lo bien que numerosos científicos españoles han trabajado, y siguen trabajando, en otros países cuando han tenido, y tienen, a su disposición los medios adecuados y viven dentro de una apropiada atmósfera de competencia intelectual. También se ha argumentado en ocasiones que la ciencia no lo es todo en este mundo y que hay otras virtudes dignas de cultivarse además de la capacidad de invención científica. Este argumento es más aceptable; pero lo malo es que casi nunca es un argumento, sino un intento de justificación: la justificación de la pereza y de las ganas de no tener ganas.

En todo caso, en la situación actual del mundo ninguna comunidad se puede permitir el lujo de decir, como dijo Unamuno, (esperemos que sólo como una boutade), "¡Que inventen ellos!". Si ellos inventan, y son los únicos que lo hacen, los demás tendrán que marchar a remolque. Perderán no ya el tren, sino el avión.

Un avión muy especial en el que todos los pasajeros son pilotos. Porque sería equivocado, y hasta funesto, pensar que en los tiempos que corren la investigación científica puede llevarse a cabo en solitario. Poner a España al nivel de otros países más avanzados en este respecto es en muchos casos hacerle colaborar de pleno en empresas científicas (y tecnológicas) comunes.Sería improbable que un mero artículo en un periódico, aun en uno tan influyente y respetado como el que acoge estas líneas, tuviera más influencia que un discurso resonante de un eminente hombre de letras en una ocasión particularmente solemne. Pero las casas se hacen con ladrillos, o con bloques de cemento, o hasta con granitos de arena, y cada ladrillo, cada bloque y cada granito puede contribuir a que se vaya levantando el edificio.

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