Asombroso
La mujer sin sombra
Richard Strauss. Intérpretes: Klaus Koenig Katheryn Montgomery-Meissner, Ute Trekel-Burckhard, Anthony Raffell y Ute Vinzing, en los principales papeles. Orquesta y coro del Gran Teatro del Liceo. Producción: Hanna Jordan, de la ópera Estatal de Hamburgo. Dirección: Christof Perick. Gran Teatro del Liceo. Barcelona.Valía la pena arriesgarse. Después de todo, La mujer sin sombra, de Richard Strauss, tampoco es tan dura de roer como históricamente se la ha pintado, empezando por el propio compositor, que en cierta ocasión emitió el siguiente duro juicio sobre su creación: "A pesar de todo, creo que la obra vivirá. Digo que creo. Si se tratara de Ariana diría en cambio: sé que vivirá".
Ciertamente el público operístico ha cambiado desde aquel 10 de octubre: de 1919 cuando la ópera vio la luz -sin sombra- por primera vez, en Viena. La gente suele estar más informada y ya no se acerca a un coso operístico sin saber mínimamente de qué va la historia que se le va a plantar delante.
Y, una vez conocido mínimamente el libreto -o, en su defecto, un resumen del mismo que puede adquirirse a la entrada del espectáculo-, no nos parece que La mujer sin sombra plantee problemas de comprensión muy superiores al del Oro del Rhin de Wagner, por poner un ejemplo cercano en la memoria de los liceístas de esta temporada.
Quedarse en el nivel argumental sin ir más allá es siempre una falacia en el género lírico: la mayoría de argumentos es de una banalidad angustiante. No es ciertamente éste el caso del libreto de Hugo von Hofmannsthal, quien concibió para la ocasión un relato mítico en el que una emperatríz, hija de dioses, se las verá y apañará para hacerse con algo tan esencial como la propia sombra, identificada con su capacidad procreativa.
Tan original planteamiento, en el que Hofmannsthal estuvo trabajando durante: no menos de cinco años, viene sazonado con infinidad de símbolos, a veces muy crípticos y otras no tanto, que han situado a la obra como la última Zaüberoper (ópera mágica) en la germanísima senda trazada por títulos como La flauta mágica, el Freischütz o el mismo Anillo del Nibelungo.
Sin miedo
Hoy, sin embargo, lo críptico no parece desanimar al personal, visto que a menudo se encuentra zambullido en él las situaciones, aparentemente tan normales como puede ser depositar un voto en una urna. Y efectivamente la reacción del público que ayer acudió al teatro de las Ramblas fue sumamente calurosa: el dato es significativo tratándose, como se trataba para muchos de los asistentes, de un estreno absoluto.
Había motivos para ello. Esta Mujer sin sombra asombra agradablemente por muchos motivos, empezando por una dirección musical exquisita: Christopf Perick , que repite esta temporada, ha sacado el máximo partido de la orquesta, poniendo de relieve esa fantástica variedad de colores -muchos han hablado, a propósito de Strauss, de paleta orquestal- de la partitura. Unico motivo de asombro, pero esta vez en sentido negativo, es el empleo de fragmentos pregrabados o amplificados (no sabemos muy bien) que no acababan de amalgamarse con el conjunto.
Asombroso también, y de nuevo en sentido positivo, el reparto de voces, desde el emperador de Klaus Koenig hasta la nodriza de Ute Trekel-Burckhardt, pasando por el Barak de Anthony Raffell y la consorte de éste interpretada por Ute Vinzig, de quien el sistema de megafonía anunció antes de empezar la obra una ligera afección que, sin embargo, no ensombreció su actuación.
Algo más sombría estuvo, en cambio, Kathryn Montgomery-Meissner en su peliagudo papel de emperatriz: en el último acto, donde tiene su gran intervención, hizo padecer demasiado y el público asistente a la representación no se lo perdonó. Aguantó, eso sí, el chaparrón de abucheos con una gran profesionalidad, a prueba de bomba.
La producción de Jordan supera escollos uno tras otro con una sencillez de decorados ejemplar, donde unos inteligentes juegos de luces (no siempre bien realizados, pero eso ya es otro cantar) se encargan de añadir cuanto faltaría en principio.
Pero donde juega a nuestro juício su mejor baza es en el vestuario: impresionante la danza constante de halcones, esos pájaros mensajeros de los dioses que una y otra vez comunican el fatal destino: "La mujer no tiene sombra, el emperador debe convertirse en una estatua". Lo realmente asombroso del caso es que cuando, por fin la emperatriz, por graciosa intercesión, recupera su fertilidad no aparece su proyección por ningún lado, y sí, en cambio, un único haz de luz en solitario.
Babelia
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